lunes, 28 de abril de 2025

EL APAGÓN DE LAS CULTURAS PRERROMANAS

 



Las culturas son como los complejos sistemas industriales de suministro de electricidad. Incluso los más avanzados, los europeos, pueden darnos un susto, reventar en cadena y, a la corta o a la larga, dejarnos a oscuras.

En fin, igual que la luz se va, la cultura que nos sustenta puede desaparecer. ¿Acaso las cinco horas a oscuras de ayer no nos han hecho reflexionar a todos? ¿No se come hoy la oscuridad global la luz de lo particular? ¿No es cierto que en la negrura del globalismo todos los seres son iguales?

Esto ha sucedido muchas veces en la historia: se apagó el mundo grecolatino a manos de los intransigentes cristianos y del desgaste de sus instalaciones y, antes desapareció lo bárbaro a manos de los aprovechados romanos, o quizá también por las carencias de sus servicios de mantenimiento industrial. De esto vamos a tratar hoy.

El primer palo en la rueda de las religiones vecinas lo pusieron los civilizados griegos y romanos al llamar a todos los del norte bárbaros. El concepto del bárbaro peludo, vestido con pieles y habitante de cavernas para evocar a los pueblos de Europa del centro norte y del oeste, ha llegado hasta el presente, pues descendientes somos de los romanos, ¿qué le vamos a hacer?, y ese sustrato aún perdura.

Hoy no hablamos de bárbaros, pero sí de las gentes del Sur, del Tercer Mundo y de las hordas muslines del este. Nuestro complejo de superioridad euro céntrico es similar al concepto grecorromano de ecúmene.  A este respecto es digna de verse la película “Los Cántabros”, de 1980, a la que se refirió recientemente en una conferencia en Los Corrales Lino Mantecón. Se puede encontrar en youtube; es muy graciosa.

El segundo interruptor lo bajaron los romanos invasores con su concepto espejo de las culturas bárbaras, es decir la interpretatio.

Los panteones divinos eran asimilados al panteón romano. Así, si llegaban a un pueblo en el que se adoraba a un dios de la guerra, se decía que este era Marte. Si se trataba de un dios con grandes habilidades manuales, de notable capacidad de comunicación y movilidad, como era el caso de Lug, afirmaban los romanos que adoraban a Mercurio. Es decir, miraban las culturas ajenas a partir de las gafas de la propia.

Eso sí, una vez asimilados e identificados los dioses vecinos, no tenían inconveniente en adorarlos ellos mismos, total, coincidían con los de sus templos. Y, claro, aceptaban que los bárbaros siguieran adorándolos. De esta manera, se permitió a los pueblos de la cordillera Cantábrica conservar sus dioses, y permanecieron los cultos hasta la llegada de los árabes.

Las grandes manifestaciones de la cultura cántabra, las estelas y las aras sepulcrales son posteriores a la guerra del 26 antes de nuestra era, lo que indica no sólo que los pueblos de la cordillera sobrevivieron, sino que mantuvieron sus creencias.

En las lápidas dedicadas a los dioses grababan el nombre indígena del oferente junto al nombre romano del dios, como en el caso de los manes. ¿Cómo llamaban los cántabros a estos dioses familiares? No lo sabemos, incluso es probable que ellos mismos olvidaran pronto sus nombres.

Pero no quedó ahí la cosa, el apagón definitivo de lo bárbaro en general y de lo celta en particular, vino de la mano de los romanos del imperio tardío, que creían en una deidad excluyente.

Estos metieron en un mismo saco a la cultura anterior, la clásica grecorromana de sus propias gentes, y a la que se había dado en llamar bárbara hasta su llegada. Las destruyeron con sistema y saña, englobadas ambas en el concepto de paganismo.

Más de un noventa por ciento de la luz del clasicismo se apagó. La totalidad de las culturas bárbaras desapareció.

Subsistió el paganismo en algunos lugares de Europa, los más alejados, las Islas Británicas. Tardó el cristianismo en absorber este reducto celta por meras razones de lejanía. Sin embargo, las olas civilizadoras y cercenadoras del imperio terminaron por alcanzar aquellas costas.

Los misioneros y los monjes penetraron en los territorios vírgenes de Irlanda y de Gales y, quizá con el apoyo de druidas reciclados, terminaron por someter a los celtas.

Pero la cultura de estos subsistió camuflada en bellas sagas narrativas altomedievales, recogidas por los mismos cristianos y, por supuesto, nunca contradictorias con la doctrina. Deslavazadas y todo, en ellas se aprecian elementos antiquísimos, de los tiempos del esplendor céltico.

¿Qué quedó en Cantabria y en la Cornisa de la cultura celta original, o celtizada? El nombre de algunos dioses y, en ocasiones ni eso.

¿Se podría restaurar con tan pocos restos el suministro cultural del sistema religioso de los tiempos del Segundo Hierro? No desde el punto de vista científico, los arqueólogos y los historiadores lo tienen claro. Sí, desde el punto de vista literario, pues es posible crear, o recrear la mitología a partir de la epopeya, como siempre se ha hecho entre nosotros. De ahí el empeño de «Cantábrica».

Se trataría de buscar las conexiones electrónicas perdidas de manera que, aunque sea por un instante, durante el modesto tiempo que dura la lectura, se pueda iluminar el pasado que fue y que, de alguna forma, en su correspondiente estrato, aún perdura en las partes más profundas de nuestro encéfalo cultural.


AVISO... El anterior texto no pertenece a “Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro”, sino que refunde, comenta y explica en formato divulgativo algunos de sus contenidos.

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