domingo, 27 de abril de 2025

ENTRE TOLKIEN Y LOS CLÁSICOS

 


¿Quién no conoce a Tolkien? Fue el fundador del subgénero literario de la METAPOYESIS o Metapoeia, consistente en la creación de toda una mitología completa y cerrada, interconectada y autosuficiente en el ámbito de la ficción.

Tras él vinieron muchos imitadores, aunque pocos repitieron su hazaña, la creación de toda una mitología, sino que se limitaron a forjar elementos sueltos de mundos ficticios. Surgió así la literatura fantástica, otro subgénero moderno nacido de Tolkien, digno sucesor de los libros de caballerías.

Por lo tanto, tenemos dos frutos de la fecunda vida de Tolkien: la literatura metapoyética y la literatura fantástica. La primera muy poco desarrollada en sentido global, como hizo el maestro; la segunda, prolija en extremo, dado su carácter mercantil como obra de mero entretenimiento.

¿Por qué crea Tolkien el eje de su mitología, el «Silmarilion»? Esta obra, publicada después de su muerte, de lectura ciertamente compleja, no era mercantil. Sí lo era, sin embargo «El Señor de los Anillos» y, tras el éxito de esta novela, ya decimos que tras la muerte del autor, desfiló por los escaparates el «Silmarilión», su obra amada, el gran referente de la compleja construcción mitológica tolkeniana.

Con ella pretendía regalar a Inglaterra un libro legendario, como ya existía en Gales (el Mabinogión) y en Irlanda (El Lebar Gabala) pero, a diferencia del origen medieval de estos libros, compilaciones de leyendas celtas, el «Silmarilión», era una obra contemporánea, nacida de la Fantástica.

Para la construcción de su mundo mitológico, al que dotó incluso de un idioma específico, Tolkien se basó, en líneas generales, en la mitología germánica y céltica. Pero no tomó parte alguna de estas mitologías, sino que desarrolló un mundo por completo nuevo, fantástico. Incluso hacía gala de imitar a Dios —era profundamente religioso—, se consideraba todo un demiurgo.

¿Inventó Tolkien un novedoso método de trabajo, algo que no estuviera ya en la literatura grecolatina? No, porque, en realidad, toda mitología, especialmente la clásica, la de Grecia y Roma, se ha nutrido siempre, o incluso ha sido creada desde la literatura. Las epopeyas clásicas fueron las primeras obras metapoyéticas, generadoras, paridoras de mitología a partir de ligeros gérmenes narrativos populares.

Así, la Eneida de Virgilio, creó un mundo fantástico para Roma, gracias al cual el imperio pudo codearse por fin literariamente con los sometidos griegos, pero lo creó a partir de la Iliada y de la obra de Ennio, un oscuro autor de los primeros años de la República, que recogió, se supone, no se sabe, no queda nada claro, dicen, cuentan, alguna posible leyenda anterior, de cuya existencia no tenemos fuentes fiables de conocimiento. Es decir que Virgilio fue el autor metapoyético por excelencia.

Otra epopeya clásica —que citamos por su conexión como referente literario de los cántabros— fue «La Púnica» de Silio Itálico. En ella se recrean en un ambiente mítico las guerras entre romanos y cartagineses, especialmente la segunda, y crea incluso personajes literarios que nos son tan cercanos, como Laro el Cántabro, pero a partir de algo concreto, de un elemento histórico contante y sonante, nada menos que la compilación de Tito Livio, escrita casi doscientos años antes. No crea su mundo fantástico, literario, a partir de la nada, sino a partir de la historia, a partir de «Ab Urbe Condita», a la que sigue fielmente en lo tocante a hechos y pautas temporales, sobre los que monta su ficción.

Lo cierto es que Tolkien crea a partir de muy ligeras bases mitológicas todo un universo completo y cerrado. Mientras que la epopeya clásica construye mundos también completos, cerrados y fantásticos, a partir de elementos preexistentes.

Tolkien presenta su obra como ficticia, como literaria, mientras que los clásicos presentan las suyas como reales, como mitologías puras.

El inglés no precisa andamios sobre los que montar sus esquemas narrativos, el narrador es por completo libre, todo un fabricante del cosmos. No precisa lo real, le basta con la idea. Los clásicos, sin embargo, tienen pautas que seguir y a las que adaptarse, como Virgilio con la Iliada.

Pues bien, «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro» sigue un camino intermedio.

También es una obra global, completa y cerrada como lo fue la de Tolkien o las epopeyas clásicas. Sigue el ejemplo de aquel en el reconocimiento de que lo que se crea corresponde al estatuto de la ficción. Los clásicos, por el contrario, pretendían hacer pasar su creación por continuación de las leyendas en las que se basa. Era propio de la antigüedad confundir la ficción con lo real y, por lo que se ve, muchas personas en la actualidad tienen dificultades para distinguir ambos niveles operativos.

Sin embargo, en «Cantábrica» se sigue a la epopeya clásica en que no parte de la nada, como en el caso del autor anglosajón, sino que es tributaria de una estructura. Es decir, «Cantábrica» es ficción, pero tiene una base histórica y arqueológica a la que sujetarse: está enraizada en la tierra, en lo real.

Como no consta que se haya presentado a algún público una obra similar a «Cantábrica», donde se crea toda una mitología completa, cerrada y circular, la publicación tiene cierto carácter pedagógico, e indica el camino a seguir para crear mitología por medio de la literatura.

De ahí que comience con todo un tratado, un ensayo divulgativo sobre los elementos históricos y arqueológicos en los que se funda.

Por eso, su primer tomo se llama «Céltica Cántabra», en donde se puede rastrear el cómo y el porqué de esa obra.

Esa es la causa por la que está compuesta a partir de elementos agregados: un ensayo, una larga novela itinerante, una novela intimista centrada en las Guerras Cántabras y unas Metamorfosis Cántabras, narradas al estilo de Ovidio, en las que se termina con la historia minuciosa de los dioses, sus interrelaciones, su ascendencia, su descendencia, sus enfrentamientos, la creación del mundo y las predicciones sobre su destrucción.

Por eso creemos que «Cantábrica» es una obra completa, circular y cerrada sobre mitología cántabra, aunque fabricada sobre datos tomados de la historia y de la arqueología y tratados en la alquitara de la Ficción.

Que se sepa, nunca se ha hecho nada parecido, ni en lo tocante a la forma, ni en lo tocante al fondo. ¿Es esto presunción? No, posiblemente sea estupidez. Abundantes dudas tiene su autor, ¿no ha de tenerlas el público? En cualquier caso, en «Cantábrica» se recrea, como en toda epopeya, la figura del héroe como seña distintiva del género. Algo que es ir contra corriente, pues en el posmodernismo, el antihéroe es el protagonista literario por excelencia.

¡Qué difícil nadar a contrapelo de la marea! ¡Que se lo digan a las gentes de Santander! Pero, en fin, me consta que «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro» ya se ha calzado las espuelas y pronto estará bajo el flexo del lector.


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