lunes, 31 de marzo de 2025

LOS NIETOS DE VINDIO

 


He encontrado en un rincón de mi biblioteca los dos tomos del Vindio, de Isidro Cicero. Son muy viejos y están bien manoseados, sobre todo el primero, que pide a gritos pasar por el taller de encuadernación. Los he mirado, los he ojeado y me he pasmado porque, en su interior, hallé seis fichas escolares de uno de mis hijos.

La cartulina amarilleaba, las letras eran de diseño caligráfico, de mente infantil no tocada por las pantallas, salvo por la Bola de Cristal. Había en el texto referencia a las costumbres antiguas, se insertaban mapas con la distribución de los populii, un placer leer esa redacción primeriza. Las fichas estaban fechadas en 1987, es decir que tendría once años.

Con ellas en la mano, encendí el paquete neuronal donde habita el pasado, y mis recuerdos se amontonaron en la pantalla de la conciencia, regurgitados, reeditados, revividos, reencontrados, resignados al paso del tiempo.

Compré el Vindio en 1979, nada más ser publicado. Mi criatura tenía sólo tres añucos y todas las noches me lo pedía. Léeme el Vindio, papá. Y yo me enfrascaba en su lectura algo compleja para tan temprana edad, y me paraba cada dos por tres para explicar alguna palabra. ¡Qué libro!, su subtítulo era “La historia de Cantabria contada a los niños”, claro que a los niños de entonces, pues la densidad del texto era enorme, insoportable para los de hoy seguramente.

Pero ellos no se limitaban a atender las palabras de los padres que se lo leíamos, las bebían, las devoraban, las integraban entre sus juguetes, entre sus sencillas representaciones del mundo, entre los cimientos de su mente en agraz. Y nosotros también aprendíamos, pues nunca habíamos oído hablar de anjanas, ni de ojáncanos, ni de mitología cántabra, y casi tampoco de la historia de nuestro pueblo. En los ratos libres, los padres nos entreteníamos con la obra de Eutimio Martino para profundizar en estos temas “Roma contra cántabros y astures”, de Sal Terrae, no había más. Tanto niños como padres, aprendimos por aquellos tiempos qué cosa era Cantabria.

Sobre el texto del Vindio se construyeron las mentes infantiles, cuajaron sentimientos de amor por la tierra, se sellaron identidades, se promovieron formas de pensar emanadas del surco, de la patria, considerada esta como ese lugar chiquito chiquito en que nacieron sus padres, de la matria, donde nacieron sus madres, donde estaban enterrados sus mayores.

Todas las noches se identificaban con la pelambrera negra de Vindio, ya su amigo, con los enanucos que hacían mover la piedra disco que contaba la historia, con el carro volador tirado por una anjana que surcaba Cantabria por encima de las nubes, con los dos guerreros cántabros que se enfrentaban en los sueños del protagonista, con Corocotta que asomaba la jeta por la tienda de Augusto para cobrar su propia recompensa, con las cruces que adornaban los montes donde, pasado el tiempo, camparían a todo vuelo los monstruos de las eólicas.

Toda una generación de niños cántabros viajaba por entre aquellas nubes de colores e intentaba descifrar un texto, denso para ellos pero apasionante que imaginaban cargado de misterios, se zambullían en las imágenes, desataban la imaginación, formaban su conciencia de cántabros y deletreaban la palabra Cantabria.

Pasado el tiempo, mucho tiempo, en 2008, algunos que nunca vieron con buenos ojos el resurgir de lo cántabro, falangistas enquistados en sueños de glorias patrias, recelosos de lo autóctono y amantes del baile de sevillanas, confeccionaron un sesudo libro con todos los parabienes oficiales: “Los cántabros en la antigüedad. Historia y Mito”. Era una encuadernación a todo lujo, hoja de gran calibre, brillante y, en fin, pagada con buenos doblones de la pólvora del rey, donde en un marco de cientificismo rebosante de citas y de retórica, se envolvía el concepto de “mito” en muy pocas páginas (59 a 61). ¿Qué entendían por el “mito cántabro” estos herederos ideológicos de los Guinea y de la ACECA (Asociación de Cantabria en Castilla), muerta pero con el cadáver sin enterrar? Vamos a transcribir un párrafo del sesudo estudio:

«Se podría decir que esta ha llegado a ser la tesis oficial sobre Corocotta, convertido en un icono cántabro (como dato anecdótico baste con indicar a este respecto que una marca cántabra de orujos y licores lleva el nombre de Corocotta). Por ejemplo, en una obra sobre la historia de Cantabria escrita para niños (publicada por cierto por ediciones Corocotta), Corocotta es descrito como “jefe guerrero, elegido por cada clan, por cada tribu, admitido por cada poblado, era el caudillo valeroso de los cántabros. Legendario, hábil, fuerte, nadie sino él habría podido unificar a todas las tribus. Él encarnaba la voluntad de resistencia y en el combate todos los cántabros le obedecían a ciegas”. Una mirada a internet confirma la impresión de que la imagen de Corocotta está consolidada...»

Y se hacían cruces los sesudos autores de que un personaje ficticio, o casi, cogido por los pelos por Shulten, se hubiese convertido en eje de la identidad cántabra. Es una obra que no oculta su desprecio hacia el libro al que se refiere, pues ni se digna citar su título.

Otros tampoco estamos de acuerdo con el personalismo que se le ha dado a Corocotta, pues un pueblo heroico como el cántabro no precisa de líderes magistrales y su figura es muy forzada históricamente, pero lo cortés no quita lo valiente.

¿Qué puede ofender el hecho de que un personaje histórico o ficticio, que para el caso es lo mismo, haya calado en la población hasta el punto de que marcas de orujo lleven su nombre, o rótulos de gimnasios de kárate? O, mejor, ¿a quién puede ofender tal hecho?

La respuesta salta a la vista: a los que oponen identidad cántabra a identidad española. A los que se representan lo español como un mundo de olé y pandereta, de capuchón y saetas, de manoletillas y diestros, de chistes picantes y de piropos postineros, en fin, a los falangistas en su fuero interno, esos a los que tan poco les gusta que se les llame así: falangistas.

Por desgracia para ellos, el espíritu de Vindio caló muy hondo y hoy se remonta a las cumbres amenazadas por los molinos para desmontarlos, se desliza por los valles como un culebre contra las plantas de metano para devorarlas, vuela sobre los proyectos de carretera en alta montaña para bombardearlas con la lógica de que la naturaleza es el valor comunitario más importante.

¿Quiénes son esos muchachos y muchachas que en filas interminables  invaden las camberas de Cantabria, lábaro en mano? ¿Son los hijos de Vindio?

No, son ya sus nietos, los hijos de quienes balbuceaban la palabra Cantabria con el libro de Isidro Cicero sobre las rodillas. Y esta nueva generación no dejará desiertas ni las calles ni los campos. Pueden ser derrotados, eso es cierto, pero ellos gritarán: ¡No importa, mañana venceremos!... Y tras esta generación vendrá otra, y luego otra, olas interminables que siempre besarán  la Tierra.

Las Guerras Cántabras aún no han terminado, y visos llevan de no concluir nunca, como la lucha céltica de la Luz contra la Oscuridad, o quizá sí, quizá finalice todo cuando el cielo se desplome sobre nuestras cabezas. A eso le tenemos algo de miedo, la verdad.

AVISO... También se quiere hacer constar que este texto está protegido por DERECHOS DE AUTOR, y que periódicamente, gracias a la IA, hacemos barridos en la Red para detectar plagios. Según la normativa de Facebook, la inserción de un texto o una imagen en esa red social no implica la pérdida de los derechos de autor frente a terceros usuarios. En este caso, la propiedad intelectual está reconocida en el expediente 2024/5095 del RPI-España-UE. (Tazón. Abogados)


domingo, 30 de marzo de 2025

REENCARNACIÓN DE LAS ALMAS CÁNTABRAS

 


Los habitantes del Solar Cántabro, allá por los tiempos en que llegaron los señores romanos, creían en la reencarnación. Pero el concepto que tenían difería mucho del pitagórico o del hindú. Los cántabros no entendían eso de que en el otro mundo las gentes serían retribuidas por sus actos, y que según estos fueran, en la reencarnación el nuevo cuerpo sería inferior o superior al que tuvieron en vida. Eso de la retribución en el más allá de los actos de la vida no iba con los celtas.

