Dice Marcos Pereda en su
libro «Cantabria, tierra de leyendas»
lo siguiente:
El nombre de la Diosa, cuentan, solo se puede susurrar.
Nunca en voz alta, porque las cosas que necesitan gritos son las menos
importantes. El nombre de la Diosa se murmura, el nombre de la Diosa se
paladea, así como si quemase, como si pudiese matar.
Pero, ¿quién es la
Diosa?, ¿la céltica Deva, cuya presencia se extiende por toda la Cornisa
Cantábrica? Un ara votiva que apareció en Monte Cildá decía: «A la Diosa Madre,
Deva, Gaio Licinio Ciso dedica este recinto sagrado, por un voto con agrado y
justicia».
¿O no decía eso la
lápida, porque las letras estaban borrosas y podría leerse como MATRI DV., es
decir Madre Deva, pero también como
MATRI DU, es decir Madre de los Dioses, lo
que la asimilaría con la CIBELES romana? (J.G.Echegaray. Los Cántabros, pg. 100 y apéndice 1, 106).
Joaquín González
Echegaray sostenía que era Deva, mientras que Hübner que era Cibeles. Autores
hay que se inclinan hacia Deva, diosa autóctona, pues apareció junto a otras
aras votivas dedicadas a dioses de indudable factura local, como Cabuniégino o
Candamo. Pero, también podría tener razón el tal Hübner, y tratarse de Cibeles.
En realidad, no
importa mucho la diferencia, pues Cibeles y Deva son la misma deidad.
Cibeles es una diosa
frigia que se integró muy pronto en el panteón romano, hacia la época de las
Guerras Púnicas. Siempre fue considerada como una divinidad de dudosa factura,
un tanto bárbara y primitiva. Estaba vinculada con la Madre Tierra, generatriz
universal. En su calidad de Señora de las Fieras (por eso en Madrid la tenemos
al frente de un carro tirado por leones) resulta pareja con Diana, Artemis. El
origen de Artemis ha de buscarse en la arcaica diosa minoico-micénica conocida
como potnia theron, la Señora de las
Fieras.
Es también la tal
Cibeles una diosa a la que los latinos conocían como INNOMINADA, pues aunque la
llamaban Cibeles, ello se debía a que su culto tenía origen en el monte Cibel,
pero se evitaba su nombre o no lo tenía. Era una diosa ancestral, anterior a
los cultos masculinos impuestos por los indoeuropeos. Estaba asimilada a lo
oscuro, a lo profundo, a lo escondido en las cuevas.
Y su culto resultó
muy popular en Roma, aunque tanta fuerza no radicaba en el reconocimiento
institucional, sino en el ámbito privado al que se circunscribían los ritos. Su
primitivismo tocaba la fibra sensible de muchos y se convirtió en una diosa muy
atractiva en el ámbito privado. (Berrnabé Pajares. Himno XIV a la Madre de los
Dioses. Biblioteca Clásica Gredos nº8).
La Deva celta es
también una diosa de la tierra, ancestral, anterior a los dioses masculinos
indoeuropeos, superviviente como Cibeles del trauma neolítico, cuando las gentes de las estepas impusieron su
religión. Deva equivale a Briguit, a Dana.
Pues bien, cuando
Estrabón, en su Geographia, habla de una diosa Innominada, ¿a quién se estará
refiriendo? Empieza la frase del geógrafo griego con la afirmación de que los
galaicos son unos ateos salvajes, vamos, un caso perdido, pero que sus vecinos,
los pueblos que lindan al norte con los celtíberos, es decir, astures, cántabros,
autrigones, vacceos, etc., al menos tienen una deidad INNOMINADA a la que danzan
en familia, en la puerta de sus casas, las noches de luna llena. Es decir, que
eran bárbaros, pero no del todo, pues tenían una divinidad a la que los romanos
también veneraban, aunque con ciertos repeluznos por su carácter salvaje: la
Innominada, es decir, Cibeles, la madre de los dioses y de los hombres,
equivalente a Deva. No era lo ideal, según el griego, pero al menos era diosa
conocida.
Coincidían ambos
cultos —el de la Innominada/Deva y el de la Innominada/Cibeles— en que no eran
del todo civilizados para los delicados romanos; en que rendían culto a la
divinidad en privado, a la puerta de sus viviendas, con su familia; en que en
ambos casos la divinidad era llamada por los griegos y romanos Innominada; en
que a ambas les gustaba el estruendo, aunque no se nombraba a la diosa, ¿quizá
porque su nombre sólo se podía susurrar? En definitiva, con su comentario,
Estrabón asimila el culto a Deva al culto a Cibeles.
Esta voluntad de
encajar a los dioses de los pueblos bárbaros en el panteón romano se llama interpretatio y, a veces nuestros
antepasados culturales lo hacían a martillazos, como en el caso de Lug, dios
celta capital, identificado con Mercurio, dios romano secundario. En el de Deva
y Cibeles la correspondencia estaba mucho más clara.
En definitiva, que
para los romanos Deva era la Cibeles de los cántabros, por lo que pasa a
segundo plano el problema de si el ara de Monte Cildá dice MATER DEV (A) o
MATER DEU (M), pues cuando Estrabón habla de la Innominada engloba a ambas.
Como mejor ejemplo de
esta coincidencia de diosas, léase el siguiente Canto Homérico a la Madre
Tierra, pero pensando en Deva, la señora de las tierras Cantábricas más que en la
Cibeles frigia y romana, y se comprobará cómo se ajustan ambas imágenes:
«Cántame Musa de voz
clara, a la Madre de todos los dioses y de todos los hombres, a la que agrada
el estrépito de los crótalos y tamboriles, así como el rumor de las flautas, el
aullido de los lobos y los leones de feroz mirada, los montes fragorosos y los
torreones cubiertos de vegetación. Con mi canto te saludo a ti y a las diosas
todas».
Nota.- Este contenido no pertenece a «Cantábrica, la gran
epopeya del Solar Cántabro», sino que es mera aproximación, síntesis o reseña
si se quiere de varias entradas de esa obra, en la que estos temas son tratados
con gran amplitud, y con una notable bibliografía de referencia.
Javier Tazón Ruescas,
abogado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario