miércoles, 13 de agosto de 2025

LOS TRES ELEMENTOS DE LA OBRA LITERARIA



       Respondo aquí a una cuestión que me han hecho en privado: cómo construir una obra literaria. ¡Caramba con la preguntita! La respuesta más directa es: ¡pues no tengo ni pajolera idea! Pero, bueno, voy a decir algo, que no es sino poner una boya en alta mar, a ver si me sale:

         Cada maestrillo tiene su librillo. Los grandes estudiosos ponen nombre a sus lucubraciones. Los catedráticos de literatura usan su vocabulario de jerga. Yo, que no tengo la memoria en el mejor de sus momentos, compongo mi "vocabulario técnico" de andar por casa para entenderme conmigo mismo, que es para quien escribo. Ha de ponerse siempre nombre a las cosas y, en especial, a las ideas.

         Creo que cualquier obra literaria se compone de tres elementos que yo llamo: tema, retórica y peripecia.

         También podrían llamarse: contenido material, contenido formal y diégesis; también: fondo, forma y argumento; también: lo que se cuenta, cómo se cuenta y el guión, o fondo, forma y trama. Lo importante es que se den los tres husos para servir hilo al escritor, y que con él, nacido en los tres carretes narrativos pueda este componer el tejido, bien trenzados los elementos, entremezclados en un todo inseparable.

         Podrán identificarse las piezas, podrá decirse que tal frase, tal párrafo o tal parte de la tela esté relacionada con el tema, tal otra con la retórica y aquella con la peripecia, pero nunca podrán separarse. Compondrán un calabrote, una maroma de tres cuerdas trenzadas, entreveradas, imbricadas, nunca sueltas, siempre relacionadas.

         Vayamos con el TEMA. En este carrete, el escritor ha de incluir el material que desea contar. Quiere, por ejemplo, hablar de la "educación de género dirigida a adolescentes", un tema como otro cualquiera. Se le abren al autor dos sendas: contar lo que sucede en los institutos, en plan muy descriptivo y enumerativo, con lo que aburriría a las piedras, o buscar la polémica, es decir, romper moldes, expresar lo no expresado aún.

         Por ejemplo: puede sostener una idea contraria a los cánones ideológicos habituales, como que los profesores estén especializados en chicos unos, en chicas otras, en una educación sexual diferenciada por sexos, de manera que sean profesoras las que dirijan a las chicas y profesores a los chicos, lo que no es incompatible con encuentros cruzados para fomentar el debate. Esta idea no es nueva, ya fue aplicada con aprovechamiento para la formación de la conciencia de colaboración entre sexos en las poblaciones kurdas del norte de Siria, en la que se ha dado en llamar Revolución de Rojava, pero la traigo aquí a título de mero ejemplo, no para discutir el tema.

         Son los dos caminos que tiene el escritor: uno el de describir, contar, pintar lo que ya existe, lo que está al alcance de todos en los institutos, las tediosas clases con lenguajes orwelianos de fabricación bien pensante, lo normal; otro camino es el de generar polémica, buscar el debate, sostener una tesis, enfrentarse a ideas preconcebidas en formato dialéctico.

         Lo primero es sencillo, pero aburre. Lo segundo es complejo y arriesgado, pero puede servir para algo y, además, tocará la fibra íntima del lector.  

         En fin, que no basta con elegir un tema: voy a hablar de los vikingos porque me gustan mucho sus cuernos. No, en literatura ha de buscarse algo novedoso. Si no lo tienes, si no dispones de una tesis original que plantear, por mucho que te guste el ambiente, por ejemplo de romanos romanetes, y seas feliz mientras paseas por el foro, no estás haciendo literatura, estás pintando monas.

         La literatura ha de ser de tesis, polémica, rompedora; de lo contrario no aporta nada a lo ya escrito. No es fácil ser original, lo sé... Bueno, pues no lo seas, pero jamás aburras al lector con los temas que te embelesan, porque a la hora de babear todos lo hacemos a nuestra manera.

         El problema radica en que el escritor que ha logrado aislar la tesis que defender frente a todos, puede encontrarse con la censura. Hoy esta no se halla tanto en las prohibiciones expresas como en las tácitas, o incluso en las autocensuras. Como siempre, desde que alguien aprendió a escribir o a cantar poemas, la literatura es censurada y el arte de escribir es el arte de sortear la censura.

         Cervantes tuvo que inventarse una cruzada literaria contra los libros de caballerías para que no lo quemaran, para que su personaje pudiera decir lo que le viniese en gana; eso sí que fue ingenioso. Cuando Flaubert  inventó a Madame Bobary, Quijote femenino de la pequeñoburguesía decimonónica, tuvo que idear un narrador indirecto para que el pensamiento de su heroína fluyera libre, con lo que inventó, nada menos que el estilo libre indirecto y, así y todo, lo procesaron. Torrente Ballester, sacó la Saga Fuga de JB con un estilo tan enrevesado y genial, y tan difícil para un simple, que el censor dijo que no merecía la pena ni analizar tal sandez, y pasó la obra el trámite por silencio administrativo.