Sí pudiera suceder que tardasen más o menos en llegar al Sid, es decir, al Paraíso. Si se habían portado mal no encontrarían deidad que los acompañara, pues ya se sabe que los dioses eran guías de las almas y les mostraban el camino que les llevaría a la bienaventuranza; se trataba de la función “psicopompa” de la divinidad, conductora de los difuntos. Era comprensible que si el fallecido había violentado la ley divina, la hospitalidad por ejemplo, o había cometido algún asesinato, los dioses no quisieran saber nada de su alma tras la muerte, y esta vagaría por tierras, montes y bosques antes de hallar el Sid, se convertirían en almas resentidas, lo que los romanos llamaban “larvae” y que en la obra se denominan “trasgos errantes”, espíritus resentidos y con muy mala baba que se dedicaban a hacer todo tipo de maldades por rabia. Pero  al final todos alcanzaban el Sid.

Y, en cuanto llegaban allí, se reencarnaban. ¿En qué? Pues en otros cuerpos similares a los que tenían en vida, aunque eso sí, en la plenitud de su juventud. Si eran viejos, en cuerpos treintañeros; si niños prematuros, en jóvenes adultos y lozanos. Es decir, la llegada al Sid era una gozada para los celtas, para los cántabros. La muerte era el principio de una vida nueva. Además, todos conservaban su rango social, el jefe seguía siendo jefe y el siervo, siervo, pero sin rencillas porque su vida de bienaventurados no daba lugar a ellas.

¿En qué consistía, pues, esa vida de tanto gozo en el Sid de los reencarnados? ¿A qué se dedicaban? ¿A qué sino a comer, a beber, a divertirse? El paraíso era para los celtas una gran comilona permanente, una sobremesa interminable, juerga y cánticos, chistes y risas sin principio ni fin. Un chollo. Por eso no bajaban al mundo de los vivos terrenales salvo en tiempos en que las fronteras de ambos mundos se difuminaban, en el Samonios por ejemplo. ¿Cómo iban a salir de ese lugar maravilloso? Preferían vivir en la dimensión paralela del mundo de los muertos. Eso de las lucecitas en las calabazas que los llamaba en el Año Nuevo celta, debía de ser una lata para ellos, pues tendrían que dejar los buenos manteles para ver lo que hacían los desgraciadillos que aún no habían muerto, a los que tanto quisieron en vida.

Los guerreros fallecidos en combate tenían, sin embargo, un trato especial. Además de esas juergas monumentales y eternas, se les encomendaba una misión guerrera, pues entraban a formar parte de la Gran Cabalgada de Lug, de Lucobos para los cántabros, y es que también en el Sid se luchaba contra las fuerzas de la Oscuridad, amenaza permanente y ubicua. Por lo tanto, los caídos en combate también pasaban la eternidad comiendo y bebiendo y, además, guerreando. ¿Se podía pedir más? Con tales creencias, cómo se iba a temer a la muerte, cómo no iban a desear morir en combate. Si no lo lograban y llegaban a viejos, tomaban el tejo que era una especie de convalidación de la muerte en batalla, y si moría el jefe, los soldurios se suicidaban también para seguir cabalgando con él bajo las órdenes de Lucobos en el Sid.

¿Y las mujeres? ¿Lo pasaban tan bien como los hombres? Por supuesto. En las crónicas irlandesas Mider corteja a Etaín por medio de un canto que es el mismo que el dios encargado de conducir al alma de las mujeres al Sid les canta a estas tras la muerte. Así le decía el dios a la difunta al oído:

“Oh bella mujer, vendrás conmigo a la maravillosa tierra donde se oye una hermosa música, donde se lleva sobre los cabellos la corona de primavera, donde el cuerpo es de color de nieve de la cabeza a los pies, donde nadie está triste ni silencioso, donde los dientes son blancos y negras las cejas... La cerveza de Irlanda embriaga, pero la de la Gran Tierra es mucho más embriagadora... Allí no se envejece, ¡qué maravilloso país! Lo recorren arroyos de un cálido líquido que unas veces es hidromiel y otras vino, pero que siempre es excelente... Los hombres son encantadores, perfectos, y el amor no está prohibido... ¡Oh, bella mujer! ¿Vendrás conmigo?” (Arbois de Jubainville. “El ciclo mitológico irlandés”, pg. 209).

                Bueno, supongo que si todos en el Sid seguían con el mismo estatus que tuvieron en vida, y los señores permanecían como señores y los siervos como siervos, las mujeres seguirían siendo mujeres y, claro, en tal condición, ¿servirían la mesa del Sid durante toda la eternidad?... No, claro, eso no sería vida bienaventurada y entraría en contradicción con lo dicho en el párrafo anterior... No, ¡qué hacer!, no hay que ser mal pensados, las comidas llegarían solas a la mesa y se recogerían también solas, como en los dibujos animados de Merlín, platos que van y vienen por el aire volando a ritmo de gaita y tambor. Porque, ¿quién puede pensar que el paraíso celta, el Sid, estuviera pensado sólo para chicos, tan tragaldabas ellos?... ¡Qué hacer! ¡Qué pensamiento tan tonto!

                El mito celta de Mider y Etaín al que arriba se ha hecho referencia  es reproducido, aunque con notables modificaciones adaptadas al Solar Cántabro, en el segundo tomo de la epopeya “Cantábrica”, en el capítulo 29, donde se habla de “Calaeta, la disputada”, escena desarrollada en el castro de Peñarrubia, por Pámanes, que en la ficción se llama castro de Rud, perteneciente al pueblo de los blendios y es uno de los pocos casos en los que la reencarnación celta se produce en el mundo del más acá.

                En definitiva, que la llegada al Sid para hombres y para mujeres, para buenos y para malos, era toda una gozada. ¿Cómo no iban a morir cantando los señores cántabros si sabían que al caer el sol participarían junto a Lucobus en su Gran Cabalgada, tras una fiera borrachera ceremonial y con un cuerpo joven y poderoso? Vamos, yo cantaría por lo alto, por lo bajo y por lo ligeró, aunque estuviera clavado en una cruz.

Nota.- Este contenido no pertenece a «Cantábrica, la gran epopeya del Solar Cántabro», sino que es mera aproximación, síntesis o reseña si se quiere de varias entradas de esa obra, en la que estos temas son tratados con gran amplitud, y con una notable bibliografía de referencia.

También se quiere hacer constar que este texto está protegido por derechos de autor, y que periódicamente, gracias a la IA, hacemos barridos en la Red para detectar plagios. Según la normativa de Facebook, la inserción de un texto o una imagen en esa red social no implica la pérdida de los derechos de autor frente a terceros usuarios. En este caso, la propiedad intelectual está reconocida en el expediente 2024/5095 del RPI-España-UE.

Javier Tazón Ruescas, abogado.


sábado, 29 de marzo de 2025

CARLOS MARX HABLÓ DE CANTABRIA

 


¿Cómo es eso?, ¿cuándo?, ¿dónde? Pues sí, aunque no directamente, claro; fue cuando quiso hacer referencia a la Comuna; en su escrito del 18 Brumario. Pero,  ¡díganme si no se puede leer pensando en nuestras gentes sólo con superponer el escrito a quienes habitan hoy nuestro Solar Cántabro! Esto decía el polémico enanito de Blanca Nieves:

"La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionarias es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal."

"

viernes, 28 de marzo de 2025

HOMENAJE POÉTICO A LAS RUINAS DE CANTABRIA, O A LA RUINA DE CANTABRIA

 

Poema insertado en la Coda Poética del tercer tomo de «Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro» para compensar el ámago que puede producir la lectura de los poemas cojitrancos y mal puestos que pueblan esa sección, firmados por un colectivo de poetas tullidos de Cantabria. La imagen es del Palacio del Condestable, en Colindres de Arriba (Foto Tazón).

Funeral a los huesos de una fortaleza que gritan mudos desengaños (Francisco de Quevedo)

"Son las torres de Joray calavera de unos muros en el esqueleto informe de un ya castillo difunto.

Hoy las esconden guijarros, y ayer coronaron nublos. Si dieron temor armadas, precipitadas dan susto.

Las dentelladas del año, grande comedor de mundos, almorzaron sus almenas y cenaron sus trabucos.

Donde admiró su homenaje, hoy amenaza su bulto: fue fábrica y es cadáver; tuvo alcaides,  tiene búhos.

Certificome un cimiento, que está enfadando unos surcos, que al que hoy desprecia un arado era del fuerte un reducto.

Sobre un alcázar en pena, un balüarte desnudo mortaja pide a las yerbas, al cerro pide sepulcro.

Como herederos monteses, pájaros le hacen nocturnos las exequias, y los grajos le endechan los contrapuntos.

