Existen sucesos aparentemente
independientes que, sin embargo, están conectados de alguna manera. A esta
conectividad Jung llamó sincronicidad. Dicho a lo llano: nada sucede por casualidad.
Así,
mañana a estas horas nos encontraremos reunidos en ADIC varios escritores para
hablar de mitología cántabra en su relación con la mitología europea. El tema
es curioso, interesante,
lo que se quiera, pero ni es casual que se celebre el acto en ADIC, ni lo es el
tema, ni mucho menos el significado del encuentro. Nada sucede por casualidad,
ya lo hemos dicho.
La
importancia del acto de mañana radica en la capitalidad que desde los comienzos
tuvo ADIC en la construcción de la IDENTIDAD CÁNTABRA, e inevitablemente conectado
al anterior hecho incontestable, la importancia que tiene la MITOLOGÍA de cara
a dicha identidad.
Pero,
antes de seguir, definamos IDENTIDAD para que no haya equívocos. Identidad es
la búsqueda de lo que nos hace especiales, peculiares, diferentes, una
actividad altamente racional en un mundo de irracional globalización.
La
globalización es como la bola de plastilina manoseada por el niño en la
escuela, que termina siendo un mazacote gris, pese a que en principio eran
varias las barritas coloridas con las que jugaba. La búsqueda de la identidad
trata de restaurar los colores originarios, los que han pintado las existencias
de nuestros mayores.
Identidad
no es amor a la patria excluyente que tiene vida propia, sino amor al lugar
pequeño, chiquito en que nacieron nuestras madres, nuestros padres, nuestra
matria, nuestra patria. Un lugar incluso diminuto como nido de golondrina, pero
eso sí, vivo, no una patria existente desde el principio de los tiempos a la
que hay que llegar dando codazos a las patrias de los demás, no una patria con
personalidad propia, exigente, superestructural, milenaria a reconquistar, en cuyo regazo
encontraremos el paraíso perdido y la felicidad. En fin, un cuento chino en el que cada uno es libre de creer si le viene en gana.
Hablando
en plata: el que quiera bailar sevillanas en la plaza del Ayuntamiento de
Santander, que lo haga y sea feliz, ellos sabrán dónde nacieron su
madre y su padre, dónde están enterrados sus antepasados, quizá envueltos entre
pliegues rojigualdas de águilas preconstitucionales, no sé, es un decir y que
nadie se ofenda. ¿Patrias imperiales?, ¿patrias discordantes y excluyentes?, ¿milenarismos
sagrados?, ¿patrias con derecho a exigir hasta la vida? Métanselas ustedes por
entre los pliegues del periné, dicho sea con los debidos respetos y sin ánimo de ofender.
Como
digo, porque soy viejo y recuerdo, antes de 1975 el concepto de Cantabria era
un páramo, pero también el concepto de La Montaña, que nadie se deslice por
ahí. La Montaña era un vestido tradicional ideado por Falange y las canciones
de Navidad: ¡Venga, vamos a echar unas montañesucas!, decíamos todos en Nochebuena.
Esto era la Provincia de Santander, y punto. Pero no nos equivoquemos, si
nuestra comunidad autónoma se hubiera llamado La Montaña, enfrente estarían ahora los
mismos que bailan hoy sevillanas en lugar de bailar jotas montañesas.
La
idea de Cantabria estaba reducida a muy poco y, por supuesto, ni existían los
ojáncanos, ni las anjanucas, ni los trasgos. Por eso el cantabrismo surgió como
un concepto defendido por ADIC frente a los castellanistas de ACECA, Asociación
de Cantabria en Castilla.
Luego
vino Isidro Cicero con su Vindio y de él se nutrieron los espíritus de dos
generaciones: los padres de entonces que éramos jovencísimos, y los pequeñuelos
del Baby Boom. Fue todo un éxito porque
reunía los dos elementos que hacen a una obra literaria única: un fondo y una
forma por completo originales. El fondo era el tratamiento pedagógico de unos
mitos ya recreados por los poetas y los estudiosos. La forma, una hilazón
argumental gracias a la cual el personaje de Vindio, narrador, cobraba vida, se
hacía más próximo.
Y, como sucede siempre tras la genialidad, llegaron los epígonos, los kitsch, los imitadores, y nació una legión de
álbumes ilustrados, con profusión de imágenes multicolores que dejaron
ojancanitos, anjanucas, trasgos y tentirujines por todos los rincones de las
librerías cántabras. Esta mitología infantil pronto cobró carta de
naturaleza y se desvirtuó su vinculación con la identidad cántabra.
