martes, 22 de julio de 2025

UN LÁBARO PARA UN PUEBLO FIRME

 


 

Durante los juegos olímpicos que se celebraron en Río de Janeiro, se produjo cierto incidente diplomático, digamos que molesto, porque en la televisión China, poco antes de la ceremonia de inauguración, un locutor hizo un comentario de dudoso gusto: «Todas las banderas nacionales que serán izadas durante la ceremonia de inauguración están hechas en China». Molestó por su alto nivel de sarcasmo, pero ahí quedó. Pasados nueve años, comprobamos lo certero del aserto, y no sólo las banderas hilo a hilo, también los mástiles, los pomos, los pompones colgantes del pendón, la cuerda para desplegarla y el saco con cremallera en el que se guardará cuando se la arríe están hechos en China, hasta el conserje que la descienda y el ejecutivo que contemple el acto tendrán los ojos rasgados.

         Dicho sea lo anterior como nota de desconfianza del autor hacia todo tipo de bandera, así, en principio y sin ánimo de ofender a nadie, ¡estaría bueno!

         Sin embargo, se reconoce que detrás de todo estandarte hay una historia que puede ser  cierta o falsa. Hay, además una voluntad metafórica, simbólica. Su historia puede ser acertada o no, coherente o descabellada, aproximada o exacta, pero la importancia de cualquier bandera se encuentra en su significado para la población. En otras palabras, se puede aceptar o no la historia de una bandera, incluso su escaso racionalismo, pero no cabe ignorar lo real, lo contante y sonante, el efecto que produce en las masas.

         Por ejemplo, la bandera de España, roja en las franjas superior e inferior y doble el amarillo de la central, tuvo una explicación exenta de sentimentalismos, pues era preciso en tiempos de Carlos III disponer de un emblema naval que distinguiera a los buques españoles, dada la similitud de las banderas de unos y otros reinos. Convocó el monarca un concurso de ideas y lo ganó Antonio Valdés y Fernández de Bazán con el diseño actual, que responde a estrictos valores ópticos. Con el tiempo pasó de la marina a tierra y se convirtió en lo que ahora es. Con el tiempo, también, el rojo pasó a simbolizar la sangre de los caídos por la patria y el amarillo al oro de las Indias y a la conquista del Nuevo Mundo. Y es que en la tierra de los garbanzos la imaginación es tan portentosa como la mala baba.

         Ortra bandera de España, la de la II República, incluyó el morado en la franja inferior por una razón simbólica, esta vez la de incluir el pendón de los comuneros castellanos contra el emperador Carlos V. Pero resulta que el pendón de los comuneros tenía otro color, era rojo oscuro, casi granate, más parecido al actual lábaro cántabro. Estaba claro que esta tonalidad granate no compaginaba, a efectos ópticos con el amarillo y el rojo superior, por lo que se pintó de morado. Ya ven, una deformación de la historia por interés oportunista.

         Pues bien, por una bandera y por la otra murieron muchas personas y fueron ambas, y aún siguen siéndolo símbolos de alto poder emotivo. Otra cosa es que si llega la Tercera República, que llegará, estoy convencido, adopte la bandera que conocemos hoy como republicana o la de sus tradicionales enemigos, anclada ya en el imaginario colectivo. Ya veremos, me temo lo peor.

         Política y banderas es un matrimonio de oportunidad. Ellas son un instrumento de los políticos, una expresión de la voluntad política que, ya sabemos por experiencia, es la administración, la distribución, el reparto y el manejo de la libertad del pueblo.

         Con la bandera de Cantabria, la blanca y roja, ya se empezó mal. Los colores respondían a la zona marítima del Cantábrico. Su distribución, blanco arriba y rojo abajo, a la Provincia Marítima de Santander. También en Bilbao y en Gijón aparecen dichos colores aunque con otra disposición. ¿No era discutible esta asignación arbitraria a toda Cantabria? ¿No era reprobable la elección de esos colores y disposición que ya estaban en la bandera de un país europeo, Polonia? ¿No es cierto que pasar de esta coincidencia y seguir adelante con el proyecto de imposición de la blanquirroja no se le podía ocurrir sino al que tuviera mucho aire en la cabeza?