Quedaron por albaceas un chaparro y un saúco, fantasmas que a primavera espantan flores y fruto.

Guadalén, que los juanetes del pie del escollo duro sabe los puntos que calzan, dobla por él, importuno.

Este cimenterio verde, este monumento bruto me señalaron por cárcel: yo lo tomé por estudio.

Aquí, en cátedra de muertos, atento le oí discursos del bachiller Desengaño contra sofísticos gustos.

...

Tú que te das a entender la eternidad que imaginas, aprende de estas rüinas, si no a vivir, a caer.

El mandar y enriquecer dos encantadores son que te turban la razón, sagrado de que presumo.

...

Este mundo engañabobos, engaitador de sentidos, en muy corderos validos anda disfrazando lobos.

Sus patrimonios son robos, su caudal insultos fieros; y en trampas de lisonjeros cae después su imperio sumo.

Las glorias de este mundo llaman con luz para pagar con humo."


jueves, 27 de marzo de 2025

LOBOS, LICANTROPÍA Y RITOS ANCESTRALES


Imagen de "La Nueva España". 


En el actual “ESTADO DE DESINFORMACIÓN CALCULADA” yo no sé si la autorización de la caza del lobo —lo llaman regulación— será una medida de interés público o no. Puedo leer sobre el tema, o incluso estudiar, pero nadie me proporcionará los datos precisos para que me forme un criterio... ¿Que soy un exagerado te escucho cuchichear?

Mira, dices que matan a muchas reses. Será, aunque me gustaría ver esos cadáveres, ¡hay tanto truco subvencionable! Dices que cada vez están más cerca. Será, aunque no sé de quién en unos tiempos en que el lobo más despistado sería fotografiado al instante y subido a las redes. Dices que son un peligro y que puede haber una desgracia. No lo niego, aunque sospecho que algunos bordan capuchas de Caperucita para vender a los senderistas. La verdad, puede que tengas razón, ¿quién soy yo para negarlo?

Sólo dispongo para orientar mi criterio de las sencillas reglas de Occam, cortar el pastel por la parte más débil y, preguntarme: ¿quién se beneficia?, ¿serán subvencionadas las cabezas que se cobren?, ¿quiénes disfrutarán con la operación?, ¿qué bolsas de votantes se apropiarán los que promueven la regulación, caza y, en su caso hipotética extinción del lobo cantábrico? No se piense que voy a acusar a nadie, ¡que Véllico, el dios lobo, me libre de tal tentación!... Pero las respuestas a todas esas preguntas convergen en colectivos concretos, en partidos concretos, en personas concretas, sólo hay que echar cuentas.

Aseguras que todo está pensado, que se trata de una mera regulación de la población lobuna, que hay estudios... ¿Estudios? ¡Hombre, no me tomes el pelo! Me gustaría verlos, pero eso es casi como pedir que se le aparezca a uno la Virgen sin ser pastorcillo. ¿Estudios, dices? Seguro, como los de impacto ambiental en los briareos eólicos con que se está sembrando Cantabria de golpe y porrazo, estudios con miles de páginas de corta y pega a fin de encubrir lo que para cualquier lógica de cualquier buen padre o buena madre de familia —como se decía antes en derecho— es algo obvio: que habrá un antes y un después en las poblaciones de aves de Cantabria. ¿A esos estudios te refieres, hijo?... Y perdona, te digo “hijo” sin ánimo de ofender pues supongo que seas hombre, machote y amante de la caza... ¿Que muchas mujeres te apoyan? Vale, vale, me lo creo, no he dicho nada...

¿Que no se trata de una extinción programada de una especie? Pues bien, lo creo también, soy así de lerdo, pero dime tú, defensor del rifle y de la ganadería falsaria, abogado de los buscadores de subvenciones, de los verdes campos pavimentados, del turismo pisoteador de la esperanza en un futuro viable para nuestros hijos, dime tú, cazador exultante de gozo, ¿sabes quién es el lobo?...

...¡No saques tu ignorancia a relucir!, ¡no me digas que lo sabes mejor que yo porque naciste en el monte! No, juco, eso no cuela, dime de verdad: ¿sabes quién es el lobo? ¿Tendré que escribir su nombre histórico con mayúsculas? ¿Sabes lo que significó para nuestros antepasados, para la Historia?... ¡Ya, que tú no piensas en historias!... Te creo, Lin, te creo. Así y todo, te lo explicaré:

                Verás, los viejos habitantes del SOLAR CÁNTABRO tenían al lobo como a un hermano, se sentían hombres y lobos, miembros de la misma camada. A fin de lograr esa identidad, sometían al guerrero a ritos de madurez, pues no bastaba la mera mentalización, el mero adoctrinamiento. Los guerreros, para alcanzar el furor sagrado propio de los pueblos de la Cordillera, debían sentir al lobo, al oso, debían convertirse en ellos mismos, en fieras... ¡Ya, te entiendo!, que eso te importa un bledo, dices... Pues mira, tienes suerte, me callo, a los locos y a los ignorantes hay que darles la razón. ¿introducir un grano de arroz de duda entre la granítica mole de tu conformismo y aplauso? Vana pretensión... Prefiero que sea James George Frazer en “La Rama dorada” quien te lo explique, aunque sin  esperanza alguna... Dice así:

«Estos ritos consisten, en esencia, en extraer el alma del joven a fin de transferirla a su totem, pues la extracción del alma supone, necesariamente, matar al joven o, por lo menos, sumergirlo en un trance similar a la muerte. Su restablecimiento sería achacado a la infusión de una vida nueva que recibe de su totem. Así, la esencia de los ritos de iniciación, en lo que tienen de simulacro de muerte y resurrección, consistirían en un intercambio de vidas o almas entre el hombre y su totem. El mancebo muere como hombre y resucita como animal; el alma animal está ahora en él. Con perfecto derecho se llama a sí mismo lobo u oso, y trata a los lobos u osos como a hermanos (Frazer. La rama dorada 1984, pg. 776).»

... ¡Pero qué totem ni qué totem!, te escucho decir, ¡no sabes nada de nuestro sufrimiento con los lobos!... Sí, hombre, si te entiendo, entiendo que pienses que el monte es tuyo, y tuyos sus recursos, y que los ecologistas y conservacionistas, los arqueólogos o historiadores vendan de lo suyo, no de lo de los demás, y menos de lo tuyo... Vale, no te irrites, no quiero discutir, ya me callo, no sea que me untes o me eches al mastín... ¡Tranquilo, ho...!

Pero, has de saber que aunque  seas regionalista o pepero, ultra desbocado o sociata acomodaticio, te tengo presente en mis oraciones. Sabe, hermano, que cada día oro cuando se pone el sol —como decía Manuel Llano— para que lleve mis oraciones al Sid a horas de por la tarde, y reconforten a los antepasados por las barbaridades que hacen sus descendientes.

También rezo para que los dioses tengan piedad de vosotros y no abran la veda del canto rodado, aunque ya os advierto que los viejos dioses de Cantabria y Asturia no son proclives a la clemencia.

Pese a ello, les imploro para que se calmen y no se venguen, que sois como sois les digo con cara de pena, y es que, en el fondo, tonto mío, tonta mía, os quiero bien, aunque reconozco que la superpoblación chupóptera es tan numerosa como las arenas de la mar o las estrellas del cielo, y no hacen falta estudios técnicos que confirmen tal realidad porque lo obvio, lo cotidiano, no requiere demostración. Amén.

 


miércoles, 26 de marzo de 2025

EL POZO AIRÓN DE ESCALANTE

 


EL POZO AIRÓN DE ESCALANTE

Fue muy agradable descubrir hace unos días que la investigadora Marina Gurruchaga había tratado recientemente el tema del Pozo Airón en un interesante artículo publicado en la revista FolKlore, de la Fundación Joaquín Díaz, bajo el título: «Tremeo, un pozo airón en la Marina de Cantabria» https://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?ID=5164&NUM=516.

En él sostiene que el mundo mágico que rodea el sorprendente paraje del Pozo Tremeo, en Polanco, se corresponde con el ambiente mítico propio de los diversos pozos, ríos y cascadas que con el nombre de Airón se reparten por toda España.

Airón sería un dios celta que se habría adorado en tierras de Celtiberia y la Galia, según los estudios de los profesores Lorrio Alvarado, de la Universidad de Alicante, y Salas Parrilla. Por eso, se podría decir que ese Pozo Tremeo es, de alguna manera, el equivalente en Cantabria de los pozos sagrados y míticos. En definitiva, que reúne el paraje todos los elementos para ser considerado un pozo Airón, salvo, claro está, en el nombre, aunque también Tremeo tiene, según esta autora muy interesantes significaciones.

