lunes, 30 de junio de 2025

LA GUERRA DE MONTAÑA

 


 

En este tema hay que diferenciar la guerra de montaña como técnica de combate y la arqueología de guerra como nuevo enfoque de la investigación arqueológica.

            Los romanos eran excelentes militares. Conquistaron el mundo. Conocían muy bien los secretos de la guerra de montaña.

            En un país montañoso resulta evidente que es aventurado atravesar los valles boscosos y umbríos, donde las emboscadas serían un peligro permanente. En su lugar, avanzaban por las cumbreras, por los caminos de alta montaña, de cima en cima, de manera que evitaban recodos peligrosos, tenían al enemigo siempre a la vista y eran dueños de la altura, la posición más fuerte posible.

            Esta técnica de combate la ensayaron con intensidad los romanos en sus luchas contra los galos de los Alpes, una constante amenaza para Roma desde que la Urbe fuera asaltada por Breno.

            Cuando Augusto llegó a Cantabria, iba acompañado por un experto en este tipo de combates: Cayo Antistio Veto. Este no era un general cualquiera, sino un consular ─pues había sido cónsul junto con Augusto en el 30 a.n.e.─ y tenía el cargo de legado en la Hispania Citerior con categoría de procónsul. No era casual que Antistio acompañase a Augusto en la campaña contra cántabros y astures, pues en el año 35 había derrotado a los salassos, montañeses del valle de Aosta, en el territorio que hoy es la parte más occidental de la Italia septentrional. Esto lo acreditaba como experimentado combatiente de alta montaña.

            El plan de Augusto consistía en que los ejércitos de las dos provincias de Hispania, el de la Citerior bajo su mando ─con Antistio como lugarteniente─ y el de la Lusitania, bajo el mando de su legado Publio Carisio, atacasen a la vez, uno a los cántabros, el otro a los astures. La parte de la guerra tradicional, con la toma de las plazas fuertes enemigas, correría a cargo del mismo Augusto, en el frente este, y, una vez en la cima, serían las habilidades de Antistio las que llevarían a la victoria.

            Pero una cosa era lo previsto y otra lo que sucedió. A Augusto le costó vencer a los cántabros y a Carisio a los astures. El gran hombre terminó por abandonar, enfermo de asco y miedo al rayo del Júpiter cántabro, y dejó la dirección de la campaña en manos de Antistio. Por su parte, Carisio, logró vencer a los astures en Lancia, aunque más que por mérito propio, por la traición de los brigaecinos.

            En definitiva, llegó el momento en que Antistio Veto descendió hacia la costa por el cordal del Escudo y Publio Carisio lo hizo por el cordal que, sorprendentemente, aún lleva su nombre, la Carisa. Antistio venció en Aracillum, probablemente Espina del Gállego, gracias al apoyo de las legiones desembarcadas en lo que luego fue Portus Victorie, y Carisio derrotó a los astures poco después, gracias al apoyo de Cayo Furnio, que sustituiría a Antistio Veto.

            Hasta aquí la guerra, sus operaciones y la habilidad de los romanos en el combate de alta montaña. Pero, pasan los años, pasan los siglos y se olvida el cómo y el porqué de la victoria romana sobre cántabros y astures. Los historiadores, poco formados en las técnicas militares del ejército romano, centran sus estudios en las fuentes latinas.

            Y, así las cosas, hacia los años sesenta del siglo XX se desarrolló en Francia toda una teoría arqueológica que se basaba en el descubrimiento de los castros galos y los campamentos romanos por medio de la localización aérea. Fueron muchos los campamentos romanos descubiertos y, como los imperiales eran meticulosos y ordenancistas en extremo, las dimensiones de los aquellos y su estructura ofrecían un certero conocimiento sobre el número de efectivos implicados en la lucha y, además, como los campamentos eran móviles, castra aestiva, levantados a medida que la unidad romana avanzaba en territorio enemigo, se conocieron las líneas de penetración romana. Había nacido la arqueología de guerra.

            Esta novedosa visión de la investigación arqueológica llegó a España, a Cantabria y a Asturias de la mano de un santanderino que obtuvo el doctorado en La Sorbona, por lo que bebió de las mismas fuentes que crearon este método de investigación: el profesor Eduardo Peralta Labrador. Tras muchos vuelos y fotografías aéreas, descubrió que bajo la epidermis verde de Cantabria se hallaba un libro abierto que contaba con detalle la historia de las Guerras Cántabras, que la reformulaba y completaba los datos parciales y escuetos de las fuentes. Fueron innumerables los castros y los campamentos romanos descubiertos. Y, sobre todo, se concluyó que los romanos conquistaron Cantabria tras penetrar por el cordal del Escudo, y Asturia tras penetrar por el cordal de La Carisa. Su obra «Los Cántabros antes de Roma», de 2003 dejó constancia de estos descubrimientos y de su rompedora teoría que, sin lugar a dudas ─y pese a quien pese─ transformó la historiografía moderna.

LOS HIJOS DE LA OSCURIDAD, CON ALGUNOS EJEMPLOS ACTUALES

 



 

En la teomaquia de Grecia ─el combate de los dioses─ se enfrentan los Olímpicos con los Titanes. El motivo fue la rebelión de los hijos de Cronos, dirigidos por Zeus, contra su padre.

         Cronos miraba con ojos torcidos a su descendencia, pues bien sabía que sería derrocado por uno de sus hijos.

         Lo sabía porque eso mismo había hecho él con su padre Urano. A este no le gustaba que Gea, su esposa se dedicara a parir como una loca y yacía con ella, pero no la dejaba alumbrar.