         Y, sin embargo, antes de que existiera el actual lábaro, en los años setenta, fue un símbolo que a muchos entusiasmó. Es el caso del por todos querido Ángel Herrero, poeta, conocido como Teju, ya fallecido y uno de los fundadores de ADIC ─o mejor de los currantes eternos de su base─, cantabrista por todos sus poros y ejemplo para cuantos lo conocimos, escribió: «La bandera de mi pueblo es como una amapola, con un penacho de espuma de la cresta de las olas».

         Y llegó el llamado lábaro cántabro. ¿Quién lo diseñó hacia la década de los ochenta? Dicen que salió del ámbito de ADIC y de la mano de Luis Montes de Neira. Yo no lo sé, será correcto, pero sí he oído afirmar que el verdadero inspirador de la idea fue Javier González de Riancho, de quien alguien recogió el concepto sin reconocerle el mérito (Ver Proyecto Mauranus).

         Sea como fuere, de forma real o intencionada, asunto que nos deja indiferentes, se produjo una confusión de bulto: Se lo llamó "lábaro", cuando este nombre correspondía a un estandarte romano de la época de Constantino, que representaba al emperador, con el "cristón" estampado, la X y la P enlazadas que hacen alusión al nombre "Christos". ¿No lo sabían los creadores? Estoy seguro de que sí, pero fomentaron la confusión porque, claro, tener un estandarte reivindicativo estaba bien, pero que llevara un nombre propio prestaba más.

         Ese nombre podía haber sido el "Cántabrum", pues así se llamaba, en realidad, el estandarte que las legiones romanas tomaron de la caballería cántabra auxiliar. El problema radicaba en que se sabía de su existencia, pero nadie ha descubierto aún el contenido del lienzo, su diseño. Se disponía de un nombre, sí, pero no de un dibujo. Y, por la razón que fuese, quizá eufónica, se prefirió Lábaro a Cántabrum.

         Basándose en estos errores o malicias diseñadoras, muchos han acusado al lábaro cántabro de falsedad histórica. Bueno, esto es como acusar al agua de humedad o al fuego de abrasador, porque toda bandera, no es que esté hecha en China ─solamente─, sino que se sustenta sobre metáforas de segundo grado, sobre alegorías etéreas, sobre significados sutiles que se quiebran siempre como dulce hecho con hojaldre.

         Ya lo sabemos, hombre, el lábaro se fundamenta en una falsedad, y la rojiblanca, y la bandera de la República, y la roja de la Comuna de París, y la francesa, y no digamos nada de la de Sikkín, en la que seguro que aparece la sombra del abominable hombre de las nieves. Todas las banderas parten de una falsedad, es cierto, ¿Y qué?

         ¿Y qué importa una vez que los estandartes se convierten en símbolos?

         Porque, no se podrá negar que desde que fue inventado, el lábaro ha sido enarbolado por toda una generación de jóvenes, que ya no lo son tanto, y que simboliza profundos sentimientos de la población.  Además, nadie podrá negar que su diseño y colores combinados son en extremo atractivos, sin parangón con otros estandartes regionales, y con una cierta vinculación histórica con las estelas discoideas que representan la esencia de las gentes que habitaron el Solar Cántabro.

         ¿Qué simboliza el lábaro para quienes lo exhiben con orgullo, cada vez más cántabros? Creo que lo autóctono frente a lo foráneo,  lo pequeño frente a lo grande, el producto de la huerta frente al de la gran superficie; lo natural frente a lo degenerado; la villa frente a la ciudad aberrante turistificada; lo ancestral frente al Imperio; lo arcaico rebosante de nobleza, frente a la uniformidad; el folclore frente a las modas impuestas; la toma de decisiones en la base, frente a las decisiones adoptadas por los representantes de los representantes; la democracia directa frente a la delegación de la voluntad del pueblo en la de una casta, todo eso y mucho más.

         Ya lo decía Carlos Marx en el 18 Brumario:

«La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionarias es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal».

         ¿Que el lábaro es una invención?... Y la blanquirroja, y la rojigualda, y la roja rojota, y la verde que te quiero verde.

         ¿Se insiste en la idea de la falsedad?... Pero, dime, persistente, ¿no sigues tú ninguna bandera?, ¿aunque sea la de tu equipo de fútbol, la de tu cofradía penitente, la de tu gran patria soberana e imperial, yo qué sé, la multicolor, la deslavazada vaticana, la que sea?, ¿Y no te das cuenta de que todas ellas son más falsas que un pirulí de plástico, que sobrenadan el océano del sentimentalismo y de lo irracional?

         ¡Ay, señor, orejón llamó el burro al chon!

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