Sin embargo, en la Marina de Cantabria SÍ QUE EXISTE un paraje denominado POZO AIRÓN.  Se encuentra en Rincón de Baranda, en Escalante. El riachuelo comienza en una cascada de gran belleza cuando lleva agua a la que en el lugar se llama EL SALTO DEL AGUA. A poco de nacer se sumerge, ya a la altura del camino vecinal, para volver a aparecer en un paraje que se llama POZO AIRÓN, donde el Ayuntamiento dispone de dispositivos de bombeo, pues de sus aguas se nutren los barrios circundantes. Se trata de unas instalaciones muy antiguas.  No es como el Tremeo, aunque quizá lo fuera en su tiempo, pero ha quedado en pie su denominación y su funcionalidad.

A partir de ahí, este arroyo se extiende por toda la llanada de Escalante hasta desembocar en la mar, en plena marisma. Es un río local que, según los tramos, tiene diversas denominaciones. En el primero, hasta la iglesia, se llama RÍO AIRÓN, en la iglesia toma el de Río Concejo y en su desembocadura Río Molino, aunque en los archivos municipales figura el conjunto como RÍO AIRÓN. 

No existe en su contorno cúmulo de leyendas luctuosas y oscuras, como en el caso del Pozo Tremeo, pues nadie se ha ahogado en sus inmediaciones. El único hecho reseñable en torno a él es que cerca de su nacimiento fue escondida la Virgen de la Cama cuando la villa fue invadida por las mesnadas corsarias del Arzobispo de Burdeos en el siglo XVII. En el folclore hay también una tonada popular, compuesta por Nobel Sámano, Salutación a Escalante, en donde aparece, al estribillo, este río. En cualquier caso, desde tiempo inmemorial se conocen estos parajes como AIRÓN (pozo o río), y está documentado como tal en los archivos administrativos del Ayuntamiento de Escalante y de la Confederación Hidrográfica. Los nuevos topógrafos, los de Google Maps, han dado en llamar al lugar Pozeirún, pero como Pozo Airón figura en todos los archivos y en la memoria del pueblo.

Recientemente, el Ayuntamiento de Escalante —regido por Francisco Sarabia, historiador local— ha realizado un informe técnico-histórico sobre este paraje tan nítido de la topografía menor de Cantabria y se lo ha remitido al Profesor Lorrio Alvarado de la Universidad de Alicante para que lo tenga en cuenta a la hora de reeditar su obra, de manera que figure Escalante en la cartografía de distribución geográfica de los diversos pozos, ríos y lagunas que llevan el nombre de Airón a lo largo de España, Portugal y Francia, en caso de que sean reeditados sus trabajos.  También ha enviado esos informes a la Universidad de Cantabria y a diversas instituciones regionales vinculadas con el folclore y la historia de la región, como ADIC y la Asociación Guerras Cántabras (Asesoría histórica, Lino Mantecón).

Airón es, pues, un dios céltico o precéltico, pues entre otros restos, se ha hallado un ara votiva a este deo Aironis en Uclés, en un paraje denominado Pozo Airón, según los profesores Lorrio Alvarado y Salas Parrilla. En Francia se han encontrado, incluso, restos de sacrificios humanos en cuevas del mismo nombre. Hasta una localidad gala recibe el nombre de Airón.

Estamos, pues, como he dicho en otro lugar, ante el decimotercer dios de la primitiva Cantabria, Airón, que, además, reúne todos los requisitos para deducir que su función en el panteón cántabro, fue la de señor de las tinieblas, de la Oscuridad.

Como es lógico, en «Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro», de próxima aparición en tres tomos —composición literaria y épica—, este dios Airón, señor de las grutas y de lo escondido, ocupará un lugar privilegiado al frente de las fuerzas oscuras, opuestas a las luminosas en la mitología dualista celta, de la que sin duda participarían los cántabros del Segundo Hierro.

Por supuesto, nos hemos ofrecido a la profesora Marina Gurruchaga para proporcionarle toda la información de que disponemos sobre el tema, pues es la persona adecuada para el estudio de este presunto dios Airón cántabro, como lo demuestra el documentado y exhaustivo artículo sobre el “Tremeo, un pozo airón en la Marina de Cantabria”.

 

 


martes, 25 de marzo de 2025

LA DIOSA: MATER DEVA/MATER DEUM

 


Dice Marcos Pereda en su libro «Cantabria, tierra de leyendas» lo siguiente:

El nombre de la Diosa, cuentan, solo se puede susurrar. Nunca en voz alta, porque las cosas que necesitan gritos son las menos importantes. El nombre de la Diosa se murmura, el nombre de la Diosa se paladea, así como si quemase, como si pudiese matar.

Pero, ¿quién es la Diosa?, ¿la céltica Deva, cuya presencia se extiende por toda la Cornisa Cantábrica? Un ara votiva que apareció en Monte Cildá decía: «A la Diosa Madre, Deva, Gaio Licinio Ciso dedica este recinto sagrado, por un voto con agrado y justicia».

¿O no decía eso la lápida, porque las letras estaban borrosas y podría leerse como MATRI DV., es decir Madre Deva, pero también como MATRI DU, es decir Madre de los Dioses, lo que la asimilaría con la CIBELES romana? (J.G.Echegaray. Los Cántabros, pg. 100 y apéndice 1, 106).

Joaquín González Echegaray sostenía que era Deva, mientras que Hübner que era Cibeles. Autores hay que se inclinan hacia Deva, diosa autóctona, pues apareció junto a otras aras votivas dedicadas a dioses de indudable factura local, como Cabuniégino o Candamo. Pero, también podría tener razón el tal Hübner, y tratarse de Cibeles.

En realidad, no importa mucho la diferencia, pues Cibeles y Deva son la misma deidad.

Cibeles es una diosa frigia que se integró muy pronto en el panteón romano, hacia la época de las Guerras Púnicas. Siempre fue considerada como una divinidad de dudosa factura, un tanto bárbara y primitiva. Estaba vinculada con la Madre Tierra, generatriz universal. En su calidad de Señora de las Fieras (por eso en Madrid la tenemos al frente de un carro tirado por leones) resulta pareja con Diana, Artemis. El origen de Artemis ha de buscarse en la arcaica diosa minoico-micénica conocida como potnia theron, la Señora de las Fieras.

Es también la tal Cibeles una diosa a la que los latinos conocían como INNOMINADA, pues aunque la llamaban Cibeles, ello se debía a que su culto tenía origen en el monte Cibel, pero se evitaba su nombre o no lo tenía. Era una diosa ancestral, anterior a los cultos masculinos impuestos por los indoeuropeos. Estaba asimilada a lo oscuro, a lo profundo, a lo escondido en las cuevas.

Y su culto resultó muy popular en Roma, aunque tanta fuerza no radicaba en el reconocimiento institucional, sino en el ámbito privado al que se circunscribían los ritos. Su primitivismo tocaba la fibra sensible de muchos y se convirtió en una diosa muy atractiva en el ámbito privado. (Berrnabé Pajares. Himno XIV a la Madre de los Dioses. Biblioteca Clásica Gredos nº8).

La Deva celta es también una diosa de la tierra, ancestral, anterior a los dioses masculinos indoeuropeos, superviviente como Cibeles del trauma neolítico, cuando las gentes de las estepas impusieron su religión. Deva equivale a Briguit, a Dana.

Pues bien, cuando Estrabón, en su Geographia, habla de una diosa Innominada, ¿a quién se estará refiriendo? Empieza la frase del geógrafo griego con la afirmación de que los galaicos son unos ateos salvajes, vamos, un caso perdido, pero que sus vecinos, los pueblos que lindan al norte con los celtíberos, es decir, astures, cántabros, autrigones, vacceos, etc., al menos tienen una deidad INNOMINADA a la que danzan en familia, en la puerta de sus casas, las noches de luna llena. Es decir, que eran bárbaros, pero no del todo, pues tenían una divinidad a la que los romanos también veneraban, aunque con ciertos repeluznos por su carácter salvaje: la Innominada, es decir, Cibeles, la madre de los dioses y de los hombres, equivalente a Deva. No era lo ideal, según el griego, pero al menos era diosa conocida.

