domingo, 3 de agosto de 2025

HASTA LOS MÁS LECTORES LEEN MENOS. ¡AQUÍ NO LEE NI GUTENBERG!



Hasta los grandes lectores leen menos. ¿Alguien se atreve a sostener lo contrario? Seguro que alguien se atreve, seguro... ¡Pues mira, yo no, todo lo contrario, ahora leo más! Vale, no digo nada, siempre hay uno que no. ¡Yo leo, pero sólo cuestiones técnicas! Te entiendo, sobre todo prospectos de medicamentos porque ya estás un poco viejo. ¡Lo mío es por la vista! También a ti te entiendo, mira mis gafas de culo de botella. ¡Los que no leen son los jóvenes!

¿Seguro, amigo?, anda, no me vengas con cuentos, pon la mano en el corazón y confiesa: lees menos. Como mínimo ha disminuido la lectura en las horas en las que le das al sube y baja (scroll para los puristas de la tontería) por la pantalla del móvil... ¡Es que yo leo mucho, te lo aseguro, pero en el móvil! ¿Y eso justifica que no tomes un libro como hacías antes? ¡No te lo crees ni tú!

Seamos sinceros, admitamos que por los dedos pulgares se vacía nuestra capacidad lectora. Ojo, no te pregunto por el número de libros que empiezas o que compras, querido bibliófilo del pasado, devorador insigne, doctor honoris causa de la lectura antañona por tierra, mar y aire, no, cegato de tanto leer, te pregunto por los libros que acabas.

Me dirás que te estás haciendo muy exquisito, que ya no admites cualquier tipo de lectura. Sí, ese fue mi último recurso, esa mi última trinchera argumental, te comprendo, ¿ves?, cuesta poco ser sincero.

En mi caso, lector de un libro mínimo a la semana, la capacidad de atención, de comprensión y mi paciencia lectora disminuyeron considerablemente desde que llegamos a la apoteosis de los móviles. Aún leo por encima de la media, claro, faltaría más, pero ha bajado el ritmo y la calidad lectora en función del tiempo empleado con el artilugio.

No son sólo los muchachos los que sufren achaque de dependencia; no seamos tan cara duras de ver en nuestros jóvenes los defectos que son nuestros y muy nuestros. Conocí a un sabio infantil, de diez años que lo sabía todo sobre animales, apasionado en extremo, muy propio de la edad, pero que no leía un libro, sólo nutría su intelecto en formación con videos de youtube; seguro que terminará de biólogo y sólo habrá leído los apuntes universitarios ─que serán todos on line─, y por obligación.

¿Está cambiando el concepto del conocimiento? Es probable. ¿Será mejor, será peor? No puedo contestar a esa pregunta, sólo constato que la capacidad lectora disminuye, y a marchas forzadas, en toda la población, incluso entre los muy lectores, y que la causa es el uso concentrado del móvil, ¿buscado por la inercia del poder para mejor controlar a la población, incluso para enviar, llegado el caso, un misil balístico exterminador, como ya ha sucedido? Tampoco a esto sé qué contestar. A lo que conozco me atengo.

¿Sabes lo que tuve que hacer para remontar el proceso de pérdida de capacidad lectora?, pues empezar a leer en voz alta, y te aseguro que muchas cosas han cambiado con ese noble ejercicio. Algún día hablaré de la importancia de recuperar esta habilidad tan sencilla: la lectura en voz alta. 

Pero, me dirás que se siguen vendiendo libros. Es cierto y dos son las razones: el marketing que lo convierte en un producto sin valores añadidos, y el fetichismo hacia el libro, meritoria obra de Guttemberg.

Aunque te diré, escéptico mío,  que no pocos personajes públicos ─quizá de ese tipo que falsifica sus currículos académicos─ reconocen que no han leído un libro en su vida, y lo hacen con deje de soberbia, como el que arroja una piedra sobre una mesa de cristal. ¡Vivir para ver!

Así comienza toda Edad Media, toda época oscura e iletrada: destruyendo libros, sólo que ahora la destrucción es en extremo sutil, hasta mística diría yo, vamos, que ni te enteras de que tu cerebro huele a chamusquina.

Bienvenidos al Páramo, y que se olvide Juan Rulfo de que alguien más comprenda un día su obra.

         Bienvenidos, especialmente, vosotros, escritores prolíficos que, en vuestro narcisismo deseáis ser leídos y hasta ponderados, como cuando erais escolares que llevabais el dibujito a mamá para que os dijera que era muy lindo: ¡Mira Mami, mira!

Creo, escritor bueno que lees estas palabras, que has de superar pronto el complejo de Miramami. ¿Por qué?

Porque nadie perderá su tiempo en leer lo que escribes, estate seguro, ¿quién te crees que eres para hacer que otro dedique horas de su vida a ponderar tus eyaculaciones y misticismos, tus juegos y entretenimientos? ¿Un genio? Sí, y por el mar corren las liebres. Mira, la genialidad es enfermedad que se cura elevando el nivel de comparación. En lugar de compararte con Reverte o con Marías, pinto el caso, o con el vecino del cuarto, que vende mucho en las presentaciones, compárate con Cervantes.

Diferente es que un amigo que acuda a la presentación te compre el libro firmado, más por simpatía y condescendencia hacia tu debilidad que por otra cosa.

¿Sabías que quienes nos rodean captan a la legua que cojeamos de narcisismo superior al habitual? Nos tienen calados, amigo, pero saben también que, a diferencia de los políticos, no somos peligrosos, por eso nos sonríen amablemente cuando hablamos de nuestro libro.

Si no cambias el enfoque narcisista y te lo comes con patatas, sufrirás; la ficción es lo que tiene. Ya no estamos para eso; Mami murió hace tiempo.

Pero sí, se seguirán vendiendo libros, y tú puedes imaginar lo que desees, pues eres libre de engañarte como mejor te dé Dios a entender. ¿Ves? Acabas de leer esta estupidez internáutica en lugar de enfrascarte, por ejemplo, con "Los Sueños", de Quevedo, otro al que no le lee ni Dios.

Por cierto, ¿tienes ya la suscripción a Netflix?, es una gozada, en especial para tener algo que hacer mientras se carga el móvil.

 

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