En el tomo segundo de Cantabria al que titulamos
"Tiempos del Hierro" lo que hacemos es construir un relato de
carácter itinerante, en el que cada uno de los capítulos se corresponde con una
parada en un castro antiguo, anterior en un año a la llegada de las legiones a
la Cordillera. Se puede leer de seguido como si fuera una novela, pero también
capítulo a capítulo, porque el formato de cada uno de estos es independiente.
Como es
lógico el protagonista, Turo, recorre todos los castros de que se tiene noticia
al día de hoy desde el punto de vista arqueológico de Cantabria. Pero no evita
visitar Asturia.
¿Qué
diferencia real pudo existir hace dos mil veinticinco años entre cántabros y
astures? Posiblemente ninguna. Sí quizá alguna forma dialectal, pero el idioma
debía ser el mismo. Sí también algún matiz religioso, pero al fin y al cabo
exactamente igual sucede hoy con las diversas advocaciones de determinados
santos, de determinadas vírgenes. En el fondo, tenían las mismas costumbres, la
misma religión, la misma cultura material y la misma lengua.
¿De dónde
hemos sacado que eran dos pueblos diferentes? ¿De quién, sino de los romanos?
Roma era una maniática de la categorización, de circunscribir al enemigo, de
dividirlo. Sus razones tendrían. De hecho les resultó bien el "divide y
vencerás".
En el
Cantábrico siguieron dos estrategias paralelas pero diferenciadas: la que
desarrolló Carisio por una parte, en Asturia, y la de Augusto por otra, en
Cantabria. Incluso los cronistas de la época hablaron de un Bellum Asturicum y
de un Bellum Cantabricum. Sin duda, era importante para ellos esta división del
septentrión de Iberia en dos partes, para su voluntad clasificadora,
sistematizadora, diferenciadora, pero no debemos olvidar que se trataba de una
división de romanos y para romanos. Nunca podremos saber si los lugones y los
concanos, por ejemplo, percibían alguna diferencia entre sus dos pueblos.
Por eso en
"Cantábrica la Gran Enciclopedia del Solar Cántabro" se da un
tratamiento conjunto a las guerras asturcantabras. Se hace desde el punto de vista
cántabro, es cierto, pero sin ningunear, sin rechazar y sin olvidar la
extraordinaria importancia de los hermanos astures que al fin y al cabo eran un
pueblo más de Cantabria o al revés, los cántabros un pueblo más de Asturia.
Por otra
parte, existe la sospecha de que si los romanos se explayaron más respecto al
territorio cántabro en las fuentes, se pudo deber a la presencia imperial en
ese frente oriental. Sabido es dónde hay que poner la pluma cuando el señor
emperador se decide a plantar su caligae en un territorio: el poder es siempre
muy atractivo para los historiadores, sobre todo si son a sueldo.
Por eso Turo
parte desde el territorio cántabro que actualmente pertenece a la Comunidad
Autónoma del Principado de Asturias, se dirige a Cangas cruza el Sella, llega a Paelontio, Infiesto, y se encamina al
cordal de La Carisa donde hay un castro especialmente relevante, porque en él,
según la narración, nació el mismísimo Lug, el dios pancéltico al que en Cantabria
se conocía como Lucobos.
No se dice
cuál de los muchos castros astures de la zona sea, para que todos ellos puedan
llevarse el mérito de ser la auténtica Cuna de Lug. Tras dejar este simbólico
castro, desciende hasta Noega Asturicum, es decir hasta Gijón ─diferente a la
cántabra, Santoña, Noega Cantabrorum─. Pasa de aquí a Caravia, en territorio
fronterizo cantabro-astur, pisa de nuevo el territorio cántabro ─hoy Principado
de Asturias─, y llega a Jarri, castro costero cercano a Llanes. Luego, se
dirigirá hacia Apleca, nombre medieval que retomamos para San Vicente de la
Barquera, en territorio tan cántabro como el de Llanes, pero perteneciente hoy a la Comunidad Autónoma de Cantabria, no
al Principado.
Declina el
caminante, sin embargo, la visita a los territorios astures mesetarios, tan
amplios, que se extienden hasta Zamora, en especial la famosa ciudad de Lancia,
pues el tiempo apremia y su destino debe cumplirse antes de que se desaten los
acontecimientos para los que está previniendo a los pobladores de Cantabria y Asturia.
En fin, sería locura hablar de las Guerras Cántabras sin hablar de las guerras
Astures. Fue una misma campaña, dividida en dos meras secciones
administrativas.
Hace
muchos años, así como cuarenta y nueve, en la Cantabria del siglo XX se daban
varias tendencias sobre cómo constituirse en autonomía.
Una
correspondía a los CANTABRISTAS, que formaron la Asociación para la Defensa de
los Intereses de Cantabria, ADIC; otros
eran los CASTELLANISTAS que formaron la ACECA, Asociación de Cantabria en Castilla,
y había una tercera opción que no se formuló nunca de manera estructurada, pero
de la que yo era especialmente partidario: la ASTURIANISTA, la integración de
Cantabria en el marco más amplio y más potente desde todos los puntos de vista,
la construcción de una comunidad asturcántabra que, por qué no, pudo haberse
llamado Asturias. Esto ya es mera historia pasada que no mueve molino.
Por
desgracia, la tercera alternativa no pudo ser y ahora, en esta obra, yo que
debía de ser su único partidario por aquellos tiempos, o casi, de alguna manera
reivindico el origen común de cántabros y astures en relación con sus luchas
contra Roma. Esto es volver a los principios esto es ir al origen de la
tradición.
Pasados los
años, el llamado "Cantabrismo" es otra cosa. Ya no reivindica una
autonomía independiente y uniprovincial, institución archiconsolidada, sino la
recuperación de las tradiciones y el forjado de la identidad cántabra y
montañesa frente a la disgregación de los herederos de la ACECA, los castellanistas,
que aún sobreviven en los hijos y nietos de los fundadores.
Estos son
"castellanistas" porque el término les suena más a español, mientras
que "cantabrismo" les suena más a separatista. Pero, es un sonar por
sonar, dicho sea con todos los respetos, porque cualquiera puede permitirse un
defecto, y tener cerebros de sonajero es uno, y no poco grave por cierto.
En realidad,
quienes buscan profundizar en la identidad cántabra y montañesa ─siempre añado
la palabra "montañesa" para que no se la apropien los amigos de la
Oscuridad─ no persiguen un sueño excluyente sino integrador. Yo mismo, soy
cantabrista en Cantabria y sería "cuenquista" en Cuenca,
"sevillanista" en Sevilla y "leridanista" en Lérida.
Porque lo
importante es afinar, subrayar, reivindicar, hacer revivir, potenciar y vestir
con los mejores trajes las diferencias con el vecino ─desde la más fraternal de
las consideraciones─, únicas armas que pueden oponerse a la globalización
cultural. Además, la apreciación de las diferencias lleva, si se es persona bien nacida, a apreciar mejor aún las
semejanzas.
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