         Como fácilmente se entenderá, la señora estaba un tanto prieta y puso a los hijos que vivían en su vientre en contra de su padre, de manera que el más decidido, Cronos, tomó una hoz y cuando el padre entró con una parte de su cuerpo en el de la madre, él, ni corto ni perezoso, le cercenó eso que nos podemos imaginar. ¡Uy, qué dolor!

         Total que salieron en tromba del vientre de la madre los hijos enfurecidos. Cronos derrotó a Urano y se apoderó del cielo.

         Por eso, cuando fue mayorcito desconfiaba de sus propios hijos, de manera que en cuanto su esposa Tethis paría, el tío se zampaba al recién nacido, por si acaso.

         A la madre no le gustaba tal comportamiento paterno, como es lógico, y cuando nació su último hijo, Zeus, se las apañó para que no fuera devorado por el papá y, a tal fin colocó en su lugar una gran piedra y escondió a la criatura en la isla de Creta.

         El padre, que no era del todo exquisito en eso de sabores, ni se enteró. Con el tiempo, el niño se convirtió en un gran dios, provocó una guerra feroz contra su padre, y lo derrocó.

         A esta guerra se llamó Teomaquia, el combate de los dioses y en ella participaron dos tipos de deidades, unos en un bando, otros en otro: los olímpicos y los titanes. Estos fueron derrotados.

         En la mitología celta, que tenía el mismo origen indoeuropeo que la griega, también se daba una guerra entre dioses, una teomaquia. Pero era una guerra un tanto diferente. Los pueblos celtas no sufrían los mismos problemas patrimoniales que los griegos.

         Se planteaba entre la Luz y la Oscuridad. En principio fue siempre la Oscuridad y de ella surgió la Luz. En el fondo, también la griega era un enfrentamiento entre olímpicos luminosos y titanes surgidos de la tierra, ctónicos.

         Pero, claro, esto de la Luz era un incordio para la anarquía reinante en el mundo de la Oscuridad, donde no había reglas. La inercia de lo descompuesto se opuso siempre al ordenancismo.

         Esta inercia que se manifestaba en todos los aspectos de la vida conducía al enfrentamiento entre los que se dejaban llevar y los que creaban, entre la Oscuridad y la Luz. Además era una guerra que duraría hasta el fin de los tiempos, no como la griega, que comenzó en un momento mítico, se desarrolló antes de la historia y terminó con el triunfo de los olímpicos.

         En el caso celta, el final será el triunfo de la Oscuridad frente a la Luz. Lo creado por esta será destruido por el agua y el fuego (Ragnarök germano), los dioses morirán y los humanos también, aunque no todos, por lo que la lucha comenzará en un nuevo ciclo.

         En la mitología griega, los dioses se dividen en dos bandos, como decimos, de manera que tanto los titanes como los olímpicos son deidades supremas, equiparables, con fuerzas similares.

         En la céltica, a falta ─como ya hemos dicho en múltiples ocasiones─ de crónicas que respeten los mitos en su formato originario, nos debemos conformar con las referencias de las crónicas medievales.

         En estas, aparecen los fomoré o fomorianos, que, en realidad son los habitantes originarios de Irlanda, enfrentados a todas las oleadas de invasores, incluidos los dioses, siempre llegados de fuera. Se trata de unos seres que no parecen humanos del todo, deformes, que están al servicio de los grandes señores de la guerra que representan a la Oscuridad. Por lo tanto, tendríamos dos tipos de dioses de la Oscuridad: los jefes y los soldados, los nobles y los siervos, los inteligentes y la fuerza bruta.

         Los dioses oscuros que se recrean en el Panteón Cántabro propuesto en Cantabrica son también de dos tipos: los soldados, los no humanos, los extraños, equivalentes a los fomoré irlandeses, a los que llamaremos "fomouros", habida cuenta de las referencias a los indefinidos seres mitológicos que existen en los relatos de la Cornisa Cantábrica (Asturias, Cantabria, Galicia): los mouros.

         Pero, también se dispondrá de generales oscuros, inteligentes, auténticos dioses capaces de enfrentarse a los luminosos, que serán los "gentiles". Tomamos el término de la mitología vasca, los "gentilak", seres extraños, habitantes residuales de un mundo ya perdido.

         Este recurso es imprescindible para la integración de la trama, como también lo es la inserción del Señor de la Oscuridad, para el que sí tenemos en Cantabria un referente mitológico nítido: el dios Airón, citado por la toponimia menor de Trasmiera y considerado por los estudiosos como dios celta de las tinieblas y las simas.

         Todos estos dioses, oscuros y luminosos, con sus diversas oscilaciones, cambios de bando, relaciones, parentescos, nacimientos, hijos, emparejamientos, odios, celos, peripecias, luchas, maniobras, mitos, transformaciones, milagros y andanzas son dibujados en la parte titulada "Metamorfosis Cántabras", integrada en el tercer tomo de Cantábrica.

         En resumen, las fuerzas de la oscuridad tendrán, a lo largo de los tiempos, dos tipos de componentes: los fomouros y los gentiles.

         Los primeros coinciden con los fomoré de la mitología irlandesa, y los segundos con sus homónimos de la mitología vasca.

         Unos son proyectos mal ejecutados y desechados por las fuerzas de la luz, arrojados al caos y aprovechados por las inercias que buscan la descomposición, son abortos, fetos, seres monstruosos o imposibles.

         Los gentiles sin embargo, hijos de Airón y de Ataecina, son gigantes y tan inteligentes como los dioses de la luz, y tan potentes como ellos. Serán los que dirijan a las fuerzas oscuras contra quienes han construido las Islas y pretenden extender el prototipo de territorio modelo a la tierra exterior.