Coincidían ambos cultos —el de la Innominada/Deva y el de la Innominada/Cibeles— en que no eran del todo civilizados para los delicados romanos; en que rendían culto a la divinidad en privado, a la puerta de sus viviendas, con su familia; en que en ambos casos la divinidad era llamada por los griegos y romanos Innominada; en que a ambas les gustaba el estruendo, aunque no se nombraba a la diosa, ¿quizá porque su nombre sólo se podía susurrar? En definitiva, con su comentario, Estrabón asimila el culto a Deva al culto a Cibeles.

Esta voluntad de encajar a los dioses de los pueblos bárbaros en el panteón romano se llama interpretatio y, a veces nuestros antepasados culturales lo hacían a martillazos, como en el caso de Lug, dios celta capital, identificado con Mercurio, dios romano secundario. En el de Deva y Cibeles la correspondencia estaba mucho más clara.

En definitiva, que para los romanos Deva era la Cibeles de los cántabros, por lo que pasa a segundo plano el problema de si el ara de Monte Cildá dice MATER DEV (A) o MATER DEU (M), pues cuando Estrabón habla de la Innominada engloba a ambas.

Como mejor ejemplo de esta coincidencia de diosas, léase el siguiente Canto Homérico a la Madre Tierra, pero pensando en Deva, la señora de las tierras Cantábricas más que en la Cibeles frigia y romana, y se comprobará cómo se ajustan ambas imágenes:

«Cántame Musa de voz clara, a la Madre de todos los dioses y de todos los hombres, a la que agrada el estrépito de los crótalos y tamboriles, así como el rumor de las flautas, el aullido de los lobos y los leones de feroz mirada, los montes fragorosos y los torreones cubiertos de vegetación. Con mi canto te saludo a ti y a las diosas todas».

Nota.- Este contenido no pertenece a «Cantábrica, la gran epopeya del Solar Cántabro», sino que es mera aproximación, síntesis o reseña si se quiere de varias entradas de esa obra, en la que estos temas son tratados con gran amplitud, y con una notable bibliografía de referencia.

Javier Tazón Ruescas, abogado.

 

 


lunes, 24 de marzo de 2025

COSMOGONÍA Y TEOGONÍA CELTAS

 

La Cosmogonía es el relato mítico de la creación del mundo. La teogonía es el relato mítico del nacimiento y vida de los dioses. Toda mitología tiene su cosmogonía y su teogonía. ¿Seguro?, pues no, hay una que no: la celta.

¿Cómo puede ser esto?, ¿no tenían relatos sobre cómo se creó el mundo, o sobre cómo nacieron sus dioses, cómo se relacionaron entre ellos, cómo derivaron los unos de los otros? ¿Es la celta la única mitología del mundo que carece de esa información? Me temo que así es.

¿Y eso, por qué? Pues, amigos, dos son los culpables: los druidas y los monjes cristianos.

Según nos cuenta Julio César en La Guerra de la Galia, los druidas eran muy suyos, no soltaban prenda sobre los conocimientos de la creación del mundo y del nacimiento de los dioses sino a sus discípulos —pasmados quedarían los sacerdotes del roble si pudiesen ver cómo hoy día nos comunicamos sin tasa ni medida en internet, afectados por un narcisismo contagioso que tira a patológico—. Eran saberes, digo, que pasaban de boca de druida a oído de druida. Esa fue la primera razón por la que no nos ha llegado información sobre el concepto de creación celta: el ocultismo de los  druidas.

La segunda, los monjes cristianos que transcribieron infinidad de leyendas celtas (Irlanda, Gales). Estos otros nada dicen de cómo se creó el mundo y menos de cómo surgieron los dioses para los celtas. Al contrario, empiezan las grandes sagas con el relato de la creación cristiana, y las leyendas e invasiones se hacen cuadrar a martillazos con la Biblia en lo tocante a fechas y secuencias. A los dioses, luego, los rebajan a la categoría de meros personajillos de los bosques.

Estos monjes actuaban así por convicción religiosa y, seguramente, porque serían druidas reciclados. Es decir, ocultistas por partida doble.

Por lo tanto, ni sabemos nada sobre cómo concebían los celtas el nacimiento del mundo y de los dioses, ni podremos saberlo nunca.

Sin embargo, si buscamos en la Red por el comando “creación del mundo celta”, encontraremos abundante información y un relato constante, machacón y por completo inventado, relacionado con una yegua blanca que surge del contacto entre la espuma del mar y la tierra, que se alimenta de un roble, de la que nace Cernuno, y yo qué sé cuántas cosas más. Sabed que se trata de una FAKE creada, quizá, por celtistas floridos que no podían soportar la carencia de información sobre el concepto de creación del mundo y sobre el nacimiento de los dioses que, sin duda, tenían los pueblos celtas, pero que no nos ha llegado.

Si hacemos un seguimiento de todas esas páginas, de corta y pega masivo, hay siempre al final un documento «Hourly History (2016). Celtic Mythology. A Councise Guide to the Gods and Beliefs», fuente de todas estas imposturas. Es un texto subido a Amazon, un trabajito en inglés, sin referencia a autor alguno, y de extensión de unos diez folios, en el que se narra por primera vez lo de la yegüita, el roble, Cernuno, etc.

En fin, que nadie se engañe, salvo que se prefiera creer tonterías, asunto en el que cada uno es muy libre de entretenerse como le venga en gana.

En «Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro», en su apartado «Metamorfosis Cántabras» —tomo III— relato en el que se sigue el estilo de Ovidio Nasón, sí se da una visión completa, prolija y cerrada de la cosmogonía y teogonía cántabras, pero se advierte —hasta la saciedad—, que es un producto nacido de la Fantástica; lógico y coherente, sí, pero no científico. Se parte, lo mejor que se puede, de conceptos religiosos que se relacionan en «Céltica Cántabra» —tomo I—, apartado de presupuestos técnicos en que basamos la obra toda. Justo lo contrario de los amantes de inventar al tuntún, a la que salga, según les sople el viento.

Por cierto, todos estos textos que desde hace tiempo inserto, no pertenecen a la obra «Cantábrica», sino que pueden considerarse meras explicaciones y aproximaciones a la misma, reseñas en formato de salto de caballo y de picoteo en conceptos barajados del texto original. Este es infinitamente más rico, detallado y sistemático.

Claro que si el original desaparece, como le sucedió al pobre Tito Livio con las referencias a Cantabria en su famoso tratado Ab Urbe Condita, estas etéreas declaraciones facebookianas podrían servir para que los historiadores del futuro restauren como puedan la obra, que les quedará como un churro, claro.

Esto último lo digo en plan de coña, oye, que bien sé que el futuro no existe, que en muy poco todos calvos, huesos para estudio de los arqueólogos, y que el narcisismo de los poetas no pasa de flatulencia escurrida de borrica vieja.

Autor: Javier Tazón Ruescas (abogado).


miércoles, 19 de marzo de 2025

BEBÍAN ZYTHOS

 

Eso decía Estrabón, que bebían zythos, pero que cuando tenían vino hacían una gran fiesta. ¿Y qué puede ser el zythos? Si lo miramos desde el punto de vista etimológico, es la cerveza. Esa es la traducción exacta del término griego. Sin embargo, los señores helenos eran un tanto reduccionistas. Ellos, como los romanos, bebían vino, que era lo normal y natural en pueblos civilizados, a su entender. Los bárbaros bebían cerveza, siempre cerveza, o algo que se le pareciera, y como los buenos helenos y mejores romanos no eran partidarios de hacer muchos distingos en las costumbres de los pueblos bárbaros, metían en el mismo saco del zythos cualquier bebida que no fuese vino, especialmente las fermentadas con bases raras como frutas o las diversas variantes de la maceración. Para ellos todo era zythos.

En el Solar Cántabro y en el astur, sin embargo, poca cebada había para sustentar el consumo nacional a base de cerveza, y sabido es que bebían mucho, incluso para lanzarse al combate procuraban una sagrada embriaguez. Por eso, fácil es pensar que la bebida alcohólica que sustentaría su día a día sería elaborada con lo que más a mano tuvieran. ¿La manzana?

Es muy probable, pero no se trataría de una sidra elaborada al estilo actual, con un trujal, barricas y procesos de fermentación más o menos complicados, alcohólica y maloláctica, sino que someterían a la manzana a un proceso de maceración en agua para obtener una bebida alcohólica.

Los indios andino también elaboran sus bebidas con diversas frutas puestas a macerar en agua. En unos países se usa manzana, en otros piña, en otros lo que cuadre. A esa bebida andina se la llama chicha. Y, curiosamente, si dejamos manzana partida, pellejos, pulpa, etc. a macerar en agua durante una o dos semanas, obtendremos una rica bebida alcohólica con una graduación de 5,5, similar a la de la sidra; además, es muy rica. ¿No suena eso del hidromiel?, pues algo similar.

