Según la tercera acepción del DRAE, “mito” significa relato rodeado de extraordinaria admiración y estima. En ese sentido, entiendo que las Guerras Cántabras son un mito para el Solar Cántabro y para la identidad de las gentes que lo habitan.
Sin
duda, se trata de un hecho diferenciador. Si los catalanes, los galeses o los
virginianos hubieran dispuesto en su haber histórico de una gesta similar
tendríamos, como reza el lugar común, largometrajes, obras de teatro y
monografías multimedia sobre el tema para llenar un petrolero.
Cuentan
que los romanos movilizaron, al final, diez legiones contra Asturia y
Cantabria. Eran tiempos buenos, pues acababan de finalizar las sangrientas
guerras civiles y había muchos soldados por cada legua cuadrada de imperio.
Además,
Augusto se veía obligado a obtener algún triunfo a título personal, pues hasta
entonces fueron sus generales, especialmente Agripa, quienes le pusieron las
victorias en bandeja. Algunos quieren hacer creer que ´por este motivo las
Guerras Cántabras fueron una pantomima, una nonada, un montaje propagandístico
del amo de roma para darse el pote, como decimos en Santander. No nos engañemos,
esta es una opinión interesada para minimizar lo cántabro como referente. Lo
cierto fue que el gran Augusto intentó ganarse los laureles por estas tierras
pero, al final, fue Agripa el que terminó sacándole, una vez más, las castañas
del fuego.
Varias
fueron las causas de las Guerras Cántabras o Astur Cántabras: el deseo de prestigio
de Augusto, que no se niega, pero que no fue la razón fundamental; la necesidad
de que la ecúmene romana abarcara toda la Península, como cierre geográfico de
las fronteras del imperio, la de no dejar bolsas de resistencia en retaguardia cuando
se mirara hacia la inminente conquista de Centro Europa y, sobre todo, la
conquista de la costa cantábrica.
¿Por
qué la costa cantábrica? Por la voluntad de Augusto de conquistar las Islas
Británicas y, sobre todo, Germania. La batalla de Teuteburgo, el 9 de nuestra
era, acabó con el sueño de establecer la provincia romana de Germania, pero las
Guerras Cántabras tuvieron lugar 35 años antes, cuando Augusto acariciaba tal
idea. Para ello, era imprescindible conquistar la costa norte de Hispania. Se dispondría
así de un corredor de caboteo hasta la misma Germania, sin necesidad de
aventurarse en alta mar por las turbulentas aguas del Golfo de Vizcaya.
La
cordillera era importante, sin duda; las posibles minas a explotar, también;
pero el movimiento eje, la punta de lanza de la estrategia romana, era el
dominio de la costa. Y desembarcaron en Portus Victoriae.
¿Cómo
lo hicieron?, ¿usaron una flota romana de guerra radicada en la Galia? Parece
ser que no, que tal flota no existía, que seguramente utilizaron cuantos buques
hallaron para trasladar su legión o sus dos legiones desde la Aquitania
recientemente sometida.
Pero,
claro, aquí surge un problema logístico de primer orden, ¿cuántos buques se
precisan para cargar toda una legión, o dos?, ¿cómo acumular esos buques en
territorios desde los que se pueda embarcar a los soldados y proceder a un
desembarco rápido y eficaz?, ¿dónde se embarcarían para caer sobre Portus
Victoriae?
Para
responder a estas preguntas he utilizado diversos materiales. Uno de ellos es el
pedagógico libro —ya casi olvidado—“Cántabros, Origen de un pueblo” escrito por
Bolado, Gutiérrez, Hierro y Ocejo y publicado en 2012 por ADIC. Pero, también
me he guiado por la obra de Rodríguez Neila “Confidentes de César, los Balbo de
Cádiz”, que en su día me dio pie para confeccionar la novela “Cornelia de
Gades”.