         En definitiva, esta lucha entre la Luz y la Oscuridad, si bien se mira, tiene sus reflejos en el mundo que nos ha tocado vivir.

         Si nos fijamos, constataremos la existencia de dos tipos de personas ─según yo entiendo por ser viejo─: las que crean y las que se aprovechan de lo creado por otros. Labor de los creadores es la de romper los moldes en un enfrentamiento dialéctico y consciente con la realidad, es decir, se ven obligados a iluminar lo que los rodea.

         Otros, sin embargo, viven y se alimentan del mundo luminoso creado por los que llevan dentro la iniciativa del demiurgo; no crean, sino que absorben; no generan, copian. Para la labor de los Hijos de la Luz, es imprescindible llevar la iniciativa y modificar lo existente, no otra cosa significa la palabra poiesis, de la que proviene el término poesía.

         Sin embargo, para los Hijos de la Oscuridad basta con dejarse llevar mientras se suben al carrusel; su fuerza creativa no existe, para ellos sólo vale la inercia de lo oscuro.

         Ejemplos de lo anterior hay muchos: así, ciertos arqueólogos que crean, descubren, los detectives de la Historia, son los Hijos de la Luz, frente a los que se levanta un muro de inercia institucional y de envidia: la de los Hijos de la Oscuridad.

         Cuando los luminosos desaparezcan, los oscuros se apropiarán de sus teorías, las firmarán como propias y, probablemente, pasarán a las crónicas de los grandes descubrimientos históricos. Es cuestión de tiempo. Quebrar la inercia es labor de dioses.

         Disculpen esta digresión, pero entiéndase que se escribe en el ámbito metafórico, porque en la mente de este autor no se asientan dioses, reyes ni tribunos, pues es ateo entre los ateos, eso sí, de un ateísmo católico y cristiano, faltaría más.

EL ÁRBOL DE LOS ANTEPASADOS

 

Coronoego yace bajo el roble, con el escudo a guisa de almohada. Al día siguiente entrará en Aracilo, su patria, con la victoria colgando del cuello de su caballo: dos cabezas y cuatro manos de enemigos. Será considerado adulto y portentoso guerrero.

         Pero, antes descansa, duerme y abre la mente a los dioses que se comunican con él como es costumbre de la divinidad, mediante los sueños, las redes sociales del panteón cántabro, la "incubatio!

         Será una larga noche en la que el joven guerrero recibirá detallada información de cuanto se avecina. Como futuro jefe de jefes, designado por Lumia que decide los destinos de los hombres, ha de conocer el devenir y los diversos dioses cántabros le informarán pormenorizadamente, uno a uno, durante aquella larga noche, sobre lo que le espera.

         Al comienzo del sueño, las tres diosas: Deva, Epona y Madre Cantabria le hablan de sus antepasados, los enumeran y describen sus hazañas.

«Coronoego se siente abrumado con tanto nombre y referencia a sus antepasados. Ya no distingue a unos de otros, se le entremezclan los clanes y los parentescos; se ha extraviado entre tanta heroicidad. Madre Cantabria se apercibe de lo que le sucede por su gesto de cansancio. Aquello es una pesadilla recurrente, plúmbea, piensa el joven, como las que nacen cuando la sangre pesa.

         Son quizá muchos los antepasados a los que nos hemos referido, ¿verdad?, pregunta la diosa comprensiva, es este un sueño repetitivo, es cierto, porque repetida es la heroicidad de los tuyos, Coronoego, porque deseamos que se renueve también en ti la furia de tus antepasados.

Como la de Marón, que luchó con Aníbal.

Como la de Pintovio, que lo hizo con Asdrúbal; como la de Reburro, que conoció a Catón.

Como la de Amparano que defendió a los vacceos frente a Lúculo.

Como la del bisabuelo Bodo, que vivió en tiempos de Numancia.

Como la de tu abuelo Docio que luchó en Vardulia y estuvo a punto de morir en Calagurris.

Y como la de tu padre Dorulio que se enfrentó a César en Aquitania y que junto con tu tío Malodio, hermano de Turennia, tu madre, del clan de los Amoca, participaron en la batalla de Munda en el bando pompeyano...

         ¿Ves, hijo?, son muchos los que te antecedieron, pero en realidad todos ellos se resumen en un solo guerrero, el que habita en ti, y no te importe no retener quién es quién. Cada uno de ellos es Coronoego. ¿Te parecen suficientes heroicidades?, pues te diré que aún hay más, porque tus antepasados también participaron en muy lejanas contiendas.

Así el padre de Marón del que antes te he hablado, se llamaba Alluvo , y formó parte del contingente cartaginés que tomó la ciudad griega de Selimo, en Sicilia.

Y su padre Maropo, tu octabuelo , se había alistado tiempo atrás en las fuerzas contrarias, las griegas, y participó en la batalla de Hímera, frente a Cartago.

El padre de este, Virato , luchó con Esparta frente a Atenas, y dicen que regresó a la tierra en un barco espartano cuyos tripulantes quedaron todos en nuestras montañas, y que la raza espartana se mezcló con la cántabra,

Y hasta cuentan que el padre de Virato, Ablonno, que sería tu decabuelo , cabalgó  junto al mismísimo Breno y que entró victorioso en Delfos, pero de esto último ni los dioses estamos seguros.