Por lo tanto, esa famosa cerveza de los astures y de los cántabros, así llamada por el griego Estrabón era, sencillamente, una sidra primitiva, elaborada a partir de un proceso de maceración en agua.

Y ahora, el problema técnico-literario. ¿Qué nombre dar en la ficción a esa bebida? Es el problema que tenemos todos los escritores cuando tratamos el pasado: los nombres de las personas, de los lugares y de las cosas. El criterio general es el de buscar la máxima coherencia del escrito y, en lo posible, no confundir al lector. Debemos darle un nombre a esa bebida. Llamarla sidra sería absurdo, por lo que la utilización de la palabra griega zythos que significa cerveza, pero dándole el significado de chicha o sidra de fermentación alcohólica en agua, parece lo adecuado.

En Asturias, la patria de la sidra, de la que Cantabria es un mero apéndice sidrero —y de eso entiendo mucho porque todos saben que amamanté a mis pechos la recuperación de la sidra cántabra— lo tienen muy claro: bebían zythos, es decir, una sidra bastante peculiar; incluso hay alguna marca de sidra asturiana que lleva tal nombre, y no desagradable, por cierto.

Una obra como «Cantábrica», en la que los personajes beben mucho, mucho, ha de dar una solución al nombre y al contenido de la famosa bebida de los cántabros, y toma prestado el zythos estraboniano y le confiere naturaleza de sidra primitiva. Estos juegos de manos del mundo de la Fantástica serían impensables en la ciencia histórica, pero las adaptaciones cinematográficas son así, pueden acertar o no, pero resultan inevitables.

Sobre estos asuntos sidrero-históricos, se pueden consultar mis obras: «El Trujal, mitos y leyendas sobre la historia de la sidra en Cantabria» y «Confieso que he bebido...Sidra».


martes, 18 de marzo de 2025

LAS FRATRÍAS GUERRERAS, FUNDADORAS DE EUROPA

 



Lo único que queda hoy día de las viejas fratrías guerreras son las peñas de amigotes que toman blancos juntos o se reúnen para ver partidos de futbol. Autores hay que creen ver en esta presencia masiva del machote tabernero y futbolero en la Hispania actual, la pervivencia de viejos usos y la preeminencia del sustrato prerromano. Otros, más serios, aseguran que las fratrías guerreras de los preceltas se perpetúan, sí, pero en las agrupaciones de zamarrones, ya en el ámbito folclórico.

Cuando alguna deidad caprichosa diseñaba los tiempos más remotos, los grupos de guerreros jóvenes que se lanzaban a la aventura de conquistar nuevas tierras y de independizarse de su clan fueron quienes extendieron por toda Europa una cultura nacida en las estepas del este.

El mecanismo de su extensión resultaba sencillo: los excedentes de población eran expulsados de sus castros, ritos sagrados por el medio. Por ejemplo se echaba a los senderos a todos los varones nacidos en un mismo año. Bajo la protección del dios de la guerra partían a la aventura sin mujeres ni alimentos, de todo lo cual debían proveerse sobre el terreno, pues sólo portaban las armas, los caballos y, todo lo más, unos bocadillos en los zurrones para la primera jornada, y eso porque sus madres llorosas insistirían.

Nunca volvían a su castro, se alimentaban de lo que depredaban, sometían a los pueblos con que se topaban sin miramiento alguno, se quedaban con sus mujeres y se instalaban lejos del hogar. Así actuaron los yamnaya esteparios. Por supuesto, su religión era guerrera, dominada por los dioses varones, seguían a jefes indiscutidos elegidos por su valor, compartían terrenos comunales, practicaban el gran sacrificio que consistía en darse muerte en caso de que el líder falleciera en combate, y sus almas eran transportadas al Sid, al paraíso, en el pico de los buitres, encargados de descarnar los cadáveres de los muertos. La historiografía dio en llamarlos preceltas y los habitantes de la Cornisa Cantábrica y de la Hispania mesetaria pertenecían a etnias de tal origen.

Luego, otros pueblos nacidos de la misma raíz, como los celtas, llegaron a la Península, los romanos los llamaron celtíberos, y encontraron a esas gentes con las que tenían mucho en común pues eran parientes lejanos. Dada la cultura superior de los celtíberos, los preceltas fueron definitivamente celtizados y surgieron los diversos pueblos del norte: galaicos, astures, cántabros, autrigones, caristios, várdulos, vacceos, etc, esos que junto a los celtíberos de los que no se diferenciaban, dieron tanto trabajo a Roma.

Esta teoría del origen estepario de la mayor parte de los pueblos de Europa, nacida a mediados del siglo pasado de la mano de Marija Gimbutas no tuvo mucho éxito en un primer momento, pero en la actualidad, a partir de autores como Daniel Anthony y Daniel Reich, aparte de los estudios sobre el ADN de los actuales europeos, ha alcanzado el estatuto académico de teoría dominante.

Sin embargo, por lo que se pasa muy por encima, como si quemara, es la existencia de las cofradías guerreras. Roma, sin ir más lejos, fue fundada por una pandilla de esos jóvenes desesperados, violentos,  descendientes como los celtas de los esteparios, y ya se sabe lo que pasó con las sabinas, que las raptaron porque chicas no tenían. Hasta hay quien dice que en tiempos de la máxima extensión esteparia, hace así como cinco mil años, los señores yamnaya o equivalentes mataron a los varones de media Europa, especialmente en las Islas del Norte y en la Península Ibérica y se quedaron con las mujeres. Algo de ello pudo haber. Así de brutos eran los antepasados de todos los europeos.

Mucho se dice a favor y en contra de esta teoría del exterminio de los varones, asunto en el que no podemos entrar porque de él no saldríamos, pero lo cierto es que el aspecto violento de los fundadores de Europa, hombres que se identificaban con el lobo, con el oso, con la furia ciega e imparable, no es bien admitido por el mundo ortopensante actual. Se prefieren unos celtas y unos preceltas amantes de la naturaleza, pasmados ante la belleza de los robles, flauteros, tirando a hippies y, por supuesto matriarcales y protofeministas.

Sin embargo, me pregunto si  no será preferible aceptar los hechos como fueron, no como queremos que hubieran sido. ¿Se nos tachará de contrarios a los movimientos feministas y verdes actuales por reconocer que los antepasados de los cántabros eran patriarcales en extremo, hasta el punto de que un padre tenía el poder de ordenar la muerte de toda la familia a un niño y este cumplir su voluntad sin pestañear?, ¿que estaban regidos por una religión de dioses lobos y que eran capaces de cargarse a todos los hombres enemigos para quedarse con sus mujeres?... ¿Que no, que eran matriarcales?..., ¿pese a tales antecedentes?... En fin, ¿quién soy yo para discutir?

Luego pasa lo que pasa, que llegan los novelistas, las gentes ingenuas que trabajan la ficción y que se basan —con la mejor intención del mundo— en los estudios científicos y, siguiendo a determinados sabios, pretenden mezclar en sus tramas el fuego con el agua, la violencia extrema con la ecología y las flores, la Wikka con el Haloween, y sus obras terminan siendo ilegibles por incoherentes.

Por eso, en «Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro» se llama a las cosas por su nombre: a la torta de bellota pan y al zhytos sidra —sobre esto último pronto hablaremos—,  a los celtas, celtíberos y cántabros se los tiene por patriarcales, y a sus mujeres se las presenta como las más fieles guardianas de la mentalidad patriarcal de su época. No podemos hacer otra cosa, se enfade quien se enfade, salvo pedir disculpas a las almas sensibles. 


lunes, 17 de marzo de 2025

NEMÉTONA Y ADRIANO GARCÍA LOMAS

 



No deja de ser curiosa la inserción del maestro de Iguña, en su famosa obra «Mitología y Supersticiones de Cantabria», de un EPÍLOGO en el que se introduce la figura de una hembra bravía “hermana de NEMÉTONA, la diosa celta de los bosques”, afirma alegórico quizá por no atreverse a dar nombre a su criatura. Crea el maestro un mito en torno al Pico Jano, personificación y representante para el autor de todos los montes singulares de Cantabria, y en él hace vivir y morir a su diosa, ejemplo de mujer guerrera y de divinidad protectora de la naturaleza. No le da nombre, aunque el de Nemétona, la diana cazadora celta, sobreflota todo el relato.