Por
último, me he dedicado a preguntar a los marinos a vela, que no son pocos en
Santander y en Santoña, y me han confirmado que para ir de Francia a Galicia
bordeando la costa, ha de aprovecharse el nordeste que sopla en verano. El
invierno se aprovecha para viajar en sentido contrario, impulsadas las velas
por el viento gallego, para ir de La Coruña a Francia. Y me han asegurado que
si se quiere navegar en verano en dirección a Francia hay que aprovechar los
días de borrasca o la noche en los días de nordeste, pues a última hora deja de
soplar y es sustituido por el terral, viento leve que obliga a encender
motores; supongo que en la antigüedad obligaba a tirar de remo. ¿Qué quiere
esto decir?, que para juntar una flota capaz de embarcar a dos legiones se
precisaba tiempo, mucho tiempo. Y ello por las distancias y por las
dificultades que los vientos oponían —y oponen— a la navegación cantábrica a
vela. Es decir, que los romanos, gentes que planificaban con años de
antelación, tenían echado el ojo a la costa astur y cántabra mucho tiempo antes
del 26 a.C.
Pero
es que el trabajo de Juan Francisco Rodríguez Neila es también ilustrativo.
Dice este profesor cordobés que dos eran los Balbo, tío y sobrino. El más
viejo, el tío, Lucio Cornelio Balbo Maior, era el banquero y la mano derecha de
Julio César; y que el sobrino, Lucio Cornelio Balbo Minor, era el banquero y la
mano derecha de Augusto. Es decir, que estos gaditanos estaban siempre
dispuestos a prestar lo que hiciera falta a los dos romanos. Por supuesto, como
banqueros fenicios no perdían nunca.
Lo
cierto fue que cuando César estaba luchando contra los lusitanos, estos dieron en
refugiarse en las Islas Berlangas, en Portugal. ¿Qué hizo Julio? Telefoneó a su
amigo Balbo Maior y le pidió que le enviase buques suficientes como para
embarcar dos cohortes y asaltar, con ellas, las islas. Y Balbo procedió de mil
amores. Y Julio las conquistó.
¿Sería
de extrañar que Augusto, para conquistar Cantabria llamase a su amigo Balbo
Minor, sobrino del anterior y su fuente de auxilio material y financiero, para
que le enviara abundantes mercantes gaditanos que, haciendo escala en
Brigantia, La Coruña, llegasen hasta las localidades del Este del Cantábrico,
Oiasso y Portus Amanum, para que se embarcasen las legiones que llegarían allí
en cuanto quedasen sometidos los aquitanos?
La
operación sería de amplio aspecto, pues si César precisó 90 buques mercantes
para embarcar dos cohortes, para dos legiones habría que echar la cuenta. Es
probable, como dicen los autores de “Cántabros, origen de un pueblo”, que utilizaran
también las “naves gálicas”· de los vénetos. En cualquier caso, muchos barcos,
mucha planificación, mucha preparación.
¿Y
por qué no fueron por tierra siguiendo la costa vasca hasta lo que luego sería
Santander? Porque la precisión del ataque, sin sorpresas ni resistencias
imprevistas, requería coordinación y sólo por mar podía garantizarse un golpe
limpio sobre los resistentes de la Espina del Gállego, Aracilum. La eficacia
militar imponía el ataque por mar.
Como
sería muy lógico, los cántabros de la costa, que algo esperaban, harían lo
posible por hostigar las labores tácticas de los romanos en tierra autrigona, y
de ahí sacaron los enemigos el “casus belli” preciso para iniciar el ataque en el
26.
En
definitiva, que el esfuerzo estratégico de Roma (preparación de las previstas
guerras germánicas), su habilidad táctica (desembarco en P.Victoriae para
sorprender a los resistentes del interior), y el empleo de gran número de
tropas y de buques lleva a la conclusión de que las Guerras Cántabras no fueron
un mero paseo militar, como quieren hacer creer aquellos a los que se les ponen
los pelos como escarpias cuando se habla de la capacidad de resistencia
indígena —nunca supe por qué—, sino, justo, todo lo contrario.
En
“Cantábrica”, como digo, las Guerras Cántabras tienen su apartado en una novela
intimista —insertada en el tomo 3—, en la que los dioses le comunican al
protagonista, Coronoego, el desarrollo futuro de la contienda. Además, en el
tomo 2 —Los Tiempos del Hierro— se tratan los viajes de Turo, druida vellico,
por todos los castros de Cantabria —71 paradas y casi 600 páginas—, durante los
dos años anteriores al fatídico 26 a.C., con la misión de predicar la unidad y
la preparación para la guerra, a imitación del celtibérico Olíndico.
En
definitiva, “Cantábrica” es un guiso mitológico, con presencia de los dioses en
cada página, pero cocinado en la especial y picante salsa de las Guerras
Cántabras.
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