No todas las hadas fueron
buenas. Tampoco todas las janas o anjanas. La palabra "hada" proviene
de "fata", "fatum", "hado", "destino",
y se refiere a los personajes del bosque variopintos y femeninos que hacían el
bien o el mal a los caminantes. Así, en la mitología inglesa, existen las
"fairies", unas hadas de pésima hechura de las que conviene
esconderse.
Diferente es que, con el tiempo, la literatura se haya
nutrido de personajes que recuerdan a las ninfas y diosas menores, y el término
"hada" haya pasado a rodearse de una aureola positiva. Así, estas
nuevas "hamadríades" que vivían en los troncos de los árboles; estas
"melíades", especializadas en los fresnos; estas "oréadas",
que transitan por las cimas; todas estas seguidoras del séquito de Diana
─quizás esté relacionado también este término con el de Jana─... Todos estos
seres femeninos, decimos, vírgenes y bondadosos, se transformaron en
"hadas", en "janas", en "anjanas".
Pero, las hadas malas también existen en el bosque y fuera
de él. Podríamos decir que tienen más movilidad que las janas, que las anjanas,
pues se mezclan entre los humanos, son invisibles y están siempre presentes en
la vida cotidiana, husmean entre lo telúrico, no por etéreo, menos real que lo
tangible. Son las "guaxas", las "guajas", las
"guajonas".
Estos seres tienen la mala costumbre de intentar condicionar
las vidas humanas. Como su natural es malvado, no tienen inconveniente en
mantener relaciones sexuales con los que antaño llamaban sátiros y que en las
mitologías celtas pasaron a ser los "fomoré" ─"fomouros" en
«Cantábrica»─, o con los dioses negros, los "Gentiles", en la mitología
vasca.
Como es lógico, el fruto de esos amores es deforme y
endeble, enfermizo y sin color, incluso puede que le falte algún miembro. Es
decir, que vienen al mundo algo tullidos, como parece lógico si sus padres son
los "fomouros", los "mouros". Por eso, las guajonas buscan
la manera de cambiar a sus criaturas por las humanas. Por eso, ha de tenerse
especial cuidado en los partos. Por eso, los ritos deben llevarse con mucho
rigor durante el alumbramiento. Porque, ha de saberse que es en ese momento cuando
son más peligrosas, cuando pueden apoderarse de la criatura humana y dejar en
su lugar a una deforme.
Ese es el origen de los tullidos de nacimiento, y ahí podría
radicar la leyenda de los sacrificios de niños con defectos en las culturas
célticas y germánicas.
Los hijos de las guajonas, ya mayores, son enviados al mundo
de los humanos con sus rostros cetrinos por haber sido alimentados con leche de
araña, para descubrir secretos de los parientes de sangre y llevárselos a sus
malvadas madres raptoras. Esa es la razón por la que, salvadas las leyes
genéricas de hospitalidad, ha de desconfiarse de los viajeros con aspecto
desapacible o sospechoso.
En los partos están siempre presentes, por eso conviene
pasar una vela o una antorcha, con cierta frecuencia, cerca del cuerpo de la
parturienta, especialmente por las piernas, con cuidado para no lastimarla,
pero de continuo, pues ahí se suelen apostar las malvadas guajonas para ver lo
que viene al mundo y si puede servirles.
Por eso, es preciso que las armas del padre estén a los pies
del lecho, para que las pérfidas sepan que hay un guerrero en la casa, y quizá
de ahí, como reflejo fraudulento, haya nacido la leyenda del encamamiento del
varón, la covada.
Si en la criatura recién nacida se observan defectos
orgánicos, es probable que se haya llevado a cabo el cambiazo. Por eso, es
preciso desatarle la lengua, pues los hijos de las guajonas son en extremo
precoces.
Se cuecen, por ejemplo, cáscaras de huevo en agua, lo que
carece de sentido y, como ellos ─igual que sus madres─ son en extremo curiosos,
preguntarán. En ese caso, ya se sabe que es hijo de guajona y puede ser llevado
al bosque y abandonado en él, pues sus madres, viendo el fracaso de su plan,
acudirán a amamantarlo, momento en que pueden ser capturadas.
Por cierto, las guajonas son fáciles de descubrir, pues los
ratones suelen esconderse bajo sus enaguas, donde encuentran siempre protección
y excelentes aromas.
No deja de ser curiosa la relación de costumbres célticas
que perduraban en el campo hacia 1914, según la obra del francés PABLO
SEBILLOT, "El paganismo contemporáneo en los pueblos celto-latinos",
de donde se ha hallado inspiración para las anteriores referencias. Por
desgracia es una obra olvidada y difícil de conseguir. Tras leerla se llega a
una conclusión: el paganismo estaba aún presente, y mucho, en tiempos de
nuestras bisabuelas, de nuestras tatarabuelas. Y, por cierto, nada se dice en
ella de la controvertida costumbre de "la covada", que, como ya he
dicho en otro lugar, era más bien una "fake" de la antigüedad.
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