         Todos ellos te precedieron, hijo, todos te esperan en el Sid, allí los podrás conocer, ¿te imaginas las jugosas tertulias en torno a la mesa de Lucobos?, pero yo te aseguro, Coronoego, que no te presentarás en la interminable cena de los dioses con las manos vacías, al contrario, llegarás al otro mundo con tanta gloria como ellos, e incluso más, pues tú serás quien dirija al pueblo cántabro contra sus peores enemigos, esos que vienen desde Tarraco, que ya se acercan, que ya están aquí, que plantarán sus reales en tierra de Turmogos.

         Te aseguro, joven guerrero, que grande es la fama del pueblo cántabro, su ferocidad es conocida en Roma y más allá, en Oriente y en el norte, en Galia y en África, pero, con todo, Augusto, hijo de Julio César, ese contra el que combatiera en Aquitania tu padre, el amínico Dorulio, ha decidido someter a los pueblos de la costa, cántabros y astures, por eso estamos aquí las tres, para avisarte, pero descansa un momento, si puedes, mientras recibes otras visitas, Coronoego, pues esta noche será larga. En fin, hijo, adiós y sigue los consejos que te den los dioses que ya vienen, y que esperan turno para susurrarte el futuro al oído...

         Una nuétaca ha levantado el vuelo, ¿será la Innominada? Las cornejas que ocultan a Deva, a Epona y a Madre Cantabria la siguen. En la lejanía se escucha aún la voz de esta última, cada vez más lejana: Sigue los consejos que esta noche te den los dioses, los dioses, los dioses...». ("Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro", tomo 3, páginas 38.39).  

domingo, 29 de junio de 2025

NOEGOS. LA TRIBU QUE LES FALTA A LAS “GUERRAS CÁNTABRAS” DE LOS CORRALES DE BUELNA

                                         


¿Quienes eran, o pudieron ser los noegos o los ucesios? Vayan dos ideas clave para empezar:

         La  Cantabria Oriental estaba poblada por los cántabros, pero en ningún lugar se especifica qué populus concreto ocupó aquellas tierras. En la ubicación de otros puede haber duda, es el caso de los concanos, pero lo que no admite discusión es que se desconoce por completo quienes vivían en el oriente de Cantabria.

         En  fin, que ni los trasmeranos ni los de Voto, ni los de Soba, hablando en términos actuales, tenían nombre conocido hace 2025 años, pero queda claro que alguno llevaban, porque estar, estaban.

         La segunda idea es que para los romanos era en extremo difícil diferenciar a aquellos pueblos cantábricos, trazar sus límites, ubicarlos y, por supuesto, se hacían un tremendo lío con aquella lengua de guijarros, de manera que incurrían en contradicciones flagrantes cuando describían.

         Así, sabían de la existencia de una ciudad llamada Noega y unos decían que estaba en territorio de los cántabros, otros que en el de los astures, este que en la linde de los unos y de los otros, aquel que cerca de los autrigones. Los romanos eran muy meticulosos, se veían impulsados a poner nombre a todas las cosas, a todos los pueblos que encontraban, pero lo hacían un tanto a bulto y con finalidad ordenancista. Por ejemplo, ¿tenían decidido que fueran dos cuerpos de ejército diferente los que penetraran en la cordillera?, pues dividían el territorio en dos y les daban nombres: cántabros y astures, para que cada unidad (la de Augusto y la de Carisio) dispusieran de territorio con apellidos concretos al que invadir. ¿Que la realidad no cuadraba por completo con su esquema?, pues se modificaba la realidad, ¡hasta ahí podíamos llegar!

         Luego vinieron los historiadores y, para aclarar tales contradicciones, dijeron que como se trataba de una localidad fronteriza, Noega debía de estar a la altura de Ribadesella, o de Villaviciosa y, otros hubo que la situaron en la Campa Torres, de Gijón.

         Sin embargo, lo más probable es que estuviera en las proximidades de Noja. Fijémonos en las similitudes de los términos Noega y Noja.

         Noega, en celta castizo, de raíz indoeuropea significaba Nuevo, y probable sería que hubiera dos ciudades con el mismo nombre: una astur y otra cántabra. Esta duplicidad debía de desorientar grandemente a los geógrafos romanos, que padecían un cierto cretinismo topográfico y seguramente también lingüístico.

         Pero sí, habría dos Noegas: una, la llamada Noecantrum, abreviatura de Noega Cantabrorum, según las referencias que hay al mapa que existía en el pórtico de Vipsania Pola, en Roma, mandado trazar por Agripa.

         La duplicidad de nombres era, y es, del todo normal porque, ¿cuántas ciudades "nuevas" tenemos en América?: Nueva Orleans, Nueva York, Nueva Laredo, la ristra sería interminable. Además, esta  localidad cántabra llevaba el sobrenombre de Ucesia. Se estaría hablando de Noega Ucesia, de los cántabros, para diferenciarla de la Noega de los astures.

         La ubicación de Noega en las inmediaciones de Noja ha sido muy bien descrita en «Los cántabros antes de Roma», de Eduardo Peralta Labrador, páginas 126 y 127.

         Según este autor, «Se ha considerado que Noega Ucesia pudo estar en el área de Noja porque esta se encuentra próxima al cabo Quejo, punto costero sobresaliente, y porque a partir de aquí la costa cantábrica sufre un brusco retroceso que aparece en el mapa de Ptolomeo. Además, en sus alrededores, se ha producido una serie de hallazgos de época romana».

         Lo anterior es muy cierto, pues no hay más que subir a la cima del Cincho, en la que se ha instalado una amplia torre que eleva al visitante sobre la densa vegetación, desde la que se constata este supuesto retroceso que indujo a error a Ptolomeo pues, en efecto, parece como si la costa quebrara bruscamente de orientación.

