jueves, 12 de junio de 2025

ASTURIA, PATRIA QUERIDA... DE LUG

 



En el tomo segundo de Cantabria al que titulamos "Tiempos del Hierro" lo que hacemos es construir un relato de carácter itinerante, en el que cada uno de los capítulos se corresponde con una parada en un castro antiguo, anterior en un año a la llegada de las legiones a la Cordillera. Se puede leer de seguido como si fuera una novela, pero también capítulo a capítulo, porque el formato de cada uno de estos es independiente.     
           

            Como es lógico el protagonista, Turo, recorre todos los castros de que se tiene noticia al día de hoy desde el punto de vista arqueológico de Cantabria. Pero no evita visitar Asturia.   
           

            ¿Qué diferencia real pudo existir hace dos mil veinticinco años entre cántabros y astures? Posiblemente ninguna. Sí quizá alguna forma dialectal, pero el idioma debía ser el mismo. Sí también algún matiz religioso, pero al fin y al cabo exactamente igual sucede hoy con las diversas advocaciones de determinados santos, de determinadas vírgenes. En el fondo, tenían las mismas costumbres, la misma religión, la misma cultura material y la misma lengua.           
           

            ¿De dónde hemos sacado que eran dos pueblos diferentes? ¿De quién, sino de los romanos? Roma era una maniática de la categorización, de circunscribir al enemigo, de dividirlo. Sus razones tendrían. De hecho les resultó bien el "divide y vencerás".

 

            En el Cantábrico siguieron dos estrategias paralelas pero diferenciadas: la que desarrolló Carisio por una parte, en Asturia, y la de Augusto por otra, en Cantabria. Incluso los cronistas de la época hablaron de un Bellum Asturicum y de un Bellum Cantabricum. Sin duda, era importante para ellos esta división del septentrión de Iberia en dos partes, para su voluntad clasificadora, sistematizadora, diferenciadora, pero no debemos olvidar que se trataba de una división de romanos y para romanos. Nunca podremos saber si los lugones y los concanos, por ejemplo, percibían alguna diferencia entre sus dos pueblos.

           

            Por eso en "Cantábrica la Gran Enciclopedia del Solar Cántabro" se da un tratamiento conjunto a las guerras asturcantabras. Se hace desde el punto de vista cántabro, es cierto, pero sin ningunear, sin rechazar y sin olvidar la extraordinaria importancia de los hermanos astures que al fin y al cabo eran un pueblo más de Cantabria o al revés, los cántabros un pueblo más de Asturia.

 

            Por otra parte, existe la sospecha de que si los romanos se explayaron más respecto al territorio cántabro en las fuentes, se pudo deber a la presencia imperial en ese frente oriental. Sabido es dónde hay que poner la pluma cuando el señor emperador se decide a plantar su caligae en un territorio: el poder es siempre muy atractivo para los historiadores, sobre todo si son a sueldo.

 

            Por eso Turo parte desde el territorio cántabro que actualmente pertenece a la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias, se dirige a Cangas cruza el Sella,  llega a Paelontio, Infiesto, y se encamina al cordal de La Carisa donde hay un castro especialmente relevante, porque en él, según la narración, nació el mismísimo Lug, el dios pancéltico al que en Cantabria se conocía como Lucobos.

 

            No se dice cuál de los muchos castros astures de la zona sea, para que todos ellos puedan llevarse el mérito de ser la auténtica Cuna de Lug. Tras dejar este simbólico castro, desciende hasta Noega Asturicum, es decir hasta Gijón ─diferente a la cántabra, Santoña, Noega Cantabrorum─. Pasa de aquí a Caravia, en territorio fronterizo cantabro-astur, pisa de nuevo el territorio cántabro ─hoy Principado de Asturias─, y llega a Jarri, castro costero cercano a Llanes. Luego, se dirigirá hacia Apleca, nombre medieval que retomamos para San Vicente de la Barquera, en territorio tan cántabro como el de Llanes, pero perteneciente  hoy a la Comunidad Autónoma de Cantabria, no al Principado.

 

            Declina el caminante, sin embargo, la visita a los territorios astures mesetarios, tan amplios, que se extienden hasta Zamora, en especial la famosa ciudad de Lancia, pues el tiempo apremia y su destino debe cumplirse antes de que se desaten los acontecimientos para los que está previniendo a los pobladores de Cantabria y Asturia.

 

            En fin, sería locura hablar de las Guerras Cántabras sin hablar de las guerras Astures. Fue una misma campaña, dividida en dos meras secciones administrativas.

            Hace muchos años, así como cuarenta y nueve, en la Cantabria del siglo XX se daban varias tendencias sobre cómo constituirse en autonomía.

 

            Una correspondía a los CANTABRISTAS, que formaron la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria, ADIC;  otros eran los CASTELLANISTAS que formaron la ACECA, Asociación de Cantabria en Castilla, y había una tercera opción que no se formuló nunca de manera estructurada, pero de la que yo era especialmente partidario: la ASTURIANISTA, la integración de Cantabria en el marco más amplio y más potente desde todos los puntos de vista, la construcción de una comunidad asturcántabra que, por qué no, pudo haberse llamado Asturias. Esto ya es mera historia pasada que no mueve molino.

 

            Por desgracia, la tercera alternativa no pudo ser y ahora, en esta obra, yo que debía de ser su único partidario por aquellos tiempos, o casi, de alguna manera reivindico el origen común de cántabros y astures en relación con sus luchas contra Roma. Esto es volver a los principios esto es ir al origen de la tradición. 

 

            Pasados los años, el llamado "Cantabrismo" es otra cosa. Ya no reivindica una autonomía independiente y uniprovincial, institución archiconsolidada, sino la recuperación de las tradiciones y el forjado de la identidad cántabra y montañesa frente a la disgregación de los herederos de la ACECA, los castellanistas, que aún sobreviven en los hijos y nietos de los fundadores.

 

            Estos son "castellanistas" porque el término les suena más a español, mientras que "cantabrismo" les suena más a separatista. Pero, es un sonar por sonar, dicho sea con todos los respetos, porque cualquiera puede permitirse un defecto, y tener cerebros de sonajero es uno, y no poco grave por cierto.

 

            En realidad, quienes buscan profundizar en la identidad cántabra y montañesa ─siempre añado la palabra "montañesa" para que no se la apropien los amigos de la Oscuridad─ no persiguen un sueño excluyente sino integrador. Yo mismo, soy cantabrista en Cantabria y sería "cuenquista" en Cuenca, "sevillanista" en Sevilla y "leridanista" en Lérida.

 

            Porque lo importante es afinar, subrayar, reivindicar, hacer revivir, potenciar y vestir con los mejores trajes las diferencias con el vecino ─desde la más fraternal de las consideraciones─, únicas armas que pueden oponerse a la globalización cultural. Además, la apreciación de las diferencias lleva, si se es  persona bien nacida, a apreciar mejor aún las semejanzas.

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