martes, 25 de marzo de 2025

LA DIOSA: MATER DEVA/MATER DEUM

 


Dice Marcos Pereda en su libro «Cantabria, tierra de leyendas» lo siguiente:

El nombre de la Diosa, cuentan, solo se puede susurrar. Nunca en voz alta, porque las cosas que necesitan gritos son las menos importantes. El nombre de la Diosa se murmura, el nombre de la Diosa se paladea, así como si quemase, como si pudiese matar.

Pero, ¿quién es la Diosa?, ¿la céltica Deva, cuya presencia se extiende por toda la Cornisa Cantábrica? Un ara votiva que apareció en Monte Cildá decía: «A la Diosa Madre, Deva, Gaio Licinio Ciso dedica este recinto sagrado, por un voto con agrado y justicia».

¿O no decía eso la lápida, porque las letras estaban borrosas y podría leerse como MATRI DV., es decir Madre Deva, pero también como MATRI DU, es decir Madre de los Dioses, lo que la asimilaría con la CIBELES romana? (J.G.Echegaray. Los Cántabros, pg. 100 y apéndice 1, 106).

Joaquín González Echegaray sostenía que era Deva, mientras que Hübner que era Cibeles. Autores hay que se inclinan hacia Deva, diosa autóctona, pues apareció junto a otras aras votivas dedicadas a dioses de indudable factura local, como Cabuniégino o Candamo. Pero, también podría tener razón el tal Hübner, y tratarse de Cibeles.

En realidad, no importa mucho la diferencia, pues Cibeles y Deva son la misma deidad.

Cibeles es una diosa frigia que se integró muy pronto en el panteón romano, hacia la época de las Guerras Púnicas. Siempre fue considerada como una divinidad de dudosa factura, un tanto bárbara y primitiva. Estaba vinculada con la Madre Tierra, generatriz universal. En su calidad de Señora de las Fieras (por eso en Madrid la tenemos al frente de un carro tirado por leones) resulta pareja con Diana, Artemis. El origen de Artemis ha de buscarse en la arcaica diosa minoico-micénica conocida como potnia theron, la Señora de las Fieras.

Es también la tal Cibeles una diosa a la que los latinos conocían como INNOMINADA, pues aunque la llamaban Cibeles, ello se debía a que su culto tenía origen en el monte Cibel, pero se evitaba su nombre o no lo tenía. Era una diosa ancestral, anterior a los cultos masculinos impuestos por los indoeuropeos. Estaba asimilada a lo oscuro, a lo profundo, a lo escondido en las cuevas.

Y su culto resultó muy popular en Roma, aunque tanta fuerza no radicaba en el reconocimiento institucional, sino en el ámbito privado al que se circunscribían los ritos. Su primitivismo tocaba la fibra sensible de muchos y se convirtió en una diosa muy atractiva en el ámbito privado. (Berrnabé Pajares. Himno XIV a la Madre de los Dioses. Biblioteca Clásica Gredos nº8).

La Deva celta es también una diosa de la tierra, ancestral, anterior a los dioses masculinos indoeuropeos, superviviente como Cibeles del trauma neolítico, cuando las gentes de las estepas impusieron su religión. Deva equivale a Briguit, a Dana.

Pues bien, cuando Estrabón, en su Geographia, habla de una diosa Innominada, ¿a quién se estará refiriendo? Empieza la frase del geógrafo griego con la afirmación de que los galaicos son unos ateos salvajes, vamos, un caso perdido, pero que sus vecinos, los pueblos que lindan al norte con los celtíberos, es decir, astures, cántabros, autrigones, vacceos, etc., al menos tienen una deidad INNOMINADA a la que danzan en familia, en la puerta de sus casas, las noches de luna llena. Es decir, que eran bárbaros, pero no del todo, pues tenían una divinidad a la que los romanos también veneraban, aunque con ciertos repeluznos por su carácter salvaje: la Innominada, es decir, Cibeles, la madre de los dioses y de los hombres, equivalente a Deva. No era lo ideal, según el griego, pero al menos era diosa conocida.

Coincidían ambos cultos —el de la Innominada/Deva y el de la Innominada/Cibeles— en que no eran del todo civilizados para los delicados romanos; en que rendían culto a la divinidad en privado, a la puerta de sus viviendas, con su familia; en que en ambos casos la divinidad era llamada por los griegos y romanos Innominada; en que a ambas les gustaba el estruendo, aunque no se nombraba a la diosa, ¿quizá porque su nombre sólo se podía susurrar? En definitiva, con su comentario, Estrabón asimila el culto a Deva al culto a Cibeles.

Esta voluntad de encajar a los dioses de los pueblos bárbaros en el panteón romano se llama interpretatio y, a veces nuestros antepasados culturales lo hacían a martillazos, como en el caso de Lug, dios celta capital, identificado con Mercurio, dios romano secundario. En el de Deva y Cibeles la correspondencia estaba mucho más clara.

En definitiva, que para los romanos Deva era la Cibeles de los cántabros, por lo que pasa a segundo plano el problema de si el ara de Monte Cildá dice MATER DEV (A) o MATER DEU (M), pues cuando Estrabón habla de la Innominada engloba a ambas.

Como mejor ejemplo de esta coincidencia de diosas, léase el siguiente Canto Homérico a la Madre Tierra, pero pensando en Deva, la señora de las tierras Cantábricas más que en la Cibeles frigia y romana, y se comprobará cómo se ajustan ambas imágenes:

«Cántame Musa de voz clara, a la Madre de todos los dioses y de todos los hombres, a la que agrada el estrépito de los crótalos y tamboriles, así como el rumor de las flautas, el aullido de los lobos y los leones de feroz mirada, los montes fragorosos y los torreones cubiertos de vegetación. Con mi canto te saludo a ti y a las diosas todas».

Nota.- Este contenido no pertenece a «Cantábrica, la gran epopeya del Solar Cántabro», sino que es mera aproximación, síntesis o reseña si se quiere de varias entradas de esa obra, en la que estos temas son tratados con gran amplitud, y con una notable bibliografía de referencia.

Javier Tazón Ruescas, abogado.

 

 


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