miércoles, 23 de julio de 2025

EL CONCEJO, LA DEMOCRACIA DIRECTA

 


 

Cuando se vive al filo del presente, rebozados en la camisa de fuerza de la actualidad imperiosa e interesada, apabullados por cientos de informaciones simultáneas, excitada la sensibilidad por mil reclamos, poco interés despierta en nosotros el pasado, nuestro origen individual o colectivo, la historia de los antepasados, el folclore.

         Nos quieren así: individualistas, aislados, sin capacidad para reflexionar, moldeables, desorganizados, lentos, incultos, desmemoriados, atentos al mero presente, pues futuro no tenemos, despersonalizados, atados al móvil, los dedos prestos a subir o bajar, la atención dispersa pero abierta, esponja para cualquier sugerencia, despersonalizados. Esa es la idea. Eso se ha conseguido ya. No es cuestión de futuro. Este ya llegó. Por delante sólo queda un océano de oscuridad y niebla, una nueva Edad Media, un nuevo feudalismo tecnológico, como dice Varufakis.

         La sociedad de náufragos, cada uno aislado en su isla con palmera, es un hecho. Los administradores de nuestra libertad son cada vez más agresivos, las caretas no son ya necesarias, la violencia se ha desatado, los genocidios saltan de los informativos con total naturalidad, a la orden del día, para mordernos el alma, ¿quién se va a resistir?, sólo pueden oponerse ladridos de perros desde las redes sociales, desde cada isla, coros aulladores que hacen sonreír al poder de la Oscuridad. Ingenuos quienes creen que hacen algo mientras "luchan" entre los pliegues de las redes sociales, entrañables corderitos bobalicones.

         Se nos ofrece, sin embargo, un amplio mosaico de ideologías, que no se entienden como actitudes propias de la manera en que nos ganamos la vida, nacidas en las fábricas del estómago, sino como  paquetes integrados de argumentarios y de discursos, todo bien prefabricado, con los que poder enfrentarnos los unos a los otros, garrote en mano. Las ideologías son las diversas opciones que nos dan para desgarrarnos. Los ricos no tienen más ideología que el dinero.

         Se nos informa de lo que quieren y como quieren y, además,  nos han convencido de que somos los responsables de todo lo que nos ocurre. Ideologías, culpa y engaño son los artefactos que los plutócratas arrojan a cada instante contra la masa inerme. En algún lugar es fuego caído del cielo, en otros los infelices que acuden a las filas del hambre sirven de diversión para las mirillas periscópicas de sus custodios. No puede ser peor el espanto. La psicopatía ha sido elevada a la categoría de virtud y ejemplo a imitar.  

       Ya no hay caretas. Nuestros rostros están bien registrados en los algoritmos. Los de quienes más tienen son un gran misterio para la masa empobrecida. En ocasiones creemos verlos, distinguirlos, pero poco sabemos sobre quiénes son, sólo vemos el garrote, la suela de la bota sobre el hormiguero, el aire envenenado que alguien ha soltado por un agujero de la topera.

         Frente a esta Oscuridad omnipresente, ¿qué hacer? Muy sencilla la respuesta, muy difícil su ejecución: Volar por debajo del alcance de los radares. Para ello, es preciso mirar hacia atrás y contemplar el camino.

         ¿Se nos quiere sin pasado?, estudiémoslo, sintámoslo, vivamos el bosque a medida que lo pisamos, notemos el frescor de la tierra que soportó el peso de los antepasados.

         ¿Se nos quiere doblados al albur del engaño, de la ideología de plástico, del sentimiento de culpa?, pues imitemos la actitud de quienes nos precedieron, su capacidad de resistencia pese a todos los imperios.

         ¿Se nos quiere desunidos?... Esto es lo más importante: reunámonos sin perder ocasión, desde una huelga y una manifestación hasta tomar el café juntos para hablar de lo que nos sucede, que las redes sociales sirvan sólo para convocarnos a fin de que nuestras manos se toquen, para que nuestros cuerpos se unan. Sin contacto físico no hay esperanza. La solidaridad sólo surge cuando nos tocamos.

