Las culturas son como los complejos
sistemas industriales de suministro de electricidad. Incluso los más avanzados,
los europeos, pueden darnos un susto, reventar en cadena y, a la corta o a la
larga, dejarnos a oscuras.
En fin, igual que la luz
se va, la cultura que nos sustenta puede desaparecer. ¿Acaso las cinco horas a
oscuras de ayer no nos han hecho reflexionar a todos? ¿No se come hoy la oscuridad
global la luz de lo particular? ¿No es cierto que en la negrura del globalismo todos
los seres son iguales?
Esto ha sucedido muchas veces
en la historia: se apagó el mundo grecolatino a manos de los intransigentes
cristianos y del desgaste de sus instalaciones y, antes desapareció lo bárbaro
a manos de los aprovechados romanos, o quizá también por las carencias de sus servicios
de mantenimiento industrial. De esto vamos a tratar hoy.
El primer palo en la
rueda de las religiones vecinas lo pusieron los civilizados griegos y romanos
al llamar a todos los del norte bárbaros. El concepto del bárbaro peludo, vestido
con pieles y habitante de cavernas para evocar a los pueblos de Europa del
centro norte y del oeste, ha llegado hasta el presente, pues descendientes
somos de los romanos, ¿qué le vamos a hacer?, y ese sustrato aún perdura.
Hoy no hablamos de
bárbaros, pero sí de las gentes del Sur, del Tercer Mundo y de las hordas
muslines del este. Nuestro complejo de superioridad euro céntrico es similar al
concepto grecorromano de ecúmene. A este
respecto es digna de verse la película “Los Cántabros”, de 1980, a la que se
refirió recientemente en una conferencia en Los Corrales Lino Mantecón. Se
puede encontrar en youtube; es muy graciosa.
El segundo interruptor
lo bajaron los romanos invasores con su concepto espejo de las culturas
bárbaras, es decir la interpretatio.
Los panteones divinos
eran asimilados al panteón romano. Así, si llegaban a un pueblo en el que se
adoraba a un dios de la guerra, se decía que este era Marte. Si se trataba de
un dios con grandes habilidades manuales, de notable capacidad de comunicación
y movilidad, como era el caso de Lug, afirmaban los romanos que adoraban a
Mercurio. Es decir, miraban las culturas ajenas a partir de las gafas de la
propia.
Eso sí, una vez
asimilados e identificados los dioses vecinos, no tenían inconveniente en
adorarlos ellos mismos, total, coincidían con los de sus templos. Y, claro, aceptaban
que los bárbaros siguieran adorándolos. De esta manera, se permitió a los
pueblos de la cordillera Cantábrica conservar sus dioses, y permanecieron los
cultos hasta la llegada de los árabes.
Las grandes
manifestaciones de la cultura cántabra, las estelas y las aras sepulcrales son
posteriores a la guerra del 26 antes de nuestra era, lo que indica no sólo que los
pueblos de la cordillera sobrevivieron, sino que mantuvieron sus creencias.
En las lápidas dedicadas
a los dioses grababan el nombre indígena del oferente junto al nombre romano
del dios, como en el caso de los manes. ¿Cómo llamaban los cántabros a estos
dioses familiares? No lo sabemos, incluso es probable que ellos mismos
olvidaran pronto sus nombres.
Pero no quedó ahí la
cosa, el apagón definitivo de lo bárbaro en general y de lo celta en
particular, vino de la mano de los romanos del imperio tardío, que creían en
una deidad excluyente.
Estos metieron en un
mismo saco a la cultura anterior, la clásica grecorromana de sus propias
gentes, y a la que se había dado en llamar bárbara hasta su llegada. Las
destruyeron con sistema y saña, englobadas ambas en el concepto de paganismo.
Más de un noventa por
ciento de la luz del clasicismo se apagó. La totalidad de las culturas bárbaras
desapareció.
Subsistió el paganismo en
algunos lugares de Europa, los más alejados, las Islas Británicas. Tardó el cristianismo
en absorber este reducto celta por meras razones de lejanía. Sin embargo, las olas
civilizadoras y cercenadoras del imperio terminaron por alcanzar aquellas
costas.
Los misioneros y los
monjes penetraron en los territorios vírgenes de Irlanda y de Gales y, quizá con
el apoyo de druidas reciclados, terminaron por someter a los celtas.
Pero la cultura de estos
subsistió camuflada en bellas sagas narrativas altomedievales, recogidas por
los mismos cristianos y, por supuesto, nunca contradictorias con la doctrina.
Deslavazadas y todo, en ellas se aprecian elementos antiquísimos, de los
tiempos del esplendor céltico.
¿Qué quedó en Cantabria
y en la Cornisa de la cultura celta original, o celtizada? El nombre de algunos
dioses y, en ocasiones ni eso.
¿Se podría restaurar con
tan pocos restos el suministro cultural del sistema religioso de los tiempos del
Segundo Hierro? No desde el punto de vista científico, los arqueólogos y los
historiadores lo tienen claro. Sí, desde el punto de vista literario, pues es
posible crear, o recrear la mitología a partir de la epopeya, como siempre se
ha hecho entre nosotros. De ahí el empeño de «Cantábrica».
Se trataría de buscar las conexiones electrónicas perdidas de manera que, aunque sea por un instante, durante el modesto tiempo que dura la lectura, se pueda iluminar el pasado que fue y que, de alguna forma, en su correspondiente estrato, aún perdura en las partes más profundas de nuestro encéfalo cultural.
AVISO... El anterior texto no pertenece a “Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar
Cántabro”, sino que refunde, comenta y explica en formato divulgativo
algunos de sus contenidos.
También se quiere hacer constar que este texto está protegido
por DERECHOS DE AUTOR, y que periódicamente, gracias a la IA, hacemos barridos
en la Red para detectar plagios. Según la normativa de Facebook, la inserción
de un texto o una imagen en esa red social no implica la pérdida de los
derechos de autor frente a terceros usuarios. En este caso, la propiedad
intelectual está reconocida en el expediente 2024/5095 del RPI-España-UE.
(Tazón. Abogados)
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