         Además, también según Peralta, Santoña es el mejor puerto de la costa cántabra, tras el de Santander, y en sus inmediaciones se han hallado abundantes restos romanos, luego no sería descabellado pensar que en ese lugar se hubiera ubicado la ciudad de Noega Ucesia. Además, Ptolomeo señala que «estaba situada en la boca de un gran río, y Santoña está justamente en la desembocadura del Asón».

         Sin duda, la cercanía de Santoña y Noja es notable, sobre todo si se mira el Buciero desde el alto del Cincho. Realmente parece que estuviera a tiro de piedra. Además, concluye este autor, sin Noega en la zona de Noja-Santoña, tendríamos que la parte oriental de Cantabria quedaría vacía de pueblos cántabros constatable, lo que sí estaría en contradicción con lo sostenido por Ptolomeo, según el cual la desembocadura del Asón y las tierras que retrepan hacia la Cordillera estaban pobladas por cántabros.

         Peralta concluye su propuesta con la siguiente idea:

«El territorio dependiente de esta ciudad de Noega empezaría en las orillas orientales de la ciudad de Santander. Al sur de la misma, en el valle de Miera, existe otra localidad llamada Noja, posible testimonio de por dónde llegaba el antiguo territorio de la ciudad de Noega. Tenemos así que el área costera oriental de Cantabria pudo estar poblada por un populus cuya capital era Noega Ucesia. ¿Se trataría de los NOEGOS? El adjetivo Ucesia pudiera ser también de tipo gentilicio, con lo que nos encontraríamos con el populus de los UCESIOS».

         Y termina el autor con una inteligente frase relativizadora:

«Sirvan en cualquier caso estas conjeturas para ayudarnos a nombrar al populus que tuvo que ocupar la comarca oriental de Cantabria».

 

         Así las cosas, hace pocos días Miguel Obeso publicó en su perfil de Facebook un mapa de 1695, del autor holandés Van Kaulen, en el que, siguiendo la costa hacia el este, desde el cabo Quejo, es decir, descendiéndola, aparece un grupo de islas cercanas al lugar donde se halla el castro del Cincho ─por cierto, también descubierto por Peralta─ en la marisma de Joyel, que me indujeron a la reflexión.

         A decir verdad, este pensamiento absurdo me rondaba desde hacía años, tras muchas horas pasadas entre el Molino de Santaolaja-La Casa de las Mareas y El Cincho de Soano, y es que bien pudo existir entre aquellos restos de humedal, tan deteriorado por las urbanizaciones, una rada de no despreciable tamaño, cerrada precisamente a la mar abierta por esas islas ─alguna de las cuales subsiste, mientras que el resto está aplastado bajo el cemento─, de manera que justo a los pies del Cincho de Soano, castro grande, auténtico oppidum costero, pudo haber un puerto, entendiendo por tal un mero lugar de acceso a la costa y refugio para embarcaciones. ¿Sería tal castro, el del Cincho, la antigua Ucesia? ¿Sería Santoña, tan cercana, bañada por el Asón, una colonia de esa ciudad, Noega Ucesia, mejor ubicada y con mayores posibilidades?

         La respuesta a esas preguntas, como las pregu

ntas mismas, tiemblan en el aire y se esconde entre la densa vegetación del alto del Cincho de Soano, intocable por razones ecológicas de densidad arbórea, pero también por evidente desidia administrativa, tan espesa en Cantabria como el corazón del Amazonas en tiempos de Orellana.

         En fin, como indicábamos al inicio de este artículo, ¿no tendrían los anteriores argumentos, tan bien avalados por otra parte, prestancia suficiente como para ser la base recreativa de una nueva tribu cántabra de Los Corrales de Buelna: los NOEGOS, o los UCESIOS? Porque, conjetura por conjetura, como casi todo en Historia, la presencia de los noegos en el oriente de Cantabria aclararía cierta confusión en las fuentes sobre los habitantes de esta esquina de nuestra tierra.

jueves, 26 de junio de 2025

EL FIN DEL MUNDO. EL RAGNARÖK CELTA

                                   

Como la creación del mundo, el final del mismo es un misterio en la mitología celta. No así, sin embargo en la germánica.

         Tanto del mundo celta como del germano antiguo sólo tenemos referencias literarias en las Islas. En Irlanda y Gales para lo celta, en Islandia para lo germano. Las variaciones continentales de lo celta y lo germano debían de ser prolijas, variadas o incluso dispares, pero la base común, que nos ha llegado, isleñas y deformadas, es nuestro único punto de referencia.

         Las sagas irlandesas que fueron escritas hacia el siglo X por monjes cristianos nada dijeron al respecto. Sin embargo, las sagas islandesas, que hicieron lo propio con las tradiciones escandinavas sí fueron muy prolijas respecto al fin del mundo, identificado con el Ragnarök. ¿Sería el fin del mundo concebido por los celtas similar al final del mundo germánico? Quizá no, pero sí tendrían algún elemento común en la matriz de lo indoeuropeo.

         Sobre este asunto del fin del mundo germánico y su hipotética conexión con el fin del mundo celta escribe con notable lucidez el profesor Peralta en su obra «Los Cántabros antes de Roma».

         Quizá, la misteriosa frase de la delegación gala frente a Alejandro: «los galos sólo tememos que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas» ─atribuida a Posidonio─ nos dé alguna clave sobre el concepto del fin del mundo de los celtas. Alejandro esperaría que se le contestase que le temían a él, o a sus falanges, o a su poder, pero los galos salieron por peteneras. El gran general comentó que eran un tanto fanfarrones aquellos galos.

