Hacia mediados de agosto de
2025, ardió el Solar Cántabro. La Montaña Palentina ardió. Riaño ardió. Liébana
ardió. Los territorios colindantes de León, El Bierzo y Extremadura ardieron.
Celtiberia ardió. Los pueblos hubieron de ser evacuados. Hubo muertos, miles de
damnificados. La solidaridad se desató, como siempre. Y los revestidos de
"auctoritas" ─mas no de "dignitas"─ se resignaron, como
siempre, repartieron esputos de culpa, y, finalmente, se encogieron de hombros:
es que hasta que no pase la ola de calor nada podemos hacer, dijeron.
Y, entre tanto, los dioses se vieron obligados a abandonar definitivamente
los milenarios santuarios de los bosques, pequeños ya, diminutos casi tras
tantos decenios de desertización progresiva.
Y, entre tanto, los humanos guardaron el recuerdo de la
frondosidad de los parajes quemados en rincones cada vez más difuminados de sus
almas, esa que los antepasados decían que estaba en el cerebro.
Y, ya no quedó retaguardia en la que refugiarse.
Humanos y dioses vieron que no podían enfrentarse a un
enemigo que atacaba por delante y por la espalda a la vez, que venía de la
meseta y que ascendía desde el mar. Comprendieron que serían cogidos en pinza
por la nefasta gestión de los supuestos servidores públicos y por la furia
desatada de los elementos, consecuencia del deterioro del planeta
inconscientemente fomentado por las dinámicas ciegas de poder, que no pueden
mirar más allá de sus intereses económicos.
La Oscuridad avanzaba por dos frentes a la vez. ¿Qué hacer
sin el németon sagrado, sin el seguro lugar donde guarecerse de los rayos del
sol, de los ojos del enemigo, dónde permanecer agazapados como en un útero
materno en presencia de la divinidad, ¿cómo vivir sin bosques? ¿Cómo
resistirían? ¿Se repetiría el enfrentamiento en batalla abierta contra los
oscuros en tiempos de Antistio Veto?, ¿era ese el camino?
No, dijeron los dioses, cuando reunieron a los damnificados
del Solar Cántabro en la asamblea, en un polideportivo habilitado al efecto. No
se puede repetir la locura de Bérgida, también llamada Ática por los
historiadores romanos. Seríamos derrotados. Nunca ataquéis de frente,
cántabros, nunca ofrezcáis el pecho al enemigo, astures. No repitáis los
errores frente a los muros inalcanzables del poder, bajo las murallas de Lancia
y de Bérgida. La Oscuridad es muy poderosa, no hay que darle facilidades. Es
anárquica y despreocupada, sí, pero grande y eficaz resulta su poderío cuando
lo pone en defensa de los expolios guardados en sus almacenes.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo combatir en el desierto que
viene, nosotros que estamos acostumbrados a guarecernos entre la espesura?
No hay más remedio, hijos, que prepararnos para una
continuada campaña en campo abierto, en tierra de pedregales y arenas, bajo el
sol abrasador y el fuego caído del cielo. Quizá os transformaremos en
mirmidones, en duras hormigas de los desiertos, quizá hagamos que recuperéis
vuestra ancestral condición reptil para mejor camuflaros entre las rocas. Quizá
nos disolvamos los dioses en vuestra sangre heroica, único líquido en el que
somos solubles.
Nosotros, que hemos atravesado la cortina de fuego y que no
hemos tenido más remedio que dejar atrás nuestro milenario hogar, el németon
sagrado, seguimos portando los dardos y los escudos, los cascos y las falcatas.
Vosotros haréis lo mismo, y si no hay floresta alrededor, excavad en la tierra.
Allí también nos encontraréis. Y cuando caiga el fuego del cielo sobre las
arenas del desierto, profundizad más, dirigiros hacia el corazón de la Madre,
cavad en lo más profundo vuestras estancias, circulad por su interior,
vietnamitas de cuerpos menudos y escurridizos, hormigas, viejos topos eternos. Deva os acogerá.
Incluso cuando residáis en una simple franja de tierra,
estrecha y codiciada por la Oscuridad sobre la que llueva fuego, resistid,
porque el que aguanta, vence. Nunca dudéis de la victoria. Pero insistimos en
que no debéis confiar en nadie, porque seríais inevitablemente traicionados;
los brazos de la Oscuridad son más largos que los del dios Lucobos. Vosotros
sois vuestros únicos líderes, vuestros propios jefes, vuestros mejores
defensores! No os apuréis, el pueblo genera sus líderes naturales en los
momentos de peligro.
Y, tras la victoria, replantad la tierra de robles y de
encinas, de laureles y de sanguinos, de serbales, de chopos, de madroños y de
aladiernos; permitid que crezcan libres los bardales, que los altos fresnos y
las hayas de hoja plana filtren la luz del sol, y que los rayos penetren
tímidos desde la altura y hagan danzar al polvo del camino en sus columnas
luminosas que se despeñarán por los claros del bosque para iluminar las aras
que nos habréis erigido a los dioses. Aún hay esperanza. Quizá alguna próxima
generación pueda contemplar el németon sagrado en todo su esplendor y quizá los
eternos, por desgracia tan mortales como vosotros, podamos regresar del exilio.
La Oscuridad es ciega, actúa por inercia, destruye el
planeta por mero interés mercantil. Vosotros sois portadores de la Luz, de la
razón y, por muy estrecha que sea la franja de tierra en la que se os obligue a
vivir, estad seguros de la victoria.
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