Hasta los grandes lectores
leen menos. ¿Alguien se atreve a sostener lo contrario? Seguro que alguien se atreve, seguro... ¡Pues mira, yo no, todo lo
contrario, ahora leo más! Vale, no digo nada, siempre hay uno que no. ¡Yo leo,
pero sólo cuestiones técnicas! Te entiendo, sobre todo prospectos de
medicamentos porque ya estás un poco viejo. ¡Lo mío es por la vista! También a
ti te entiendo, mira mis gafas de culo de botella. ¡Los que no leen son los
jóvenes!
¿Seguro,
amigo?, anda, no me vengas con cuentos, pon la mano en el corazón y confiesa:
lees menos. Como mínimo ha disminuido la lectura en las horas en las que le das
al sube y baja (scroll para los puristas de la tontería) por la pantalla del
móvil... ¡Es que yo leo mucho, te lo aseguro, pero en el móvil! ¿Y eso
justifica que no tomes un libro como hacías antes? ¡No te lo crees ni tú!
Seamos
sinceros, admitamos que por los dedos pulgares se vacía nuestra capacidad
lectora. Ojo, no te pregunto por el número de libros que empiezas o que compras,
querido bibliófilo del pasado, devorador insigne, doctor honoris causa de la
lectura antañona por tierra, mar y aire, no, cegato de tanto leer, te pregunto
por los libros que acabas.
Me
dirás que te estás haciendo muy exquisito, que ya no admites cualquier tipo de
lectura. Sí, ese fue mi último recurso, esa mi última trinchera argumental, te
comprendo, ¿ves?, cuesta poco ser sincero.
En
mi caso, lector de un libro mínimo a la semana, la capacidad de atención, de
comprensión y mi paciencia lectora disminuyeron considerablemente desde que
llegamos a la apoteosis de los móviles. Aún leo por encima de la media, claro,
faltaría más, pero ha bajado el ritmo y la calidad lectora en función del
tiempo empleado con el artilugio.
No
son sólo los muchachos los que sufren achaque de dependencia; no seamos tan
cara duras de ver en nuestros jóvenes los defectos que son nuestros y muy
nuestros. Conocí a un sabio infantil, de diez años que lo sabía todo sobre
animales, apasionado en extremo, muy propio de la edad, pero que no leía un
libro, sólo nutría su intelecto en formación con videos de youtube; seguro que
terminará de biólogo y sólo habrá leído los apuntes universitarios ─que serán
todos on line─, y por obligación.
¿Está
cambiando el concepto del conocimiento? Es probable. ¿Será mejor, será peor? No
puedo contestar a esa pregunta, sólo constato que la capacidad lectora
disminuye, y a marchas forzadas, en toda la población, incluso entre los muy
lectores, y que la causa es el uso concentrado del móvil, ¿buscado por la
inercia del poder para mejor controlar a la población, incluso para enviar,
llegado el caso, un misil balístico exterminador, como ya ha sucedido? Tampoco
a esto sé qué contestar. A lo que conozco me atengo.
¿Sabes
lo que tuve que hacer para remontar el proceso de pérdida de capacidad lectora?,
pues empezar a leer en voz alta, y te aseguro que muchas cosas han cambiado con
ese noble ejercicio. Algún día hablaré de la importancia de recuperar esta
habilidad tan sencilla: la lectura en voz alta.
Pero,
me dirás que se siguen vendiendo libros. Es cierto y dos son las razones: el
marketing que lo convierte en un producto sin valores añadidos, y el fetichismo
hacia el libro, meritoria obra de Guttemberg.
Aunque
te diré, escéptico mío, que no pocos
personajes públicos ─quizá de ese tipo que falsifica sus currículos académicos─
reconocen que no han leído un libro en su vida, y lo hacen con deje de
soberbia, como el que arroja una piedra sobre una mesa de cristal. ¡Vivir para
ver!
Así
comienza toda Edad Media, toda época oscura e iletrada: destruyendo libros,
sólo que ahora la destrucción es en extremo sutil, hasta mística diría yo, vamos,
que ni te enteras de que tu cerebro huele a chamusquina.
Bienvenidos
al Páramo, y que se olvide Juan Rulfo de que alguien más comprenda un día su
obra.
Bienvenidos, especialmente, vosotros, escritores prolíficos
que, en vuestro narcisismo deseáis ser leídos y hasta ponderados, como cuando
erais escolares que llevabais el dibujito a mamá para que os dijera que era muy
lindo: ¡Mira Mami, mira!
Creo,
escritor bueno que lees estas palabras, que has de superar pronto el complejo
de Miramami. ¿Por qué?
Porque
nadie perderá su tiempo en leer lo que escribes, estate seguro, ¿quién te crees
que eres para hacer que otro dedique horas de su vida a ponderar tus
eyaculaciones y misticismos, tus juegos y entretenimientos? ¿Un genio? Sí, y
por el mar corren las liebres. Mira, la genialidad es enfermedad que se cura
elevando el nivel de comparación. En lugar de compararte con Reverte o con
Marías, pinto el caso, o con el vecino del cuarto, que vende mucho en las
presentaciones, compárate con Cervantes.
Diferente
es que un amigo que acuda a la presentación te compre el libro firmado, más por
simpatía y condescendencia hacia tu debilidad que por otra cosa.
¿Sabías
que quienes nos rodean captan a la legua que cojeamos de narcisismo superior al
habitual? Nos tienen calados, amigo, pero saben también que, a diferencia de
los políticos, no somos peligrosos, por eso nos sonríen amablemente cuando
hablamos de nuestro libro.
Si
no cambias el enfoque narcisista y te lo comes con patatas, sufrirás; la
ficción es lo que tiene. Ya no estamos para eso; Mami murió hace tiempo.
Pero
sí, se seguirán vendiendo libros, y tú puedes imaginar lo que desees, pues eres
libre de engañarte como mejor te dé Dios a entender. ¿Ves? Acabas de leer esta
estupidez internáutica en lugar de enfrascarte, por ejemplo, con "Los
Sueños", de Quevedo, otro al que no le lee ni Dios.
Por
cierto, ¿tienes ya la suscripción a Netflix?, es una gozada, en especial para
tener algo que hacer mientras se carga el móvil.
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