La presencia de una mujer
salvaje que habita una cueva, al margen del mundo civilizado, es un viejo
mitema indoeuropeo que tiene su reflejo en la mitología celta, en la germánica
y en la grecorromana.
Lo llevé al papel en una novela que escribí en 2015 por
encargo del Ayuntamiento de Escalante, «SCALA.
La leyenda de un pueblo», en colaboración con el escalantino Pedro Sarabia
Pellón.
En ella me enfrenté a un arduo problema técnico: ¿cómo
insertar en una novela ochocientos años de historia? ¿sería posible compaginar
tan dilatado tiempo narrado con una trama mínimamente coherente? Pues lo fue,
gracias a la utilización de personajes intemporales insertados en secuencias
históricas. Así, un cura, una bruja y dos caminantes que todo lo observaban y
todo lo comentaban ─al estilo de los dos caminantes narigudos de Forges─
aparecen a lo largo de los tiempos como una constante que da coherencia al
relato. Ni explico de dónde vienen ni quiénes son estos intemporales, pura
fantasía realista inyectada en una narración histórica. El resultado fue satisfactorio
y la novela resultó. Una gran experiencia literaria.
Por desgracia, pasó por entre los pies de los destinatarios
como la bola conejo, esa que corre entre los bolos pinados sin tocarlos. Bonito
lanzamiento. Hermosa postura del jugador, muy tradicional, muy depurada, pero
fue un lanzamiento conejo, no cayó ni un bolo, no se apuntó ni un tanto. En
fin, quiero decir que todos llevaron el libro a sus casas, pues era regalado,
mas nadie lo leyó.
Eso sí, el Ayuntamiento puso una placa con un texto de la
obra en el paraje donde antaño se levantara el convento de Santa Gadea, muy
cerca de mi casa, donde tiene lugar una memorable escena de la obra.
Allí continúa desde hace años. Es un lugar apartado con el
que ni siquiera han dado los vándalos especializados en paneles explicativos.
Allí aún pueden apreciarse y tocar las ruinas del convento, a las que se han
unido las de mi novela olvidada.
Pero, a lo que vamos, a la Cueva de la Doncella, que es uno
de los relatos del libro. Se trata de la "transcripción" en romance
de una leyenda contada por la tradición oral, y recibida de Damián Cubillas de
la Sota.
Cuando sólo contaba catorce años, mi hija Aura Tazón
Cubillas, digamos que "tradujo" a romance la bella historia heredada
de su güelu y, pasados los años, me la cedió para mi novela. Sólo por este
hecho ─pues no quiero ser cansino con las hipotéticas virtudes de la obra, sólo
vistas por este cura que nunca ha dicho misa─, «SCALA, la leyenda de un pueblo»
habría merecido otro destino menos anónimo, al menos en el pueblo en el que
nació, donde sigue siendo una desconocida al día de hoy.
Desde entonces, desconocidos e hipotéticos lectores, sólo
escribo para mí. Si se publica, bien. Si no, también.
Como decía el poeta: escribo para pasar la vida mientras
espero a que llegue la diligencia que me conducirá hacia la nada; junto a mí
hay otros que aguardan, como yo, su turno; si mis escritos les aprovechan, será
estupendo; y si prefieren jugar al billar o a las cartas, o manejar su móvil
sube que sube pantalla, baja que baja dedo, también será estupendo.
Dice así el poema:
«¿Quién de mi niñuca linda hay
que pueda decir algo? Una mañana de enero ladrones se la llevaron.
Tenía ya tres añucos y el
cabello colorado, con pequitas en la cara y ojos acaramelados,
con manucas de princesa y
una mancha en el costado. Una mañana de enero ladrones se la llevaron.
Recorrimos La Montaña preguntando
en todos lados y no había quien pudiera de mi niña decir algo.
A gritos yo la llamaba por
los bosques y los prados, por los riscos, las camberas, las marismas y los
lagos.
Pero nadie contestaba, nadie
se acercó a aliviarnos, nadie hubo que pudiera de mi niña decir algo.
Rezamos todas las noches de
todos los largos años que siguieron a ese enero en que se nos la llevaron, rogando
al Señor del Cielo que ocurriera algún milagro.
Una buena madrugada mi
hombre estaba cazando no muy lejos del convento de la falda de Montehano,
y allí vio que una doncella,
sin pudores ni reparos, sin nada que la tapara, feliz se estaba bañando.
El cazador dio un respingo y
la joven, como el rayo, escapó rápidamente, perdiéndose entre los charcos.
Mi hombre regresó a casa con
el corazón parado. «He visto a la niña», dijo, «la vi por allí, nadando».
Al alba del día siguiente estábamos
apostados en el sitio donde dijo que la había divisado. Allí estaba, como dijo,
allí se estaba bañando.
Quise acercarme hasta ella y
lo hice con cuidado y logré hacerme su amiga y examinar su costado
y comprobar que tenía una
mancha en aquél lado. «¡Eres mi niña!», le dije, «¡La que nos habían robado!»
No entendía mis palabras, mas
le conmovió mi llanto e invitome a ir con ella hacia el monte, Montehano.
En la boca de una cueva una
vieja había esperando. Mi niñuca le dio un beso y le acarició la mano.
Pero entonces, la viejuca me
vio llegar a su lado y reconoció a la madre de la que había robado
y chilló muerta de miedo y
se refugió, llorando, entre los rojos cabellos de mi niña de veinte años.
Mi hombre llegó de pronto y
la arrancó de sus brazos. Mi niñuca, enloquecida, con piedras quiso matarlo, sin
saber que era su padre al que estaba apedreando.
Por fin logramos rendirla y
al pueblo nos la llevamos. Le pusimos un vestido, la lavamos, la peinamos,
le dimos ricos manjares que
nos costaron muy caros, y muchas cosas hicimos para poder festejarlo: que
después de tanto tiempo la habíamos encontrado.
Pero mi niña no hablaba y
estaba siempre llorando. Ni golosinas, ni dulces, ni música, ni payasos servían
para animarla, para hacerla reír un rato.
Mi niñuca no comía más que
yerbas y mastranchos y miraba con nostalgia la falda de Montehano.
No pude aguantar más tiempo,
y una mañana temprano me la llevé de paseo antes de cantar el gallo.
Y llegamos a la charca aquella
en que la encontramos y comencé a desvestirla, fuera encajes, fuera raso, arrancando
los botones con el rostro herido en llanto.
La luz regresó a su cara y
la color a sus papos y me besó en las mejillas por primera vez en años.
«¡Espíritu libre, corre! ¡Corre
de nuevo a su lado, que esa vieja es ya tu madre y yo soy solo un candado!».
Por cierto, el nombre de Escalante
procede de «SCALA ANTE PORTUM» "Scala" significa parada, posta,
mesón, hospital. Se podría traducir por "Posta, antes de llegar a Puerto
(Santoña)": Escalante.
Nota. Se recuerda a
hipotéticos plagiarios que estas líneas están protegidas por los derechos de
autor de la legislación europea, que somos abogados, que no nos cuesta pleitear
y que, periódicamente cribamos la red con IA a fin de detectar utilizaciones
indebidas de nuestras obras.
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