En
este tema hay que diferenciar la guerra de montaña como técnica de combate y la
arqueología de guerra como nuevo enfoque de la investigación arqueológica.
Los romanos eran excelentes
militares. Conquistaron el mundo. Conocían muy bien los secretos de la guerra
de montaña.
En un país montañoso resulta
evidente que es aventurado atravesar los valles boscosos y umbríos, donde las
emboscadas serían un peligro permanente. En su lugar, avanzaban por las
cumbreras, por los caminos de alta montaña, de cima en cima, de manera que
evitaban recodos peligrosos, tenían al enemigo siempre a la vista y eran dueños
de la altura, la posición más fuerte posible.
Esta técnica de combate la ensayaron
con intensidad los romanos en sus luchas contra los galos de los Alpes, una
constante amenaza para Roma desde que la Urbe fuera asaltada por Breno.
Cuando Augusto llegó a Cantabria,
iba acompañado por un experto en este tipo de combates: Cayo Antistio Veto.
Este no era un general cualquiera, sino un consular ─pues había sido cónsul
junto con Augusto en el 30 a.n.e.─ y tenía el cargo de legado en la Hispania
Citerior con categoría de procónsul. No era casual que Antistio acompañase a
Augusto en la campaña contra cántabros y astures, pues en el año 35 había
derrotado a los salassos, montañeses del valle de Aosta, en el territorio que
hoy es la parte más occidental de la Italia septentrional. Esto lo acreditaba
como experimentado combatiente de alta montaña.
El plan de Augusto consistía en que
los ejércitos de las dos provincias de Hispania, el de la Citerior bajo su
mando ─con Antistio como lugarteniente─ y el de la Lusitania, bajo el mando de
su legado Publio Carisio, atacasen a la vez, uno a los cántabros, el otro a los
astures. La parte de la guerra tradicional, con la toma de las plazas fuertes
enemigas, correría a cargo del mismo Augusto, en el frente este, y, una vez en
la cima, serían las habilidades de Antistio las que llevarían a la victoria.
Pero una cosa era lo previsto y otra
lo que sucedió. A Augusto le costó vencer a los cántabros y a Carisio a los
astures. El gran hombre terminó por abandonar, enfermo de asco y miedo al rayo
del Júpiter cántabro, y dejó la dirección de la campaña en manos de Antistio.
Por su parte, Carisio, logró vencer a los astures en Lancia, aunque más que por
mérito propio, por la traición de los brigaecinos.
En definitiva, llegó el momento en
que Antistio Veto descendió hacia la costa por el cordal del Escudo y Publio
Carisio lo hizo por el cordal que, sorprendentemente, aún lleva su nombre, la
Carisa. Antistio venció en Aracillum, probablemente Espina del Gállego, gracias
al apoyo de las legiones desembarcadas en lo que luego fue Portus Victorie, y
Carisio derrotó a los astures poco después, gracias al apoyo de Cayo Furnio,
que sustituiría a Antistio Veto.
Hasta aquí la guerra, sus
operaciones y la habilidad de los romanos en el combate de alta montaña. Pero,
pasan los años, pasan los siglos y se olvida el cómo y el porqué de la victoria
romana sobre cántabros y astures. Los historiadores, poco formados en las
técnicas militares del ejército romano, centran sus estudios en las fuentes
latinas.
Y, así las cosas, hacia los años
sesenta del siglo XX se desarrolló en Francia toda una teoría arqueológica que
se basaba en el descubrimiento de los castros galos y los campamentos romanos
por medio de la localización aérea. Fueron muchos los campamentos romanos
descubiertos y, como los imperiales eran meticulosos y ordenancistas en extremo,
las dimensiones de los aquellos y su estructura ofrecían un certero
conocimiento sobre el número de efectivos implicados en la lucha y, además,
como los campamentos eran móviles, castra
aestiva, levantados a medida que la unidad romana avanzaba en territorio
enemigo, se conocieron las líneas de penetración romana. Había nacido la
arqueología de guerra.
Esta novedosa visión de la
investigación arqueológica llegó a España, a Cantabria y a Asturias de la mano
de un santanderino que obtuvo el doctorado en La Sorbona, por lo que bebió de
las mismas fuentes que crearon este método de investigación: el profesor
Eduardo Peralta Labrador. Tras muchos vuelos y fotografías aéreas, descubrió
que bajo la epidermis verde de Cantabria se hallaba un libro abierto que contaba
con detalle la historia de las Guerras Cántabras, que la reformulaba y
completaba los datos parciales y escuetos de las fuentes. Fueron innumerables
los castros y los campamentos romanos descubiertos. Y, sobre todo, se concluyó
que los romanos conquistaron Cantabria tras penetrar por el cordal del Escudo,
y Asturia tras penetrar por el cordal de La Carisa. Su obra «Los Cántabros
antes de Roma», de 2003 dejó constancia de estos descubrimientos y de su
rompedora teoría que, sin lugar a dudas ─y pese a quien pese─ transformó la
historiografía moderna.
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