¿Quién dijo que los grandes
castros, los llamados oppida, sólo se
situaban en el sur de Cantabria? Lino Mantecón Calleja y Javier Marcos
Martínez, arqueólogos profesionales, han demostrado lo contrario.
En tamaño, el castro del Cincho, en el barrio de Yuso de la
villa de Santillana del Mar, con sus casi cuatro hectáreas, es el sexto en
tamaño del Solar Cántabro, tras Ulaña, La Maza, Monte Bernorio, Camesa Rebolledo,
Amaya y Monte Cildá.
Con imposibles medios económicos, estos arqueólogos han
hecho un primoroso trabajo, respaldado sin duda por el Ayuntamiento de
Santillana, pero por pocas instituciones más. El resultado de su labor ha sido mostrado
al público, entre otros lugares profesionales menos accesibles, en una
publicación de ADIC, dentro de la obra «Cantabria, nuevas evidencias
arqueológicas», bajo el título «Descubriendo el castro protohistórico costero
de El Cincho (Barrio de Yuso, Santillana del Mar)», en 2016, once años ya.
¿Qué no se podría hallar en ese castro, si la miseria
investigadora no fuese el aire de determinadas covachuelas de la administración
responsable del patrimonio y de los «think
tanks» de la alta docencia cántabra?
Quién sabe, quizá las jubilaciones en una u otra institución
terminen por generar un viento científico con capacidad para rolar a favor de
los intereses del patrimonio cántabro en lo tocante a la inabarcable y
riquísima Edad del Hierro, aunque ya se sabe cómo termina el refrán: sueños de
hombre pobre..., en fin.
Como es lógico, el protagonista de «Tiempos del Hierro»
(Tomo 2 de Cantábrica), llega a ese castro desde la Sierra de los Hombres, en
el macizo de El Dobra, después de haber visitado todos los del cordal Saja Besaya
y los del sur del Solar Cántabro, con su prédica a favor de la resistencia
unida frente a Roma y su inevitable e inminente invasión. Todo un Olíndico de
las Guerras Cántabras.
Ha pasado, primero por el castro aledaño de Visbere,
Vispieres, donde ha encontrado a una matrona que recuerda a la "Viejuca"
y ha curado el asma de un pequeño con todo un alarde de conocimientos
práctricos sobre medicina. Llega al castro grande de El Cincho, justo en la
gran fiesta de Elembibios, dedicada a Lucobos, dios de dioses, la que en otras
latitudes llaman Lugnasad.
En ese gran castro, Turo asistirá a la enorme feria, la Oenac, en la que se festeja la creación del mismo con el relato de la historia de la cofradía guerrera que lo fundó, en un marco de licantropía sagrada; será testigo de los pactos matrimoniales y de la ceremonia básica del matrimonio; podrá ver desde dentro la estructura del castro, con sus características murallas triples y la gran cueva interior, donde se reunirá con los druidas locales para tratar el inminente problema de los romanos y discutirá con ellos sobre druidismo; también será testigo de una escena en la que se recrea el mitema celta del rejuvenecimiento acelerado, y contemplará la transformación de un ser muy parecido al del mito cántabro de la Viejuca de Vispieres; describirá el matrimonio sagrado, el "ierosgamós" para obtener la soberanía; tratará sobre las ventajas de la propiedad colectiva de los montes, dentro del marco de una leyenda equiparable a la de Atlas, así como el uso de las manzanas milagrosas, mitema céltico de amplia extensión; también describirá pormenorizadamente la fiesta con su bullicio, sus juegos y todo lo que hace grande una asamblea de pueblos de aquellos tiempos, una romería en honor a la creación de la ciudad y el recuerdo de la fundación de Apleca, San Vicente, por parte de Lucobos en honor a su nodriza y, cómo no, describirá los efectos de las pócimas de los druidas locales y no se olvidará de citar de continuo a los dioses, sus implicaciones en la vida humana, su genealogía y la creación del mundo; también el personaje se permitirá analizar un escudo ceremonial que, milenios después sería descubierto por los arqueólogos y reconstruido, todo ello dentro de un marco literario trenzado y empaquetado en una unidad narrativa.
En definitiva, cada entrada de «Los Tiempos del Hierro» ─y son 71─ es, en mayor o menor medida, una coctelera en la que se destilan en un ambiente geográfico e histórico determinado, multitud de elementos culturales y mitemas propios de los cántabros, pero también de las culturas célticas e indoeuropeas circundantes, en una maraca narrativa cohesionada y debidamente cantabrizada.
Es el único medio que se me ha ocurrido para ofrecer una información global, plena, completa, barroca y exuberante sobre la mitología, las costumbres y la historia de Cantabria. Algo que no se puede lograr fuera de la literatura. Para ello no basta con una novela histórica, sin más, con una relación de cuentos, con un nuevo ensayo de mitología, es precisa una caja de herramientas completa, un visor caleidoscópico. Por eso, no puedo publicarlo por partes. Por eso saldrán tres libros, toda una locura. Por eso tardo tanto. Por eso soy tan pesado con estas entradas. Porque, amigos, las catedrales no se construyen en un día. De todas formas, ya tiene la obra calzadas las espuelas para subirse al caballo de Epona.
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