         Pero, claro, si vamos más allá de los golpes en el pecho que se querrían dar con tal frase los delegados, podríamos estar ante una interpretación del fin del mundo en miniatura, propia de la cultura celta.

         La idea del cosmos de los celtas era vertical. Arriba estaba el cielo, el lugar de los dioses luminosos. Debajo se encontraba el mundo material, donde ellos vivían y plantaban lechugas y, en el subsuelo, el mundo oscuro, ancestral, mágico. En consecuencia, si el cielo se desplomaba sobre sus cabezas ¿ante qué estaban?, ni más ni menos que ante la caída de los dioses, ante algo similar al Götterdämmerung germano, ante un ocaso de la divinidad, ante un fin del mundo.

         En otras mitologías indoeuropeas, también el cielo se desploma sobre los humanos, como en el Mahabarata a causa de que han sido violadas las leyes del dharma; también en la mitología griega tremendos males se prevén en el caso de que Atlas deje de sostener el cielo sobre sus hombros, y en Persia, en el zoroastrismo se describe una lucha final donde el mundo será renovado por el fuego.

         Es decir, que la frase "los galos sólo tememos que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas" es algo más que una baladronada racial frente al prepotente Alejandro; se trataría de una expresión que delataría un concepto de fin cósmico en miniatura.

         El cielo se desplomará por el fuego o por el agua, por la destrucción humana o por cataclismos, por la guerra y por el resquebrajamiento natural de la tierra. Se trataría de un fin de ciclo, tras el que todo volvería a renacer. Algún dios sobreviviría, e incluso una pareja de humanos, como en la mitología germánica, Lif y Lifthrasir, que se escondieron en el bosque sagrado, en la espesura del árbol del Ygnasil.

         Para los celtas, la lucha entre la Luz y la Oscuridad es eterna. Primero fue la Oscuridad, luego la Luz que se comportó como un elemento intruso dentro del orden caótico de las cosas, por eso siempre estarán en pugna los dos elementos: el oscuro y el luminoso. Esta lucha se manifiesta en los ciclos anuales en los que suceden los meses luminosos a los meses oscuros, en el combate que se desarrolla en los cielos entre los dioses de la oscuridad y los de la luz, con la Gran Cabalgada de Lug. Es un combate que continúa más allá de la muerte individual, más allá de los pueblos, una lucha que no tiene término si no es en el fin de los tiempos, con el triunfo de la Oscuridad.

         Incluso en la vida cotidiana se manifiesta a cada instante entre los Hijos de la Luz que buscan participar en la creación innovando, produciendo, generando nuevas ideas, y los Hijos de la Oscuridad, que se mueven por inercia, y  sólo dejándose resbalar se aprovechan de lo creado por sus archienemigos sin causa: los hijos de la Luz.

         Similitudes y diferencias entre la escatología germánica y la céltica aparte, no deja de ser curiosa la génesis de los conceptos mitológicos y cómo la literatura dibuja directamente la mitología.

         Así, sobre Gunther, o Gundaharius, rey de los Burgundios, inspirador de uno de los personajes más importantes del Sigfrido, del Anillo de los Nibelungos, nos hablan las crónicas del siglo V, especialmente las referidas por Prosper de Aquitania, Hydacio y Jorganes.

         Luego, Wagner, tomando elementos de la mitología escandinava, y de la historia el caso de Gunther, personaje real, compone, en un marco pangermánico, el Anillo de los Nibelungos, donde se resume, compendia y sistematiza en un todo actualizado, en el siglo XIX, la mitología germánica. Se puede decir que esta ha sido creada, en realidad, por la literatura.

         Eso se hizo en Alemania, se creó la mitología germánica, se le puso banda sonora y cinta de película.

         A la mitología céltica, le faltó un Wagner y un ambiente cultural, identitario pancéltico, que sí tuvo el emergente nacionalismo alemán. Si un francés, un inglés o un celtíbero hubieran sacado del olvido las viejas sagas isleñas y las hubiese puesto en relación lógica con algún hecho histórico continental, las hubiese dado formato musical y literario, tendríamos también fin del mundo céltico, como lo tenemos germano.

         La literatura es, pues, la madre del mito.

         Por eso digo que la mitología no se crea, sino que se va creando a golpes de genialidad literaria con Homeros, Virgilios, Wágneres, Tolkienes.

         Por eso sostengo que se parecen tanto la mitología y el folclore, porque este también es un concepto abierto, una acumulación por arrastre de la esencia vital de los antepasados.

         Por eso afirmo que los tiempos que se aproximan exigirán, frente a la globalización, la máxima individualización de los mensajes tradicionales, la recuperación de lo escondido, el nuevo impulso a lo que se tiene, lo multicolor a lo monocromo.

         Por eso, la mitología y el folclore son los trajes naturales que debe vestirse quien quiera sobrevivir al siglo XXI y crear, quién sabe, un mundo nuevo tras el fuego y el agua.



miércoles, 25 de junio de 2025

EL GRAN CASTRO DE EL CINCHO DE SANTILLANA DEL MAR


 

¿Quién dijo que los grandes castros, los llamados oppida, sólo se situaban en el sur de Cantabria? Lino Mantecón Calleja y Javier Marcos Martínez, arqueólogos profesionales, han demostrado lo contrario.

         En tamaño, el castro del Cincho, en el barrio de Yuso de la villa de Santillana del Mar, con sus casi cuatro hectáreas, es el sexto en tamaño del Solar Cántabro, tras Ulaña, La Maza, Monte Bernorio, Camesa Rebolledo, Amaya y Monte Cildá.

