jueves, 26 de junio de 2025

EL FIN DEL MUNDO. EL RAGNARÖK CELTA

                                   

Como la creación del mundo, el final del mismo es un misterio en la mitología celta. No así, sin embargo en la germánica.

         Tanto del mundo celta como del germano antiguo sólo tenemos referencias literarias en las Islas. En Irlanda y Gales para lo celta, en Islandia para lo germano. Las variaciones continentales de lo celta y lo germano debían de ser prolijas, variadas o incluso dispares, pero la base común, que nos ha llegado, isleñas y deformadas, es nuestro único punto de referencia.

         Las sagas irlandesas que fueron escritas hacia el siglo X por monjes cristianos nada dijeron al respecto. Sin embargo, las sagas islandesas, que hicieron lo propio con las tradiciones escandinavas sí fueron muy prolijas respecto al fin del mundo, identificado con el Ragnarök. ¿Sería el fin del mundo concebido por los celtas similar al final del mundo germánico? Quizá no, pero sí tendrían algún elemento común en la matriz de lo indoeuropeo.

         Sobre este asunto del fin del mundo germánico y su hipotética conexión con el fin del mundo celta escribe con notable lucidez el profesor Peralta en su obra «Los Cántabros antes de Roma».

         Quizá, la misteriosa frase de la delegación gala frente a Alejandro: «los galos sólo tememos que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas» ─atribuida a Posidonio─ nos dé alguna clave sobre el concepto del fin del mundo de los celtas. Alejandro esperaría que se le contestase que le temían a él, o a sus falanges, o a su poder, pero los galos salieron por peteneras. El gran general comentó que eran un tanto fanfarrones aquellos galos.

         Pero, claro, si vamos más allá de los golpes en el pecho que se querrían dar con tal frase los delegados, podríamos estar ante una interpretación del fin del mundo en miniatura, propia de la cultura celta.

         La idea del cosmos de los celtas era vertical. Arriba estaba el cielo, el lugar de los dioses luminosos. Debajo se encontraba el mundo material, donde ellos vivían y plantaban lechugas y, en el subsuelo, el mundo oscuro, ancestral, mágico. En consecuencia, si el cielo se desplomaba sobre sus cabezas ¿ante qué estaban?, ni más ni menos que ante la caída de los dioses, ante algo similar al Götterdämmerung germano, ante un ocaso de la divinidad, ante un fin del mundo.

         En otras mitologías indoeuropeas, también el cielo se desploma sobre los humanos, como en el Mahabarata a causa de que han sido violadas las leyes del dharma; también en la mitología griega tremendos males se prevén en el caso de que Atlas deje de sostener el cielo sobre sus hombros, y en Persia, en el zoroastrismo se describe una lucha final donde el mundo será renovado por el fuego.

         Es decir, que la frase "los galos sólo tememos que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas" es algo más que una baladronada racial frente al prepotente Alejandro; se trataría de una expresión que delataría un concepto de fin cósmico en miniatura.

         El cielo se desplomará por el fuego o por el agua, por la destrucción humana o por cataclismos, por la guerra y por el resquebrajamiento natural de la tierra. Se trataría de un fin de ciclo, tras el que todo volvería a renacer. Algún dios sobreviviría, e incluso una pareja de humanos, como en la mitología germánica, Lif y Lifthrasir, que se escondieron en el bosque sagrado, en la espesura del árbol del Ygnasil.

         Para los celtas, la lucha entre la Luz y la Oscuridad es eterna. Primero fue la Oscuridad, luego la Luz que se comportó como un elemento intruso dentro del orden caótico de las cosas, por eso siempre estarán en pugna los dos elementos: el oscuro y el luminoso. Esta lucha se manifiesta en los ciclos anuales en los que suceden los meses luminosos a los meses oscuros, en el combate que se desarrolla en los cielos entre los dioses de la oscuridad y los de la luz, con la Gran Cabalgada de Lug. Es un combate que continúa más allá de la muerte individual, más allá de los pueblos, una lucha que no tiene término si no es en el fin de los tiempos, con el triunfo de la Oscuridad.

         Incluso en la vida cotidiana se manifiesta a cada instante entre los Hijos de la Luz que buscan participar en la creación innovando, produciendo, generando nuevas ideas, y los Hijos de la Oscuridad, que se mueven por inercia, y  sólo dejándose resbalar se aprovechan de lo creado por sus archienemigos sin causa: los hijos de la Luz.

         Similitudes y diferencias entre la escatología germánica y la céltica aparte, no deja de ser curiosa la génesis de los conceptos mitológicos y cómo la literatura dibuja directamente la mitología.

         Así, sobre Gunther, o Gundaharius, rey de los Burgundios, inspirador de uno de los personajes más importantes del Sigfrido, del Anillo de los Nibelungos, nos hablan las crónicas del siglo V, especialmente las referidas por Prosper de Aquitania, Hydacio y Jorganes.

         Luego, Wagner, tomando elementos de la mitología escandinava, y de la historia el caso de Gunther, personaje real, compone, en un marco pangermánico, el Anillo de los Nibelungos, donde se resume, compendia y sistematiza en un todo actualizado, en el siglo XIX, la mitología germánica. Se puede decir que esta ha sido creada, en realidad, por la literatura.

         Eso se hizo en Alemania, se creó la mitología germánica, se le puso banda sonora y cinta de película.

         A la mitología céltica, le faltó un Wagner y un ambiente cultural, identitario pancéltico, que sí tuvo el emergente nacionalismo alemán. Si un francés, un inglés o un celtíbero hubieran sacado del olvido las viejas sagas isleñas y las hubiese puesto en relación lógica con algún hecho histórico continental, las hubiese dado formato musical y literario, tendríamos también fin del mundo céltico, como lo tenemos germano.

         La literatura es, pues, la madre del mito.

         Por eso digo que la mitología no se crea, sino que se va creando a golpes de genialidad literaria con Homeros, Virgilios, Wágneres, Tolkienes.

         Por eso sostengo que se parecen tanto la mitología y el folclore, porque este también es un concepto abierto, una acumulación por arrastre de la esencia vital de los antepasados.

         Por eso afirmo que los tiempos que se aproximan exigirán, frente a la globalización, la máxima individualización de los mensajes tradicionales, la recuperación de lo escondido, el nuevo impulso a lo que se tiene, lo multicolor a lo monocromo.

         Por eso, la mitología y el folclore son los trajes naturales que debe vestirse quien quiera sobrevivir al siglo XXI y crear, quién sabe, un mundo nuevo tras el fuego y el agua.



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