¿Quién no conoce a Tolkien? Fue el
fundador del subgénero literario de la METAPOYESIS o Metapoeia, consistente en
la creación de toda una mitología completa y cerrada, interconectada y
autosuficiente en el ámbito de la ficción.
Tras él vinieron muchos
imitadores, aunque pocos repitieron su hazaña, la creación de toda una
mitología, sino que se limitaron a forjar elementos sueltos de mundos
ficticios. Surgió así la literatura fantástica, otro subgénero moderno nacido
de Tolkien, digno sucesor de los libros de caballerías.
Por lo tanto, tenemos
dos frutos de la fecunda vida de Tolkien: la literatura metapoyética y la
literatura fantástica. La primera muy poco desarrollada en sentido global, como
hizo el maestro; la segunda, prolija en extremo, dado su carácter mercantil
como obra de mero entretenimiento.
¿Por qué crea Tolkien el
eje de su mitología, el «Silmarilion»? Esta obra, publicada después de su
muerte, de lectura ciertamente compleja, no era mercantil. Sí lo era, sin embargo
«El Señor de los Anillos» y, tras el éxito de esta novela, ya decimos que tras la
muerte del autor, desfiló por los escaparates el «Silmarilión», su obra amada,
el gran referente de la compleja construcción mitológica tolkeniana.
Con ella pretendía regalar
a Inglaterra un libro legendario, como ya existía en Gales (el Mabinogión) y en
Irlanda (El Lebar Gabala) pero, a diferencia del origen medieval de estos
libros, compilaciones de leyendas celtas, el «Silmarilión», era una obra contemporánea,
nacida de la Fantástica.
Para la construcción de
su mundo mitológico, al que dotó incluso de un idioma específico, Tolkien se
basó, en líneas generales, en la mitología germánica y céltica. Pero no tomó
parte alguna de estas mitologías, sino que desarrolló un mundo por completo
nuevo, fantástico. Incluso hacía gala de imitar a Dios —era profundamente
religioso—, se consideraba todo un demiurgo.
¿Inventó Tolkien un novedoso
método de trabajo, algo que no estuviera ya en la literatura grecolatina? No,
porque, en realidad, toda mitología, especialmente la clásica, la de Grecia y
Roma, se ha nutrido siempre, o incluso ha sido creada desde la literatura. Las
epopeyas clásicas fueron las primeras obras metapoyéticas, generadoras,
paridoras de mitología a partir de ligeros gérmenes narrativos populares.
Así, la Eneida de
Virgilio, creó un mundo fantástico para Roma, gracias al cual el imperio pudo
codearse por fin literariamente con los sometidos griegos, pero lo creó a
partir de la Iliada y de la obra de Ennio, un oscuro autor de los primeros años
de la República, que recogió, se supone, no se sabe, no queda nada claro, dicen,
cuentan, alguna posible leyenda anterior, de cuya existencia no tenemos fuentes
fiables de conocimiento. Es decir que Virgilio fue el autor metapoyético por excelencia.
Otra epopeya clásica
—que citamos por su conexión como referente literario de los cántabros— fue «La
Púnica» de Silio Itálico. En ella se recrean en un ambiente mítico las guerras
entre romanos y cartagineses, especialmente la segunda, y crea incluso
personajes literarios que nos son tan cercanos, como Laro el Cántabro, pero a
partir de algo concreto, de un elemento histórico contante y sonante, nada
menos que la compilación de Tito Livio, escrita casi doscientos años antes. No
crea su mundo fantástico, literario, a partir de la nada, sino a partir de la
historia, a partir de «Ab Urbe Condita», a la que sigue fielmente en lo tocante
a hechos y pautas temporales, sobre los que monta su ficción.
Lo cierto es que Tolkien
crea a partir de muy ligeras bases mitológicas todo un universo completo y
cerrado. Mientras que la epopeya clásica construye mundos también completos,
cerrados y fantásticos, a partir de elementos preexistentes.
Tolkien presenta su obra
como ficticia, como literaria, mientras que los clásicos presentan las suyas
como reales, como mitologías puras.
El inglés no precisa
andamios sobre los que montar sus esquemas narrativos, el narrador es por
completo libre, todo un fabricante del cosmos. No precisa lo real, le basta con
la idea. Los clásicos, sin embargo, tienen pautas que seguir y a las que
adaptarse, como Virgilio con la Iliada.
Pues bien, «Cantábrica,
la Gran Epopeya del Solar Cántabro» sigue un camino intermedio.
También es una obra
global, completa y cerrada como lo fue la de Tolkien o las epopeyas clásicas.
Sigue el ejemplo de aquel en el reconocimiento de que lo que se crea
corresponde al estatuto de la ficción. Los clásicos, por el contrario,
pretendían hacer pasar su creación por continuación de las leyendas en las que se
basa. Era propio de la antigüedad confundir la ficción con lo real y, por lo
que se ve, muchas personas en la actualidad tienen dificultades para distinguir
ambos niveles operativos.
Sin embargo, en
«Cantábrica» se sigue a la epopeya clásica en que no parte de la nada, como en
el caso del autor anglosajón, sino que es tributaria de una estructura. Es
decir, «Cantábrica» es ficción, pero tiene una base histórica y arqueológica a
la que sujetarse: está enraizada en la tierra, en lo real.
Como no consta que se
haya presentado a algún público una obra similar a «Cantábrica», donde se crea
toda una mitología completa, cerrada y circular, la publicación tiene cierto
carácter pedagógico, e indica el camino a seguir para crear mitología por medio
de la literatura.
De ahí que comience con
todo un tratado, un ensayo divulgativo sobre los elementos históricos y
arqueológicos en los que se funda.
Por eso, su primer tomo
se llama «Céltica Cántabra», en donde se puede rastrear el cómo y el porqué de
esa obra.
Esa es la causa por la
que está compuesta a partir de elementos agregados: un ensayo, una larga novela
itinerante, una novela intimista centrada en las Guerras Cántabras y unas
Metamorfosis Cántabras, narradas al estilo de Ovidio, en las que se termina con
la historia minuciosa de los dioses, sus interrelaciones, su ascendencia, su
descendencia, sus enfrentamientos, la creación del mundo y las predicciones
sobre su destrucción.
Por eso creemos que
«Cantábrica» es una obra completa, circular y cerrada sobre mitología cántabra,
aunque fabricada sobre datos tomados de la historia y de la arqueología y
tratados en la alquitara de la Ficción.
Que se sepa, nunca se ha
hecho nada parecido, ni en lo tocante a la forma, ni en lo tocante al fondo.
¿Es esto presunción? No, posiblemente sea estupidez. Abundantes dudas tiene su
autor, ¿no ha de tenerlas el público? En cualquier caso, en «Cantábrica» se
recrea, como en toda epopeya, la figura del héroe como seña distintiva del género.
Algo que es ir contra corriente, pues en el posmodernismo, el antihéroe es el
protagonista literario por excelencia.
¡Qué difícil nadar a contrapelo
de la marea! ¡Que se lo digan a las gentes de Santander! Pero, en fin, me
consta que «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro» ya se ha calzado
las espuelas y pronto estará bajo el flexo del lector.
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