Cuando el 29 de agosto
presente «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro» en Los Corrales de
Buelna, a eso de las siete de la tarde en pleno foro, quizás regale a los
briosos cántabros que adquieran los tres volúmenes mi ya vieja novela
CANTABROMAQUIA. No sé, lo estoy pensando. Ya veré. Depende de muchas cosas.
Quizá no. Seguramente no. Eso me gustaría, pero, no sé, no sé.
Lo cierto es que no es fácil ya de encontrar. Fue editada en
2014 por Kattigara ─quizá allí se encuentre aún algún ejemplar─ y tuvo un
recorrido corto, como toda mi obra porque, en el fondo, escribo sólo para mí.
Íñigo Ansola ─que captó a la perfección la idea y la plasmó
con acierto en sus dibujos, pues es una obra de colaboración─ y yo la
presentamos en su día en Los Corrales de Buelna con cierto temor, pues en ella
describíamos cómo serían los actos de las Guerras Cántabras allá por el año del
Señor de 2099, muy diferente a la celebración actual, claro, y no sabíamos lo
que pensarían los paisanos. Lo cierto fue que la idea cayó bastante bien, quizá
por las tochadas que dijimos Íñigo y yo, serios como patatas y, en el fondo,
cómicos.
Que nuestras palabras cayeron bien quedó claro porque nos
invitaron a comer un suculento cocido montañés en la carpa de una tribu, no sé
si de los concanos o de los plentuisios, pero sí que en la mesa estaban la
entonces alcaldesa, Josefina González, su agradable esposo y su bella hija, que
no pasaría de quince años y ya fue designada como la Diosa Cantabria aquel año;
no recuerdo cómo se llamaba. Fue una agradable sobremesa, toda una inmersión
corraliega. Nosotros contribuimos contando historias, pues todos saben cómo soy
yo, e Íñigo gasta una vis cómica laredana de alto volumen, pese a su aparente
seriedad.
Cantabromaquia, como su título indica, es una historia de
guerras entre cántabros, todo un cisco en el que, en el marco de las Guerras
Cántabras de Los Corrales, intervienen romanos y cántabros de verdad llegados a
través de un túnel temporal, mafias rusas, acróbatas cretenses, colaboradores,
legados, poetas desterrados, se desatan amoríos intertemporales y, lo que es
más notable, se descubre el origen de los pasiegos.
Comienza con el lanzamiento de una nave del tiempo desde
Barreda, donde décadas atrás estuvo la fábrica de Solvay, el Cabo Cañaveral
cántabro, en la que viajan dos científicos, Luisa Campos, jefa de la operación,
hembra de escultural cuerpo y de espantoso rostro, aunque buena persona y sobre
todo sabia, y Miliuco Cobo, ingeniero pasiego, todo un manitas, que termina
enamorado de una antepasada.
¡Santo susto se llevaron los cántabros antiguos al ver
aquella nave, cuyos airbags de aterrizaje rebotaron varias veces antes de caer
justo sobre las pallozas del castro! ¡La que se armó!
Pero, no es sólo un viaje al pasado. Es también un viaje al
presente desde el pasado, pues un jefe cántabro colaborador de Roma, Ambatus, y
un centurión romano de origen germano, Ancanus, terminan viajando al presente y
descendiendo del transportador intertemporal en la Rampa de Puertochico. ¿Se
imaginan el cisco?
Pues de eso trata Cantabromaquia, una novela en la que no se
deja hueso sano a los bienpensantes, aunque tampoco los malpensantes se van de
rositas.
Crítica histórico-política, risa, cachondeo y mala, muy mala
baba.
Vayan como muestra el primero y el último párrafos de esta
novela titulada CANTABROMAQUIA...
¿Cantabro qué?... "Maquia", como "Batracomiomaquia", de
"machia" en griego, que significa "lucha",
"batalla":
Primero.- «Los pasillos de la Consejería de Fomento y
Actividades Creativas parecen canales de un hormiguero que se haya quedado sin
techo: los empleados suben y bajan, agitan brazos llamándose a gritos o transmitiendo
órdenes, cruzan en grupos de paso decidido de un despacho a otro, corren; se
tronchan los tacones femeninos no fabricados para semejante presión; con las
prisas, a los conserjes se les abren los cartapacios de documentos mal cerrados
que llevan al servicio de reprografía. En la Sala Central de Control, aún no
abierta a los notables, los pitifláuticos soniquetes de los teléfonos móviles
se dan de tortas con los campanazos de los modelos góndola que funcionan a las
mil maravillas, pese a haber sido subidos del almacén y rehabilitados con
prisas. Técnicos de bata blanca inspeccionan los complejos dispositivos de
retransmisión, que no pueden fallar en día tan señalado».
Último.- «Por eso,
amable lector, debes desechar las bastardas teorías en las que se hace provenir
a la raza pasiega de los moros sirios abandonados en la cordillera, castigados
por Almanzor a vivir en los confines del mundo; o esa otra de que en aquellos
montes se escondió la perdida tribu de Israel. No, todo eso no son más que paparruchas.
Nuestra explicación es mucho más sencilla: que sus padres fundadores, nacieron
en el hogaño o se pasearon por allí por mor de su curiosidad, y que luego,
retornaron al antaño o llegaron a él de primeras, para pasar en las
anfractuosidades de la cordillera cantábrica el resto de sus vidas. No sabemos
si esto se entiende, pero seguro que intuirán la causa por la que nunca se
puede saber con completa certeza si un pasiego está entrando o está saliendo,
si va o viene porque… ¿Cuántos recovecos tendrán el tiempo y la vida?...
Hombre, pues depende…»
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