         Claro que si, según nuestro ejemplo, te vas a enfrentar con los protocolos de educación de género en la enseñanza media, te van a crucificar antes de dejarte hablar. Pero, este oficio es así. Somos literatos, no pergeñadores de redacciones bonitas.

         La literatura ha de ser de tesis, o no pasará de floripondio. Es un pulso constante para ampliar la libertad humana, siempre acechada por censores y vigilada de cerca por todo poder que se precie.

         Ya tenemos un tema bien polémico: "la educación de género dirigida a adolescentes, que ha de ser separada por sexos para que sea eficaz". Que se prepare tu cuello para tanto lobo como se lanzará a por ti. Tendrás que tomar medidas preventivas.

         ¿Qué RETÓRICA, qué formas literarias se deberán utilizar para vestir al santo y para que parezca bacalao la pescadilla, para que remonte las quebrantas de la censura?

         Aquí es preciso que el escritor sepa algo de TEORÍA LITERARIA. ¿Qué es eso? Pues sencillamente conocer las figuras retóricas, saber de formas poéticas, conocer los instrumentos del oficio. Un pintor que no sepa mezclar colores, mal asunto. Un músico que no sepa leer partituras no puede componer ni "Los pollitos dicen...". No creo que haya que explicar mucho más sobre esto. La literatura es un arte como la pintura y la música.

         En nuestro ejemplo, quizá convenga que el narrador ─el personaje más importante─ utilice un tono desenfadado, popular, más cercano a los chicos objeto de educación de género. También puede propiciar elementos ambientales que denoten tensión y cierta violencia en las aulas, lo que se plasmará en la forma de describir con tintes fríos, con sonidos estridentes. Los personajes pueden seguir un patrón de comportamiento rudo. El supermercado de la retórica está repleto de productos de camuflaje para utilizar en cada caso; hay que conocer el estante donde se encuentran.

         En fin, el escritor colocará en el carrete de la retórica el instrumental que pretende utilizar, que más le vaya al tema elegido, tan conflictivo.

         La PERIPECIA es el último elemento a considerar. Hay que trazar un plan narrativo: una sucesión de acontecimientos (diégesis) y una organización de los mismos (trama). Es preciso diseñar los personajes: quizá una profesora jovencita que deba hablarles de sexo a chavalonas y chavalones de un barrio marginal. Tendrá que determinar lo que le sucede y cómo le sucede, y cómo se va a contar. También tendrá que decidir cómo lo cuenta, qué va primero en la relación, qué se intercalará. El desarrollo, en fin, de los acontecimientos. Y, como es natural, el autor confeccionará un guión, una escaleta, un esquema para avanzar. Todo esto lo meterá en el carrete que hemos llamado "peripecia".

         Y no tiene que hacer más. Si los tres carretes están bien cargados, bien abastecidos de material narrativo, soltará cada uno su hilo y el escritor, sentado en el telar, tomará uno, lo atará a otro, lo pondrá en el bastidor, lo pasará por la devanadera, lo enlazará, lo resaltará, lo atenuará, lo modulará y con ellos, imbricados unos en otros, bien maridada la forma con el fondo y con el tema, se formará centímetro a centímetro el tejido, párrafo a párrafo la novela.

         Que no se apure el escritor de más. A medida que escriba, a medida que avance la confección de la tela, los mismos elementos narrativos le darán cuenta del relato que, al final, no se parecerá en nada a lo que planeó.

         Eso sí, para hacer este trabajo con solvencia se requieren dos condiciones: una haber vivido mucho, porque la mayor parte de los hilos que utilizamos en este extraño tejido proceden de nuestra experiencia vital, incluso son sombras autobiográficas. ¿Escritores de menos de cincuenta?... Bueno, sí, quizá puedan contarnos algo, no sé, pero a partir de los cincuenta llega la madurez narrativa. De hecho es la edad de las grandes creaciones.

         Hay otra condición. El escritor ha de llevar en sus espaldas muchas lecturas, pero no lecturas amontonadas, a trágala perro, porque yo soy todo un devorador de libros... No, no es esa la idea, ese tipo de lectura aficionada no sirve para el profesional. El escritor ha de leer a los grandes con detenimiento, con el dedo siguiendo la línea si quiere, en voz alta y con paradas para saber cómo este autor, o aquel, cómo los genios han llenado sus carretes: el del tema, el de la retórica, el de la peripecia.

         A este trabajo de investigación y seguimiento se llama CRÍTICA LITERARIA.

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