         Con imposibles medios económicos, estos arqueólogos han hecho un primoroso trabajo, respaldado sin duda por el Ayuntamiento de Santillana, pero por pocas instituciones más. El resultado de su labor ha sido mostrado al público, entre otros lugares profesionales menos accesibles, en una publicación de ADIC, dentro de la obra «Cantabria, nuevas evidencias arqueológicas», bajo el título «Descubriendo el castro protohistórico costero de El Cincho (Barrio de Yuso, Santillana del Mar)», en 2016, once años ya.

         ¿Qué no se podría hallar en ese castro, si la miseria investigadora no fuese el aire de determinadas covachuelas de la administración responsable del patrimonio y de los «think tanks» de la alta docencia cántabra?

         Quién sabe, quizá las jubilaciones en una u otra institución terminen por generar un viento científico con capacidad para rolar a favor de los intereses del patrimonio cántabro en lo tocante a la inabarcable y riquísima Edad del Hierro, aunque ya se sabe cómo termina el refrán: sueños de hombre pobre..., en fin.

         Como es lógico, el protagonista de «Tiempos del Hierro» (Tomo 2 de Cantábrica), llega a ese castro desde la Sierra de los Hombres, en el macizo de El Dobra, después de haber visitado todos los del cordal Saja Besaya y los del sur del Solar Cántabro, con su prédica a favor de la resistencia unida frente a Roma y su inevitable e inminente invasión. Todo un Olíndico de las Guerras Cántabras.

         Ha pasado, primero por el castro aledaño de Visbere, Vispieres, donde ha encontrado a una matrona que recuerda a la "Viejuca" y ha curado el asma de un pequeño con todo un alarde de conocimientos práctricos sobre medicina. Llega al castro grande de El Cincho, justo en la gran fiesta de Elembibios, dedicada a Lucobos, dios de dioses, la que en otras latitudes llaman Lugnasad.

         En ese gran castro, Turo asistirá a la enorme feria, la Oenac, en la que se festeja la creación del mismo con el relato de la historia de la cofradía guerrera que lo fundó, en un marco de licantropía sagrada; será testigo de los pactos matrimoniales y de la ceremonia básica del matrimonio; podrá ver desde dentro la estructura del castro, con sus características murallas triples y la gran cueva interior, donde se reunirá con los druidas locales para tratar el inminente problema de los romanos y discutirá con ellos sobre druidismo; también será testigo de una escena en la que se recrea el mitema celta del rejuvenecimiento acelerado, y contemplará la transformación de un ser muy parecido al del mito cántabro de la Viejuca de Vispieres; describirá el matrimonio sagrado, el "ierosgamós" para obtener la soberanía; tratará sobre las ventajas de la propiedad colectiva de los montes, dentro del marco de una leyenda equiparable a la de Atlas, así como el uso de las manzanas milagrosas, mitema céltico de amplia extensión; también describirá pormenorizadamente la  fiesta con su bullicio, sus juegos y todo lo que hace grande una asamblea de pueblos de aquellos tiempos, una romería en honor a la creación de la ciudad y el recuerdo de la fundación de Apleca, San Vicente, por parte de Lucobos en honor a su nodriza y, cómo no, describirá los efectos de las pócimas de los druidas locales y no se olvidará de citar de continuo a los dioses,  sus implicaciones en la vida humana, su genealogía y la creación del mundo; también el personaje se permitirá analizar un escudo ceremonial que, milenios después sería descubierto por los arqueólogos y reconstruido, todo ello dentro de un marco literario trenzado y empaquetado en una unidad narrativa.

         En definitiva, cada entrada de «Los Tiempos del Hierro» ─y son 71─ es, en mayor o menor medida, una coctelera en la que se destilan en un ambiente geográfico e histórico determinado, multitud de elementos culturales y mitemas propios de los cántabros, pero también de las culturas célticas e indoeuropeas circundantes, en una maraca narrativa cohesionada y debidamente cantabrizada. 

          Es el único medio que se me ha ocurrido para ofrecer una información global, plena, completa, barroca y exuberante sobre la mitología, las costumbres y la historia de Cantabria. Algo que no se puede lograr fuera de la literatura. Para ello no basta con una novela histórica, sin más, con una relación de cuentos, con un nuevo ensayo de mitología, es precisa una caja de herramientas completa, un visor caleidoscópico. Por eso, no puedo publicarlo por partes. Por eso saldrán tres libros, toda una locura. Por eso tardo tanto. Por eso soy tan pesado con estas entradas. Porque, amigos, las catedrales no se construyen en un día. De todas formas, ya tiene la obra calzadas las espuelas para subirse al caballo de  Epona.       

lunes, 23 de junio de 2025

CREACIÓN DE IRLANDA - CREACIÓN DE CANTABRIA


Ya hemos hablado de la inexistencia de una leyenda céltica sobre la creación del mundo y sus causas (Ver entrada «Cosmogonía y teogonía celtas»), pero de lo que no cabe duda es de que en las leyendas irlandesas sí que se ofrece un relato sobre cómo se construye Irlanda, Eire, la tierra del los héroes.

         Los cronistas cristianos permitieron la supervivencia de estas leyendas al incluirlas en sus escritos ─debían de ser tan populares en el siglo XII que no se podían permitir ignorarlas─, e incluso se las apañaron para que fueran consideradas edificantes, desde el punto de vista de su religión, y para que estuvieran ordenadas dentro del marco cronológico del relato bíblico. Así y todo, sobrevivieron, que no es poco.