         Reunámonos como hicieron ellos, en concejos abiertos.

         Y no me refiero sólo a una estructura política arcaica de democracia directa, que también, me refiero, sobre todo a una actitud de ir hacia, de abandonar la isla, de promover siempre el contacto, de hablar las cosas de tú a tú, móviles aparte, fuera de las redes. Por fortuna, en nuestra cultura celtíbera tenemos los bares, el concejo básico, tan difícil de erradicar.

         Es preciso, como dijo aquel viejo luchador, crear mil, diez mil, un millón de Vietnams, participar en todo lo participable, desde la lucha contra los molinos de cien brazos, hasta la reivindicación en la fábrica, desde la reclamación de la igualdad sexual en una manifestación, hasta la lucha por el mismo salario entre catequistas de parroquia. Toda acción vale para lograr lo básico: entrar en contacto, abandonar la isla.

         Cualquier reivindicación por pequeña que sea que nos dé oportunidad de tomarnos de las manos será positiva.

         Como positiva será la auto organización de las gentes de abajo, sin delegar jamás el poder en políticos o representantes, que siempre se pueda revocar un encargo, que siempre el concejo, la asamblea, la base organizativa popular tenga capacidad de decisión, que la democracia directa sea un hecho contante y sonante y que se trencen concejos sobre concejos hasta formar una tupida red de decisiones nacidas de las entrañas de la tierra, no desde arriba. No deleguemos nunca el poder, pues la traición ronda siempre el corazón de los apoderados.

         Que el concejo sea organismo político de base, como lo fueron en el pasado remoto y que, de manera genérica, funcione en cada lucha sectorial, con la idea clara de que cualquier líder es innecesario y corruptible, con la seguridad de que sólo los miembros del concejo son insustituibles, con la certeza de que no deben confiar en nadie más que en sí mismos.

         Funcionar de esta manera, abierta la asamblea, abierta la organización, con formato de democracia directa en los más recónditos rincones de la vida pública, desde una huelga de aguerridos obreros a una recogida de firmas por la participación femenina en el magisterio de cualquier iglesia, es el camino; no hay lucha pequeña. Ello requiere superar las ideologías, entendidas como discursos cerrados y atender a la única ideología posible: la que nace en los pliegues del estómago, en la manera de ganarse la vida. Esa actitud nos llevará a volar por debajo de los radares de detección del poder, por muy sofisticados que sean.

         Y esta labor de zapa, de viejo topo, es facilitada por una actividad tan sencilla como el baile tradicional, por los vestidos recuperados de nuestros antepasados, por el canto del rabelista que pone música a lo cotidiano, por el folclore que nos invita a tomarnos de las manos.

         Y, junto al folclore está la historia, el conocimiento de lo que fue, de cómo ellos se unieron.

         Y, junto a la historia está el mito, entendido como relato interminable, como fuente inagotable de ejemplos, como sustrato narrativo capaz de neutralizar los programados argumentarios de las ideologías, los elaborados discursos que nos enfrentan.

         Y, junto al mito, la historia misma de los dioses, quienes, pese a no existir, nos miran desde el bosque, desde el németon sagrado mientras componen sus cabellos con un peine de oro.

Esta es la finalidad de «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro»: servir como balsa que facilite un viaje colectivo al pasado, a lo profundo del bosque del Solar de los mayores. Pretende ser un canto a la reflexión cuando las gentes, cansadas de la jornada, se unan, se toquen, se miren a los ojos, sin pantallas por el medio, y lean, junto al fuego, las historias de sus antepasados y de los dioses, para nutrir con ellas el espíritu de los que forman el concejo abierto, la asamblea democrática en sentido directo y puro, mínimo.

         El concejo es la unidad de acción. El pasado, la Epopeya, gasolina incendiaria para las venas abiertas del pueblo.

         Esto es volar en bandada por debajo de los sistemas de detección del poder.

         Y, sépase que los tiempos de Oscuridad y Niebla se extenderán por toda una era histórica, que hay que tomarlo todo con la calma precisa que requiere la acción urgente, y que tendrán tiempo para leer despacio el bidón de gasolina moral que es «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro».


 


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