jueves, 13 de marzo de 2025

LOS SOLDADOS DE LA OSCURIDAD

 

En la mitología celta irlandesa, los FOMORÉ o FOMORIANOS son los seres contrahechos que formaban parte de las fuerzas del mal, de la Oscuridad, anteriores a la llegada de todos los invasores (Partolón, Firbolg,  Tuatas, Milesios...). Estas personificaciones del miedo tienen que estar presentes, necesariamente, en una reconstrucción mitopoyética de la mitología cántabra, por eso son importantes personajes en «Cantábrica», sólo que les daré el nombre de FOMOUROS, jugando con el elemento irlandés y con el concepto difuso de MOURO, propio de Cantabria, Asturias y Galicia. La literatura tiene una gran ventaja sobre la historia y la ciencia: la posible y obligada adaptación de conceptos y términos.

Estos seres de la Oscuridad, junto con otros de mayor cuantía pero también ctónicos, me han dado mucha guerra en la composición de la Epopeya. Además, hay que tener en cuenta que la asignación de nombres a los personajes divinos es uno de los más difíciles problemas de la metamitología, la reconstrucción literaria cerrada a partir de escasos elementos preexistentes.

Si encontrar nombre adecuado para estos soldados de número de los ejércitos del mal, los FOMOUROS, era difícil, el concepto también se las traía. Por fortuna, contaba con Manuel Llano y con su obra «Retablo Infantil», capítulo “Miedo” (Obras completas, edición de 1967, pg. 84), donde se ilustra el componente terrorífico en la memoria colectiva que el poeta plasma a la perfección. Este terror difuso y contrahecho subyace en la mente de los niños, paleolítico de toda mitología, rebosante de miedos casi instintivos. Así describe el maestro a estas pesadillas del mal:

«Mitos de humo, de neblina oscura, como sombras de hombres gordos en las paredes de la cocina. Unos tenían los dientes azules, la frente de color de ladrillo, el pecho lleno de púas cárdenas, las manos en forma de rastrillo con pinos de hierro relumbrantes en las puntas. Otro, todo negro como hocico de vaca, tenía la cabeza de lobo y el cuerpo de persona.  Otro enseñaba sus colmillos verdes, sus grandes orejas cenicientas, su cuello encarnado y ancho... Unos tenían los ojos muy grandes, del color de oliva negra, unas melenas rojas, unas manos redondas, sin dedos, del color de las piedras del camino. Otros usaban unas barbas como de yerbas secas, en las que se guarecían unos pájaros blancos cuyos picotazos traían la desgracia, el dolor, la mala suerte de toda la vida. Mitos rechonchos, de cara colorada, con la nariz grande y corva, los pies de cabra, los ojos de águila, vestidos de yedra, de rozo, de juncos secos... Mitos altos y flacos, con ojos de gato montés, cara de chivo, desnudos, amarillos, negros».

Como se suele decir, el gran poeta carmoniego me quitó la descripción de la pluma — casi mejor porque yo nunca habría alcanzado su calidad—. Esos son, en fin, los FOMOUROS de «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro», seres malos de toda maldad, deformes, auténticos Frankenstein de imposible arquitectura, habitantes de las profundidades. Desempeñan la función de conectores con el terror atávico a lo contrahecho que amenaza en la sombra, el gran pavor indefinido. Precisamente para combatirlo se inventó la literatura, pues esta cumple una labor apotropaica, de vacuna preventiva contra el miedo, como si dijéramos.

Y, ya que hablamos de invenciones literarias —yo prefiero decir trasposiciones literarias—, Adriano García Lomas fue el primer escritor cántabro que aportó una reconstrucción mitopoyética de la diana cántabra, Nemétona, al final de Mitos y Supersticiones de Cantabria, trabajo que ha pasado inadvertido para los amantes de la mitología cántabra, pero  sobre esto ya insertaré algo el lunes.

 

 


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