miércoles, 12 de marzo de 2025

UN MATRIARCALISMO DESQUICIADO

 

Encontré hace muchos años —en la prehistoria de la elaboración de mi «Cantábrica»— un documento técnico escrito por una más que importante autoridad académica de Cantabria, fechado hacia 1977, que versaba sobre estructura social, poblamiento y etnogenia de Cantabria. Lo estudié y desmenucé y me convenció. ¡Qué le iba a hacer!, no tenía forjado mi criterio ni poco ni mucho.

En síntesis, decía lo siguiente: A la llegada de los romanos a Cantabria, esta se encontraba dividida en tres niveles de indoeuropeización: uno claramente celta y patriarcal, evolucionado, la Cantabria Cismontana donde se ubicaban los grandes oppida y que fueron los auténticos resistentes de que hablan las fuentes; otro, la Transmontana, que se subdividía en dos partes: una zona también céltica y patriarcal, del Besaya hacia poniente, más indoeuropeizada, y una zona matriarcal y autóctona, vascoide, en el oriente de Cantabria. ¿En qué se fundamentaba esta teoría?, pues en la toponimia, que según el autor —gran experto— guardaba residuos supuestamente vascos en el este de la zona costera, y no en el oeste. 

Lo anterior quizá sea una mera simplificación del contenido del artículo, pero es suficiente para lo que me interesa. No es mi cometido discutir con los científicos, sino sólo estudiar la repercusión de sus teorías en el proceso de elaboración de la Fantástica.

Sin duda, tal planteamiento era muy útil para una creación literaria: tres grupos bien definidos en la Cantabria de la Segunda Edad del Hierro, que podían estar enfrentados entre sí, con una notable presencia vasca o vascoide en el oriente, lo que daba pie a utilizar aerotransportada la elaborada mitología vasca, considerada como preindoeuropea y ultramatriarcal, una mitología que ha alcanzado niveles de auténtica teología en los ámbitos académicos de la Universidad del País Vasco, un matriarcado que daría mucho juego en tramas y componendas, e incluso en presentismos relacionados con el feminismo, movimiento revolucionario al que este autor nunca hizo ascos. Sin duda, toda esa bambolla de tres niveles culturales, sociales e idiomáticos en el Solar Cántabro daba mucho juego literario.

Y me dediqué a la tarea de recomponer la mitología de la Vieja Cantabria con tales mimbres, a profundizar en los diversos niveles constructivos, a estructurar tramas, evoluciones, personajes y panteones divinos. Apliqué cientos de horas al trabajo y, cuando ya llevaba casi setenta y cinco mil palabras escritas, tuve que desechar el marco propuesto por ese sesudo estudio nacido en el seno de la Universidad de Cantabria, por incoherente.

No llegué a esta conclusión por razones técnicas y científicas, pues no es ese mi campo, sino por imposibilidad de aplicar esta visión de lo cántabro a la composición que tenía entre manos. Las leyes de la Fantástica, tan diferentes a las de la Lógica —ni más ni menos ciertas y ni más ni menos falsas— se resintieron.

En efecto, no me cuadraban los argumentos, no respondía la construcción teórica del experto en toponimia a las fuentes literarias, la mitología vasca aplicable a la cántabra como sustrato no era ni seria ni verosímil en el marco de la creación literaria y, en cuanto al enfrentamiento entre patriarcado y  matriarcado de los cántabros todo era confuso, los personajes estaban forzados, las tramas resultaban incongruentes porque obligaban a un retorcimiento exagerado y artificial de la diégesis, y el texto literario naufragaba en un sinsentido de conceptos contradictorios... Vamos, que no acertaba ni con el tono, ni con la forma, ni con la estructura del relato. Luego comprobé, tras abundantes horas dedicadas al estudio de la literatura científica, que esa supuesta etnogenia cántabra era un dislate y que por eso no cuadraba con mis planteamientos literarios.

Es decir, que me salía como un churro la reconstrucción mitopoyética de la mitología cántabra y me vi obligado a aplazar la obra durante años para empezar, de nuevo, desde cero, mucho tiempo después. Eso sí, en el segundo intento contaría con un respaldo científico serio.

Nótese, sin embargo, que nada critico de la teoría científica de ese notable autor universitario cántabro, ¡libren de tal idea los dioses a este humilde zurupeto!, sólo digo que desde el punto de vista de su aprovechamiento literario, esa Cantabria tripartita que, aparentemente daba abundante juego, era inviable. Tras mucho tiempo dedicado al estudio de un campo que no era el mío, dispuse de notables instrumentos que mostraban la falacia de ese trabajo de 1977 en el que se oponía matriarcado cántabro-vasco a patriarcado celta.

La creación de la mitología a partir de la literatura, mitopoyesis —de la que Tolkien es el máximo exponente— debe basarse en la coherencia textual y, entre otras muchas cuestiones que no proceden ahora, no cuadraba con la “lógica de la Fantástica” el marco matriarcal que el estudio de 1977 imponía a una parte del territorio cántabro.

En la «Cantábrica» que al final resultó se comienza por afrontar este problema del supuesto matriarcado, pues del “sexo” de los dioses —dado que el “género” nunca fue constructo de libre disposición para la divinidad—, depende la coherencia de toda la reconstrucción mitopoyética.

Y hemos de confesarlo, en «Cantábrica» se parte de una negación sistemática del matriarcado en el Solar Cántabro.

¿Eso quiere decir que las mujeres de los pueblos cantábricos no tuvieron privilegios por encima de las mujeres mediterráneas de la misma época? No, por cierto, sino todo lo contrario, eran unas afortunadas porque la estructura económica de la sociedad celta favorecía ciertos privilegios femeninos que Estrabón incluyó en su confuso término de ginecocracia que a tantos ha despistado.

¿Matriarcales los cántabros?... Ni por pienso, pues las decisiones básicas e imperativas correspondían siempre a los patriarcas, a los jefes. ¿Con ciertos privilegios para la sororidad femenina?... Eso sí, pero a partir de conceptos tan materialistas como la manera que tenían los celtas, los celtíberos, los cántabros, de ganarse el sustento: la guerra, la violencia y la rapiña institucionalizadas.

Además, en esa estructura patriarcal, las mujeres constituían un cerrado colegio de guardianas. En una sociedad de religión guerrera y dominadora, las sororidades femeninas eran entregadas transmisoras de la violencia institucional, aunque esto suene muy fuerte y pueda herir sensibilidades bien pensantes actuales.

Cuando apliqué estos nuevos criterios, las piezas del rompecabezas literario, metapoyético, nacido de la lógica diferente por la que se rige la Fantástica, cuadró a la perfección: los dioses se hicieron coherentes. ¿Más polémicos, quizá?... Puede ser, pero eso me importa tirando a un comino, sea dicho con los debidos respetos y sin ánimo de ofender.


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