Sale al paso esta creación, dice el autor, al hecho de la importancia dada a Corocotta y a Laro “citados por los historiadores de las guerras cántabras como leyenda de oro”, y a que de las aventuras de una reina salvaje, “exaltación de las cualidades de su sexo” nada se ha dicho. Por eso, para contraponer las virtudes guerreras femeninas a las virtudes guerreras de los mitos de que tanto se ha hablado, surge en la mente de don Adriano esta idea de la mujer poderosa, “que él, por lo que vale prohija”, dice, introducida en el epílogo de «Mitología y Supersticiones de Cantabria», donde es creada de principio a fin.

Es decir, que por una razón o por otra —no somos nadie para juzgar a nuestro respetado Adriano—, el compilador vio preciso cerrar un libro en extremo positivista, concreto, descriptivo y metódico, seguidor de todos los cánones de la ciencia etnológica, y lo hizo mediante una ficción literaria, es decir que creó mitología a partir de la literatura. A esto se llama mitopoyesis, importante subgénero literario del que Tolkien es el máximo representante actual. (En la antigüedad fueron numerosos los autores griegos y romanos que tal hicieron, Silio Itálico con la Púnica entre ellos).

Y decimos que no deja de ser curiosa la extravagante inserción, cuando el mismo autor introdujo la duda sobre algunas de las creaciones de Manuel Llano por estar inspiradas, precisamente, en una visión poética del mundo rural.

En apoyo de Llano y de sus criaturas —otra gran creación mitopoyética—, han salido al paso, en muchas ocasiones, los relatos de Jesús García Preciado, compilador y divulgador de la mitología Cántabra, según me ha indicado con acierto un amigo que ha visto en YouTube una reseña sobre el prólogo de “Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro”, y que detectó la ausencia en él de una referencia a Preciado.

Isidro Cicero, Gustavo Cotera y el mencionado Jesús García Preciado pusieron los cimientos para la asunción de la mitología cántabra en el imaginario colectivo. Fue una segunda generación de artistas divulgadores de la papilla mítica con la que se alimentó la imaginación de nuestros hijos... Y la nuestra —confesémoslo— noche tras noche leyéndoles el Vindio, atractivos relatos sacados de la tierra e imágenes mitológicas, ante las que se quedaban, nos quedábamos, extasiados.

Tenemos así, una primera generación de escritores FUNDACIONALES, forjadores de mitología, compuesta por Llano y García Lomas; y una segunda, de escritores y artistas DIVULGADORES, integrada por Cicero, Cotera y García Preciado.

Todos ellos crearon, en cierto modo, mitología a partir de su literatura y su arte, pero fue Adriano García Lomas, con su epílogo sobre Nemétona —permítasenos ponerle este nombre a su “invento”— en su memorable obra «Mitos y Supersticiones de Cantabria», quien de manera por completo metapoyética, tolkeniana, puso el primer pilar de una Mitología Global de Cantabria.

El tiempo, que nunca se detiene, ha hecho sonar una campana de alarma: los años que vienen, los tres tercios de siglo que quedan por delante, piden, exigen superar el marco infantil de la mitología cántabra —tan provechoso hasta ahora—. Llegado es el momento de que los dioses viejos, de nombres retorcidos y en desuso, pugnen por salir al trabajoso, atrafagado y estéril escenario de la Cantabria actual. ¿Podrán ellos colaborar en levantar la moral de nuestro pueblo, independientemente del origen de sus componentes, de su sexo, de su raza, de su condición, sean o no descendientes directos o indirectos de los viejísimos cántabros indómitos, asunto  que no parece realmente operativo, salvo que se logre levantar los faldones a los ángeles para conocer su sexo y así catalogarlos?, ¿será provechoso para la moral de las gentes del Solar Cántabro este nuevo enfoque de la mitología?... El tiempo lo dirá.

jueves, 13 de marzo de 2025

LOS SOLDADOS DE LA OSCURIDAD

 

En la mitología celta irlandesa, los FOMORÉ o FOMORIANOS son los seres contrahechos que formaban parte de las fuerzas del mal, de la Oscuridad, anteriores a la llegada de todos los invasores (Partolón, Firbolg,  Tuatas, Milesios...). Estas personificaciones del miedo tienen que estar presentes, necesariamente, en una reconstrucción mitopoyética de la mitología cántabra, por eso son importantes personajes en «Cantábrica», sólo que les daré el nombre de FOMOUROS, jugando con el elemento irlandés y con el concepto difuso de MOURO, propio de Cantabria, Asturias y Galicia. La literatura tiene una gran ventaja sobre la historia y la ciencia: la posible y obligada adaptación de conceptos y términos.

Estos seres de la Oscuridad, junto con otros de mayor cuantía pero también ctónicos, me han dado mucha guerra en la composición de la Epopeya. Además, hay que tener en cuenta que la asignación de nombres a los personajes divinos es uno de los más difíciles problemas de la metamitología, la reconstrucción literaria cerrada a partir de escasos elementos preexistentes.

Si encontrar nombre adecuado para estos soldados de número de los ejércitos del mal, los FOMOUROS, era difícil, el concepto también se las traía. Por fortuna, contaba con Manuel Llano y con su obra «Retablo Infantil», capítulo “Miedo” (Obras completas, edición de 1967, pg. 84), donde se ilustra el componente terrorífico en la memoria colectiva que el poeta plasma a la perfección. Este terror difuso y contrahecho subyace en la mente de los niños, paleolítico de toda mitología, rebosante de miedos casi instintivos. Así describe el maestro a estas pesadillas del mal:

«Mitos de humo, de neblina oscura, como sombras de hombres gordos en las paredes de la cocina. Unos tenían los dientes azules, la frente de color de ladrillo, el pecho lleno de púas cárdenas, las manos en forma de rastrillo con pinos de hierro relumbrantes en las puntas. Otro, todo negro como hocico de vaca, tenía la cabeza de lobo y el cuerpo de persona.  Otro enseñaba sus colmillos verdes, sus grandes orejas cenicientas, su cuello encarnado y ancho... Unos tenían los ojos muy grandes, del color de oliva negra, unas melenas rojas, unas manos redondas, sin dedos, del color de las piedras del camino. Otros usaban unas barbas como de yerbas secas, en las que se guarecían unos pájaros blancos cuyos picotazos traían la desgracia, el dolor, la mala suerte de toda la vida. Mitos rechonchos, de cara colorada, con la nariz grande y corva, los pies de cabra, los ojos de águila, vestidos de yedra, de rozo, de juncos secos... Mitos altos y flacos, con ojos de gato montés, cara de chivo, desnudos, amarillos, negros».

Como se suele decir, el gran poeta carmoniego me quitó la descripción de la pluma — casi mejor porque yo nunca habría alcanzado su calidad—. Esos son, en fin, los FOMOUROS de «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro», seres malos de toda maldad, deformes, auténticos Frankenstein de imposible arquitectura, habitantes de las profundidades. Desempeñan la función de conectores con el terror atávico a lo contrahecho que amenaza en la sombra, el gran pavor indefinido. Precisamente para combatirlo se inventó la literatura, pues esta cumple una labor apotropaica, de vacuna preventiva contra el miedo, como si dijéramos.

Y, ya que hablamos de invenciones literarias —yo prefiero decir trasposiciones literarias—, Adriano García Lomas fue el primer escritor cántabro que aportó una reconstrucción mitopoyética de la diana cántabra, Nemétona, al final de Mitos y Supersticiones de Cantabria, trabajo que ha pasado inadvertido para los amantes de la mitología cántabra, pero  sobre esto ya insertaré algo el lunes.

 

 


miércoles, 12 de marzo de 2025

UN MATRIARCALISMO DESQUICIADO

 

Encontré hace muchos años —en la prehistoria de la elaboración de mi «Cantábrica»— un documento técnico escrito por una más que importante autoridad académica de Cantabria, fechado hacia 1977, que versaba sobre estructura social, poblamiento y etnogenia de Cantabria. Lo estudié y desmenucé y me convenció. ¡Qué le iba a hacer!, no tenía forjado mi criterio ni poco ni mucho.

En síntesis, decía lo siguiente: A la llegada de los romanos a Cantabria, esta se encontraba dividida en tres niveles de indoeuropeización: uno claramente celta y patriarcal, evolucionado, la Cantabria Cismontana donde se ubicaban los grandes oppida y que fueron los auténticos resistentes de que hablan las fuentes; otro, la Transmontana, que se subdividía en dos partes: una zona también céltica y patriarcal, del Besaya hacia poniente, más indoeuropeizada, y una zona matriarcal y autóctona, vascoide, en el oriente de Cantabria. ¿En qué se fundamentaba esta teoría?, pues en la toponimia, que según el autor —gran experto— guardaba residuos supuestamente vascos en el este de la zona costera, y no en el oeste. 