Como
la mitología quedó reducida a meros personajillos del bosque, se favorecieron
las posturas proclives al olvido. Y surgieron tenidas sevillanas en la plaza
del Ayuntamiento de Santander, eran inevitables, promovidas por los mismos que unificaron tras la
dictadura los trajes típicos de todas las comarcas de Cantabria-La Montaña en
uno solo, promovidas por los minimizadores de lo cántabro.
Esos
falangistas ahora se atreven a decir que ellos potencian lo montañés frente a
lo cántabro. Por sus bocas habla la ignorancia nacida del olvido en que se ha
convertido este Macondo que llamamos Cantabria. Pero, tal actitud es natural en ellos, ya lo dijo el Evangelio: nunca regaléis a los cerdos la comida guardada para los hijos. Quiero decir que aquellos que desde el cantabrismo oponen el término Cantabria al de La Montaña tienen su parte de culpa porque nuestra identidad es una mesa con dos cabeceras a reivindicar, iguales, paritarias y de extrema nobleza ambas: Cantabria y La Montaña. ¿Regalar a los que se arrancan por seguidillas el sagrado nombre de La Montaña? Una pésima opción. Pero, ya me estoy yendo por las ramas.
En fin, mañana estarán sentados a la misma mesa, en ADIC, varios escritores peculiares .
Uno
de ellos, Juan Carlos Cabria, fue el autor de “Dioses, héroes, mitos y leyendas
de Cantabria”, ensayo divulgativo en el que se introdujeron, por primera vez, referencias
expresas a los dioses cántabros. Además, nos consta que este autor está
trabajando en una inminente publicación en la que se profundizará en el tema de
la mitología cántabra en relación con la matriz indoeuropea.
También
estará Marcos Pereda, que en una publicación relativamente reciente, “Cantabria,
tierra de leyendas”, dio voz lírica, por primera vez, a los dioses cántabros: “El
nombre de la Diosa, cuentan, solo se puede susurrar. Nunca en voz alta, porque
las cosas que necesitan gritos son las menos importantes. El nombre de la Diosa
se murmura, el nombre de la Diosa se paladea, así como si quemase, como si
pudiese matar”. Eso dice este autor, ¿puede expresarse con mejor vis poética el amor por lo propio?
Y
también estará el cura que escribe (cura en sentido figurado, claro), que desde
hace tiempo viene anunciando una obra mitopoyética, completa y omnicomprensiva
de la mitología de Cantabria, con enfoque épico: “Cantábrica, la Gran Epopeya
del Solar Cántabro”, una obra grande, sin duda, nada menos que tres tomazos. Él
siempre dice que le importa un bledo la extensión, que quienes no deseen leer,
que le den al pulgar y a la pantallita, sube que sube, baja que baja, pero que
luego no se pongan la toga de críticos literarios.
Por
supuesto, será coordinador del encuentro alguien muy importante en la recuperación de las
tradiciones, el editor de Etnocant Antonio Gutiérrez Rivas, pues estas gentes
que hacen trabajo de campo, raras aves que nadan muchas veces contra corriente,
son imprescindibles, la trébede en la que se prepara el cocido montañés de la
identidad.
En
fin, un acto que no es casual: ¡Adic por una parte, cuatro autores que hablan
de Mitología con mayúsculas, por otra!
Es
muy probable que, por fin, los dioses cántabros pronto resuciten y vengan a ayudar a
elevar la moral de un pueblo que, como decía Tiberio de los paniaguados y
lerdos senadores de Roma: “está predispuesto, preparado, condicionado y
resignado a la esclavitud”.
Sin
duda no le vendrá mal a Cantabria-La Montaña esta penicilina mitológica contra la pandemia
de conformismo que nos ha invadido, bacteria liberada del laboratorio propiedad
de quienes no desean ciudadanos, sino consumidores acríticos e incultos.
AVISO... El anterior texto
no pertenece a “Cantábrica. La Gran
Epopeya del Solar Cántabro”, sino que refunde, comenta y explica en formato
divulgativo algunos de sus contenidos.
También se quiere hacer
constar que este texto está protegido por DERECHOS DE AUTOR, y que
periódicamente, gracias a la IA, hacemos barridos en la Red para detectar
plagios. Según la normativa de Facebook, la inserción de un texto o una imagen
en esa red social no implica la pérdida de los derechos de autor frente a
terceros usuarios. En este caso, la propiedad intelectual está reconocida en el
expediente 2024/5095 del RPI-España-UE. (Tazón. Abogados)