Ya hemos hablado de la
inexistencia de una leyenda céltica sobre la creación del mundo y sus causas
(Ver entrada «Cosmogonía y teogonía celtas»), pero de lo que no cabe duda es de
que en las leyendas irlandesas sí que se ofrece un relato sobre cómo se
construye Irlanda, Eire, la tierra del los héroes.
Los cronistas cristianos permitieron la supervivencia de
estas leyendas al incluirlas en sus escritos ─debían de ser tan populares en el
siglo XII que no se podían permitir ignorarlas─, e incluso se las apañaron para
que fueran consideradas edificantes, desde el punto de vista de su religión, y
para que estuvieran ordenadas dentro del marco cronológico del relato bíblico.
Así y todo, sobrevivieron, que no es poco.
Sin embargo, estos cronistas ─druidas reciclados en monjes─ quitaron
el sonido al portento, que seguramente sería consustancial a los formatos más
primitivos de la leyenda, e hicieron que los dioses, a medida que avanzaban por
el territorio llano en enfrentamiento con los habitantes originarios, los
horribles "fomoré", hicieran surgir valles, eliminaran montañas y
obligaran a los ríos a surcar las llanadas con finalidades prácticas,
agrícolas, de utilización del terreno, un comportamiento divino bien alejado
del capricho de la divinidad por formar el paisaje de Irlanda a voluntad.
A esta tendencia de naturalizar la mitología en lo práctico
y lo histórico se llama «evemerismo», por Evémero de Mesene, el primero que
sostuvo que los antiguos dioses eran meros personajes históricos divinizados;
luego llegaría en Roma Ennio con la misma tesis y, mucho después, Voltaire
ahondaría en igual idea, a fin de justificar su racionalismo antirreligioso y,
consecuentemente contramitológico.
H.D`Arbois de Jubainville, en «El ciclo mitológico
irlandés», se expresa así al respecto:
En
tiempos de Partolón, el número de llanuras se elevó de uno a cuatro. La única
llanura que existía en Irlanda se llamaba Sen Mag, "la vieja
llanura". Cuando llegaron Partolón y sus compañeros, en ella no crecía
raíz ni rama de árbol. La versión evemerista de dicha leyenda que ha llegado
hasta nosotros cuenta que los hijos de Partolón desmontaron terrenos hasta
formar otras tres llanuras: sin embargo, estamos seguros que el texto primitivo
de aquella se refería a la formación de
las mismas como un fenómeno espontáneo y milagroso.
Según este autor, en el Libro de Leinster, página 5, columna
2, líneas 26-27, se habla de tales hechos y se dice que las llanuras
"fueron golpeadas", por los hijos de Partolón,
"Ro-Slechta". "En poco tiempo, su agradable progenitura golpeó
llanuras...", "Ro slechta maige a mor-chail..." y se viene a
preguntar si no existiría otra expresión más racional que el
"golpear" de una vez, de un simple tajo de voluntad divina, para
referirse a la labor hormiguita de los hijos de Partolón aplanando cordilleras o
acumulando tierra para formarlas. ¿No suena este "golpear" a varita
mágica?
Sin embargo, la voluntad constructora de la geografía,
modeladora, propia de los grandes dioses creadores celtas, se describía en
relación con su avance en el territorio a conquistar y con su lucha contra el
enemigo, es decir, que se estaba ante una, digamos, "creación topográfica
estratégica". No levantaban los dioses montañas por capricho, sino para
contener al enemigo; los valles no se apisonarían sino para facilitar las
cargas de caballería.
Los dioses construyeron la Irlanda actual a golpe de conjuro
y en el marco de la lucha dialéctica contra los eternos pobladores primitivos,
los representantes de la Oscuridad en las crónicas, los "fomoré"
─"fomouros", los llamamos nosotros─ los que se opusieron a la
agresiva penetración de los indoeuropeos.
Y, en Cantabria tenemos un brillante antecedente de esta
narrativa, antes de que la misma idea cuajara en «Cantábrica, la Gran Epopeya
del Solar Cántabro», y es «Cantabria, tierra de leyendas», de Marcos Pereda.
Este autor, sostiene que en los tiempos primitivos,
Cantabria era un páramo yermo, "llanada sin principio ni fin donde nada
crecía. No había rebollos, ni castaños, tampoco hayas o arces. Ningún árbol. Ni
siquiera montañas, tampoco ríos..." (Página 20)
Pero, entonces, se produjo la magia de la Diosa, el
"¡hágase!", la palabra creadora, el comportamiento creador:
Entonces
la Diosa levantó su mano derecha, y después la izquierda. Apoyó ambas en la
tierra plana de Cantabria, hundió uñas hasta donde se guardan los tesoros más
inencontrables, y empezó a rasgar el tejido del mundo. Al llegar a la costa
había creado valles y montañas. Vio que aquello era hermoso y lloró de
felicidad... Ahuecó la palma, tomó allí parte de su llanto, y fue dejándolo
caer por aquello que acababa de surgir. Y nacen así los ríos de Cantabria, que corren
sin tregua, haciendo cascadas y rumores, porque tienen ganas de volver al mar
donde resucitó la Diosa. Y como el Río del Olvido seguía mamando perezoso y
putrefacto, la Diosa cubrió sus fuentes con cachucos de roca que pellizcaba por
precipicios. En la cima puso enorme, casi rectangular (¿una roca?), para que
todos supieran que allí empezó y acabó, en un tiempo extraño, Cantabria.
En «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro» se sigue
y sostiene esta línea creadora del topos ─aparte de que también se da una
visión completa de la creación del mundo todo en "Las Metamorfosis
Cántabras", del tomo III─. Se sostiene, decimos, la intervención de los
dioses en la modulación de la orografía cántabra y astur, aunque siempre en
relación con la guerra, con la teomaquia, el combate de los dioses. Esta lucha
eterna entre la Luz y la Oscuridad es el motor, el leimotiv último para una geografía tan abrupta como la de Cantabria
y Asturia.
En cierto modo, se retorna a una fórmula evemerista, pues se justifica la creación del retorcido territorio norteño por razones lógicas, militares en este caso, más que caprichosas aunque, eso sí, mágicas y fantásticas, como la misma creación del mundo, a la que tampoco ocultamos y que surge desde la Oscuridad misma (Libro primero de las "Metamorfosis Cántabras").
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