         Sin embargo, estos cronistas ─druidas reciclados en monjes─ quitaron el sonido al portento, que seguramente sería consustancial a los formatos más primitivos de la leyenda, e hicieron que los dioses, a medida que avanzaban por el territorio llano en enfrentamiento con los habitantes originarios, los horribles "fomoré", hicieran surgir valles, eliminaran montañas y obligaran a los ríos a surcar las llanadas con finalidades prácticas, agrícolas, de utilización del terreno, un comportamiento divino bien alejado del capricho de la divinidad por formar el paisaje de Irlanda a voluntad.

         A esta tendencia de naturalizar la mitología en lo práctico y lo histórico se llama «evemerismo», por Evémero de Mesene, el primero que sostuvo que los antiguos dioses eran meros personajes históricos divinizados; luego llegaría en Roma Ennio con la misma tesis y, mucho después, Voltaire ahondaría en igual idea, a fin de justificar su racionalismo antirreligioso y, consecuentemente contramitológico.

         H.D`Arbois de Jubainville, en «El ciclo mitológico irlandés», se expresa así al respecto:

En tiempos de Partolón, el número de llanuras se elevó de uno a cuatro. La única llanura que existía en Irlanda se llamaba Sen Mag, "la vieja llanura". Cuando llegaron Partolón y sus compañeros, en ella no crecía raíz ni rama de árbol. La versión evemerista de dicha leyenda que ha llegado hasta nosotros cuenta que los hijos de Partolón desmontaron terrenos hasta formar otras tres llanuras: sin embargo, estamos seguros que el texto primitivo de aquella se refería  a la formación de las mismas como un fenómeno espontáneo y milagroso.

         Según este autor, en el Libro de Leinster, página 5, columna 2, líneas 26-27, se habla de tales hechos y se dice que las llanuras "fueron golpeadas", por los hijos de Partolón, "Ro-Slechta". "En poco tiempo, su agradable progenitura golpeó llanuras...", "Ro slechta maige a mor-chail..." y se viene a preguntar si no existiría otra expresión más racional que el "golpear" de una vez, de un simple tajo de voluntad divina, para referirse a la labor hormiguita de los hijos de Partolón aplanando cordilleras o acumulando tierra para formarlas. ¿No suena este "golpear" a varita mágica?

         Sin embargo, la voluntad constructora de la geografía, modeladora, propia de los grandes dioses creadores celtas, se describía en relación con su avance en el territorio a conquistar y con su lucha contra el enemigo, es decir, que se estaba ante una, digamos, "creación topográfica estratégica". No levantaban los dioses montañas por capricho, sino para contener al enemigo; los valles no se apisonarían sino para facilitar las cargas de caballería.

         Los dioses construyeron la Irlanda actual a golpe de conjuro y en el marco de la lucha dialéctica contra los eternos pobladores primitivos, los representantes de la Oscuridad en las crónicas, los "fomoré" ─"fomouros", los llamamos nosotros─ los que se opusieron a la agresiva penetración de los indoeuropeos.

         Y, en Cantabria tenemos un brillante antecedente de esta narrativa, antes de que la misma idea cuajara en «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro», y es «Cantabria, tierra de leyendas», de Marcos Pereda.

         Este autor, sostiene que en los tiempos primitivos, Cantabria era un páramo yermo, "llanada sin principio ni fin donde nada crecía. No había rebollos, ni castaños, tampoco hayas o arces. Ningún árbol. Ni siquiera montañas, tampoco ríos..." (Página 20)

         Pero, entonces, se produjo la magia de la Diosa, el "¡hágase!", la palabra creadora, el comportamiento creador:

Entonces la Diosa levantó su mano derecha, y después la izquierda. Apoyó ambas en la tierra plana de Cantabria, hundió uñas hasta donde se guardan los tesoros más inencontrables, y empezó a rasgar el tejido del mundo. Al llegar a la costa había creado valles y montañas. Vio que aquello era hermoso y lloró de felicidad... Ahuecó la palma, tomó allí parte de su llanto, y fue dejándolo caer por aquello que acababa de surgir. Y nacen así los ríos de Cantabria, que corren sin tregua, haciendo cascadas y rumores, porque tienen ganas de volver al mar donde resucitó la Diosa. Y como el Río del Olvido seguía mamando perezoso y putrefacto, la Diosa cubrió sus fuentes con cachucos de roca que pellizcaba por precipicios. En la cima puso enorme, casi rectangular (¿una roca?), para que todos supieran que allí empezó y acabó, en un tiempo extraño, Cantabria.

         En «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro» se sigue y sostiene esta línea creadora del topos ─aparte de que también se da una visión completa de la creación del mundo todo en "Las Metamorfosis Cántabras", del tomo III─. Se sostiene, decimos, la intervención de los dioses en la modulación de la orografía cántabra y astur, aunque siempre en relación con la guerra, con la teomaquia, el combate de los dioses. Esta lucha eterna entre la Luz y la Oscuridad es el motor, el leimotiv último para una geografía tan abrupta como la de Cantabria y Asturia.

         En cierto modo, se retorna a una fórmula evemerista, pues se justifica la creación del retorcido territorio norteño por razones lógicas, militares en este caso, más que caprichosas aunque, eso sí, mágicas y fantásticas, como la misma creación del mundo, a la que tampoco ocultamos y que surge desde la Oscuridad misma (Libro primero de las "Metamorfosis Cántabras"). 


LA GUERRA DE MONTAÑA

    En este tema hay que diferenciar la guerra de montaña como técnica de combate y la arqueología de guerra como nuevo enfoque de la inve...