Lo anterior quizá sea una mera simplificación del contenido del artículo, pero es suficiente para lo que me interesa. No es mi cometido discutir con los científicos, sino sólo estudiar la repercusión de sus teorías en el proceso de elaboración de la Fantástica.

Sin duda, tal planteamiento era muy útil para una creación literaria: tres grupos bien definidos en la Cantabria de la Segunda Edad del Hierro, que podían estar enfrentados entre sí, con una notable presencia vasca o vascoide en el oriente, lo que daba pie a utilizar aerotransportada la elaborada mitología vasca, considerada como preindoeuropea y ultramatriarcal, una mitología que ha alcanzado niveles de auténtica teología en los ámbitos académicos de la Universidad del País Vasco, un matriarcado que daría mucho juego en tramas y componendas, e incluso en presentismos relacionados con el feminismo, movimiento revolucionario al que este autor nunca hizo ascos. Sin duda, toda esa bambolla de tres niveles culturales, sociales e idiomáticos en el Solar Cántabro daba mucho juego literario.

Y me dediqué a la tarea de recomponer la mitología de la Vieja Cantabria con tales mimbres, a profundizar en los diversos niveles constructivos, a estructurar tramas, evoluciones, personajes y panteones divinos. Apliqué cientos de horas al trabajo y, cuando ya llevaba casi setenta y cinco mil palabras escritas, tuve que desechar el marco propuesto por ese sesudo estudio nacido en el seno de la Universidad de Cantabria, por incoherente.

No llegué a esta conclusión por razones técnicas y científicas, pues no es ese mi campo, sino por imposibilidad de aplicar esta visión de lo cántabro a la composición que tenía entre manos. Las leyes de la Fantástica, tan diferentes a las de la Lógica —ni más ni menos ciertas y ni más ni menos falsas— se resintieron.

En efecto, no me cuadraban los argumentos, no respondía la construcción teórica del experto en toponimia a las fuentes literarias, la mitología vasca aplicable a la cántabra como sustrato no era ni seria ni verosímil en el marco de la creación literaria y, en cuanto al enfrentamiento entre patriarcado y  matriarcado de los cántabros todo era confuso, los personajes estaban forzados, las tramas resultaban incongruentes porque obligaban a un retorcimiento exagerado y artificial de la diégesis, y el texto literario naufragaba en un sinsentido de conceptos contradictorios... Vamos, que no acertaba ni con el tono, ni con la forma, ni con la estructura del relato. Luego comprobé, tras abundantes horas dedicadas al estudio de la literatura científica, que esa supuesta etnogenia cántabra era un dislate y que por eso no cuadraba con mis planteamientos literarios.

Es decir, que me salía como un churro la reconstrucción mitopoyética de la mitología cántabra y me vi obligado a aplazar la obra durante años para empezar, de nuevo, desde cero, mucho tiempo después. Eso sí, en el segundo intento contaría con un respaldo científico serio.

Nótese, sin embargo, que nada critico de la teoría científica de ese notable autor universitario cántabro, ¡libren de tal idea los dioses a este humilde zurupeto!, sólo digo que desde el punto de vista de su aprovechamiento literario, esa Cantabria tripartita que, aparentemente daba abundante juego, era inviable. Tras mucho tiempo dedicado al estudio de un campo que no era el mío, dispuse de notables instrumentos que mostraban la falacia de ese trabajo de 1977 en el que se oponía matriarcado cántabro-vasco a patriarcado celta.

La creación de la mitología a partir de la literatura, mitopoyesis —de la que Tolkien es el máximo exponente— debe basarse en la coherencia textual y, entre otras muchas cuestiones que no proceden ahora, no cuadraba con la “lógica de la Fantástica” el marco matriarcal que el estudio de 1977 imponía a una parte del territorio cántabro.

En la «Cantábrica» que al final resultó se comienza por afrontar este problema del supuesto matriarcado, pues del “sexo” de los dioses —dado que el “género” nunca fue constructo de libre disposición para la divinidad—, depende la coherencia de toda la reconstrucción mitopoyética.

Y hemos de confesarlo, en «Cantábrica» se parte de una negación sistemática del matriarcado en el Solar Cántabro.

¿Eso quiere decir que las mujeres de los pueblos cantábricos no tuvieron privilegios por encima de las mujeres mediterráneas de la misma época? No, por cierto, sino todo lo contrario, eran unas afortunadas porque la estructura económica de la sociedad celta favorecía ciertos privilegios femeninos que Estrabón incluyó en su confuso término de ginecocracia que a tantos ha despistado.

¿Matriarcales los cántabros?... Ni por pienso, pues las decisiones básicas e imperativas correspondían siempre a los patriarcas, a los jefes. ¿Con ciertos privilegios para la sororidad femenina?... Eso sí, pero a partir de conceptos tan materialistas como la manera que tenían los celtas, los celtíberos, los cántabros, de ganarse el sustento: la guerra, la violencia y la rapiña institucionalizadas.

Además, en esa estructura patriarcal, las mujeres constituían un cerrado colegio de guardianas. En una sociedad de religión guerrera y dominadora, las sororidades femeninas eran entregadas transmisoras de la violencia institucional, aunque esto suene muy fuerte y pueda herir sensibilidades bien pensantes actuales.

Cuando apliqué estos nuevos criterios, las piezas del rompecabezas literario, metapoyético, nacido de la lógica diferente por la que se rige la Fantástica, cuadró a la perfección: los dioses se hicieron coherentes. ¿Más polémicos, quizá?... Puede ser, pero eso me importa tirando a un comino, sea dicho con los debidos respetos y sin ánimo de ofender.


martes, 11 de marzo de 2025

ROMANCE HEROICO A UN CRETINO CON MÓVIL EN RISTRE QUE HUMILLÓ AL SILENCIO EN LA SIERRA DE LA VIDA, ENTRE LAREDO Y LIENDO, UN LUNES POR LA MAÑANA.

 


Quisiera hoy pobre bruto cantarte
un romance mecido en mi vihuela.
Sea en verso mayor, tú lo mereces,
cardo feliz, aborto de la tierra.

Era lunes y marzo en sus principios,
y a punto de estallar la primavera.
Se ocultaba el silencio entre las sombras
Tras tanta barbacoa dominguera.

Pero al final, yo anduve de puntillas,
y él bien captó que amaba su belleza,
sacerdote de túnica escarlata,
gris o marrón, a juego con la tierra.

Estallará la Sierra en mil silencios,
y la Vida regalará su arenga:
aves que se persiguen por los cielos,
coros son mil, bandadas pajareras.

El cuadro silencioso de la vida
el gran Buciero en la distancia observa,
y el árgoma de flores amarillas
llena lomas e invade las laderas.

El horizonte fabricando al viento,
y en el añil perdida está una vela,
surrealista toque, pincel fino,
contraste blanco, carne de galerna.

Las yemas tímidas, tan vergonzosas,
pregonan al final la primavera,
y en los barrancos, lascas del pasado,
grandiosos buitres leonados vuelan.
Hasta el Candina, señor de las cumbreras,
con blancas nubes juega a las cometas.

Mas al fondo sinuosa ya se escucha
tu negra y mas que oscura furgoneta.
Vienes a reposar tus noches y tus días,
a que la calma relaje tu cabeza,
pues entre ruidos, rayitas y jaranas,
dos noches habrás, gañán, pasado en vela,
y precisas hoy de un silencio puro
por defecar tu sangre cloaquera.

Ya en el mirador, sacas tu cerebro,
medida plana de tu inteligencia
y a voz en grito hablas con esa amada
que está muy lejos, quieres que te entienda.

Por qué naciste, dime tonto mío.
Por qué descansaremos en la misma tierra.
Espero que apaguen el móvil en tu entierro,
zanguango inútil, sangre de cerveza.

Y que al abismo caigas en silencio,
humanoide, animal, allá te veas,
y que el dios de la nada te devore
como devorado ha tu inteligencia.

Lamentable es que con tu ruido odioso
también has arruinado este poema
que se inició con metáforas gloriosas
y termina aquí, cargado de cadenas.

¡Oh mar, oh buitres, oh fugaz misterio
de la Sierra de la Vida que te alejas!
Mañana volveré y en silencio cantando
recorreré mañana tus almenas.

Mañana, cuando despunte silenciosa,
orgullosa y sutil tu primavera,
sin necios devoradores de palabras.
Te adoraré sin voz, Madre Cantabria, 
a tumba abierta. 




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