Quisiera hoy pobre bruto cantarte
un romance mecido en mi vihuela.
Sea en verso mayor, tú lo mereces,
cardo feliz, aborto de la tierra.
Era lunes y marzo en sus principios,
y a punto de estallar la primavera.
Se ocultaba el silencio entre las sombras
Tras tanta barbacoa dominguera.
Pero al final, yo anduve de puntillas,
y él bien captó que amaba su belleza,
sacerdote de túnica escarlata,
gris o marrón, a juego con la tierra.
Estallará la Sierra en mil silencios,
y la Vida regalará su arenga:
aves que se persiguen por los cielos,
coros son mil, bandadas pajareras.
El cuadro silencioso de la vida
el gran Buciero en la distancia observa,
y el árgoma de flores amarillas
llena lomas e invade las laderas.
El horizonte fabricando al viento,
y en el añil perdida está una vela,
surrealista toque, pincel fino,
contraste blanco, carne de galerna.
Las yemas tímidas, tan vergonzosas,
pregonan al final la primavera,
y en los barrancos, lascas del pasado,
grandiosos buitres leonados vuelan.
Hasta el Candina, señor de las cumbreras,
con blancas nubes juega a las cometas.
Mas al fondo sinuosa ya se escucha
tu negra y mas que oscura furgoneta.
Vienes a reposar tus noches y tus días,
a que la calma relaje tu cabeza,
pues entre ruidos, rayitas y jaranas,
dos noches habrás, gañán, pasado en vela,
y precisas hoy de un silencio puro
por defecar tu sangre cloaquera.
Ya en el mirador, sacas tu cerebro,
medida plana de tu inteligencia
y a voz en grito hablas con esa amada
que está muy lejos, quieres que te entienda.
Por qué naciste, dime tonto mío.
Por qué descansaremos en la misma tierra.
Espero que apaguen el móvil en tu entierro,
zanguango inútil, sangre de cerveza.
Y que al abismo caigas en silencio,
humanoide, animal, allá te veas,
y que el dios de la nada te devore
como devorado ha tu inteligencia.
Lamentable es que con tu ruido odioso
también has arruinado este poema
que se inició con metáforas gloriosas
y termina aquí, cargado de cadenas.
¡Oh mar, oh buitres, oh fugaz misterio
de la Sierra de la Vida que te alejas!
Mañana volveré y en silencio cantando
recorreré mañana tus almenas.
Mañana, cuando despunte silenciosa,
orgullosa y sutil tu primavera,
sin necios devoradores de palabras.
Te adoraré sin voz, Madre Cantabria,
a tumba abierta.
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