lunes, 30 de junio de 2025

LA GUERRA DE MONTAÑA

 


 

En este tema hay que diferenciar la guerra de montaña como técnica de combate y la arqueología de guerra como nuevo enfoque de la investigación arqueológica.

            Los romanos eran excelentes militares. Conquistaron el mundo. Conocían muy bien los secretos de la guerra de montaña.

            En un país montañoso resulta evidente que es aventurado atravesar los valles boscosos y umbríos, donde las emboscadas serían un peligro permanente. En su lugar, avanzaban por las cumbreras, por los caminos de alta montaña, de cima en cima, de manera que evitaban recodos peligrosos, tenían al enemigo siempre a la vista y eran dueños de la altura, la posición más fuerte posible.

            Esta técnica de combate la ensayaron con intensidad los romanos en sus luchas contra los galos de los Alpes, una constante amenaza para Roma desde que la Urbe fuera asaltada por Breno.

            Cuando Augusto llegó a Cantabria, iba acompañado por un experto en este tipo de combates: Cayo Antistio Veto. Este no era un general cualquiera, sino un consular ─pues había sido cónsul junto con Augusto en el 30 a.n.e.─ y tenía el cargo de legado en la Hispania Citerior con categoría de procónsul. No era casual que Antistio acompañase a Augusto en la campaña contra cántabros y astures, pues en el año 35 había derrotado a los salassos, montañeses del valle de Aosta, en el territorio que hoy es la parte más occidental de la Italia septentrional. Esto lo acreditaba como experimentado combatiente de alta montaña.

            El plan de Augusto consistía en que los ejércitos de las dos provincias de Hispania, el de la Citerior bajo su mando ─con Antistio como lugarteniente─ y el de la Lusitania, bajo el mando de su legado Publio Carisio, atacasen a la vez, uno a los cántabros, el otro a los astures. La parte de la guerra tradicional, con la toma de las plazas fuertes enemigas, correría a cargo del mismo Augusto, en el frente este, y, una vez en la cima, serían las habilidades de Antistio las que llevarían a la victoria.

            Pero una cosa era lo previsto y otra lo que sucedió. A Augusto le costó vencer a los cántabros y a Carisio a los astures. El gran hombre terminó por abandonar, enfermo de asco y miedo al rayo del Júpiter cántabro, y dejó la dirección de la campaña en manos de Antistio. Por su parte, Carisio, logró vencer a los astures en Lancia, aunque más que por mérito propio, por la traición de los brigaecinos.

            En definitiva, llegó el momento en que Antistio Veto descendió hacia la costa por el cordal del Escudo y Publio Carisio lo hizo por el cordal que, sorprendentemente, aún lleva su nombre, la Carisa. Antistio venció en Aracillum, probablemente Espina del Gállego, gracias al apoyo de las legiones desembarcadas en lo que luego fue Portus Victorie, y Carisio derrotó a los astures poco después, gracias al apoyo de Cayo Furnio, que sustituiría a Antistio Veto.

            Hasta aquí la guerra, sus operaciones y la habilidad de los romanos en el combate de alta montaña. Pero, pasan los años, pasan los siglos y se olvida el cómo y el porqué de la victoria romana sobre cántabros y astures. Los historiadores, poco formados en las técnicas militares del ejército romano, centran sus estudios en las fuentes latinas.

            Y, así las cosas, hacia los años sesenta del siglo XX se desarrolló en Francia toda una teoría arqueológica que se basaba en el descubrimiento de los castros galos y los campamentos romanos por medio de la localización aérea. Fueron muchos los campamentos romanos descubiertos y, como los imperiales eran meticulosos y ordenancistas en extremo, las dimensiones de los aquellos y su estructura ofrecían un certero conocimiento sobre el número de efectivos implicados en la lucha y, además, como los campamentos eran móviles, castra aestiva, levantados a medida que la unidad romana avanzaba en territorio enemigo, se conocieron las líneas de penetración romana. Había nacido la arqueología de guerra.

            Esta novedosa visión de la investigación arqueológica llegó a España, a Cantabria y a Asturias de la mano de un santanderino que obtuvo el doctorado en La Sorbona, por lo que bebió de las mismas fuentes que crearon este método de investigación: el profesor Eduardo Peralta Labrador. Tras muchos vuelos y fotografías aéreas, descubrió que bajo la epidermis verde de Cantabria se hallaba un libro abierto que contaba con detalle la historia de las Guerras Cántabras, que la reformulaba y completaba los datos parciales y escuetos de las fuentes. Fueron innumerables los castros y los campamentos romanos descubiertos. Y, sobre todo, se concluyó que los romanos conquistaron Cantabria tras penetrar por el cordal del Escudo, y Asturia tras penetrar por el cordal de La Carisa. Su obra «Los Cántabros antes de Roma», de 2003 dejó constancia de estos descubrimientos y de su rompedora teoría que, sin lugar a dudas ─y pese a quien pese─ transformó la historiografía moderna.

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