lunes, 14 de julio de 2025

¡NO IMPORTA! ¡MAÑANA VENCEREMOS!

 


 

Esta entrada no va de romanos, pero casi. Va de cántabros romanizados del presente, esos que miran el calendario y ven la fecha de hoy, quince de julio de 2025 y tienen los pies en el Solar Cántabro, gentes del aquí y el ahora, esos que miran por la ventana y ven las calles llenas de invasores: el miedo, la culpa y el engaño, las tres columnas que penetran por nuestros valles y que nos sorprenderán por la retaguardia a poco que nos despistemos.

    «¡No importa!, ¡mañana venceremos!» Es esta una frase habitual de un personaje histórico que ya estuvo presente en mi obra, en mi malhadada novela  «La Estirpe de Velarde». Así decía en el apéndice de la misma donde relacionaba a los personajes, en la dramatis personae:

Menéndez de Luarca y Queipo de llano, Rafael Tomás.- Obispo de Santander, presidente de la Junta de Defensa, Regente de Cantabria. Tenía la costumbre de pasearse por la ciudad, e incluso de decir misa armado con dos grandes pistolones. Organizó el Armamento Cántabro, al que proveyó de meras municiones místicas y terminó en desastrosa aventura por la que Santander pudo haber sido castigada con el saqueo. Cuando regresó del exilio acusó a don Bonifacio Rodríguez de la Guerra, alcalde que salvó a la ciudad del desastre, de afrancesamiento.

         Este peculiar personaje vivía en Maliaño, hasta donde por aquellos tiempos llegaba la mar, y solía ir a Santander en barca. Era fácil verlo llegar como un profeta bíblico, en la proa de la misma, cara al viento y con los pistolones en la cintura. Lo cierto fue que, para bien o para mal, organizó una unidad militar a la que dio el arcaico nombre de Armamento Cántabro y, por primera vez en la Historia, desde tiempo de los visigodos, Cantabria fue una unidad política con total independencia, donde incluso se llegó a emitir moneda.

         Pasado el tiempo, el hombre huyó como Dios manda, pues era preciso ponerse a salvo, ¡faltaría más! Pasado más tiempo, regresó a recoger el fruto de su postureo antifrancés y echó en cara al alcalde de Santander no se sabe qué comportamiento antipatriótico, pese a que era de dominio público que salvó a la ciudad tres veces de ser arrasada de entendimiento con los también descerebrados franceses. Curioso este alcalde olvidado que no tiene ni una calle en la capital, don Bonifacio Rodríguez, quien, encima, era de Torrelavega, ¡le manda! Pudo, sin embargo, demostrar que había sido fiel.

         El Pistolones demostró que se había dejado llevar por su pasión histórica. Se vio a sí mismo como un Pelayo redivivo y quiso en Lantueno enfrentarse al ejército francés, el más potente y adiestrado de Europa, con voluntarios cántabros que salieron a escape del campo de batalla al primer cañonazo. Luego, llegaron los gabachos a Santander y ordenaron la destrucción de la ciudad, algo que Bonifacio logró evitar a costa de su patrimonio personal, pues los generales franceses, todos jovencísimos y dispuestos, como los antiguos legados romanos a enriquecerse, eran capaces de vender sus banderas por una buena bolsa de pelucones contantes y sonantes.

         Lo cierto fue que este Rafael Menéndez de Luarca, convencido de que era la reencarnación moderna del resistente montañés don Pelayo, rey cántabro de Cangas, no lo tuvo fácil y, siguiendo la tónica de los tiempos, recibía en el exilio la noticia de esta o aquella derrota de las armas españolas, que se producían cada dos por tres y que se remontaba una sobre las espaldas de la anterior, hasta que, finalmente advino la victoria. Siempre que le llegaban con una mala nueva comentaba eso de «¡No importa!, ¡mañana venceremos!» Y lo cierto fue que se venció, se expulsó al francés tras una sangrienta guerra civil que estirada, alargada e interminable, llegó hasta nuestros días y aún colea.

         Esa frase, «¡No importa!, ¡mañana venceremos!» sin embargo, con independencia del fervor o la repulsión que pueda arrancar de cada uno de nosotros la figura del esperpéntico personaje que la inventó, es una sentencia acertada y, si me permiten, genial.

         Podía haber sido pronunciada por los resistentes del Solar Cántabro contra los invasores romanos. Y, en cualquier caso, resumiría la contumaz capacidad de rebeldía del pueblo cántabro.

         Quizá, pienso ─procurando no ofender a nadie─ haya llegado el momento de sacarla del cajón de la Historia y elevarla a la categoría de consigna, en unos tiempos en los que la población está envejecida, en unos tiempos en los que el miedo al futuro es el rey y las falacias se columpian entre las ondas invisibles del aire, en unos tiempos en los que las derrotas de los de siempre se suceden una tras otra, en unos tiempos marcados por el marchamo del sentimiento de culpa, podría servir para algo la esperanza, quizá irracional, lo admitimos, en la victoria final. Dicen que la esperanza es el  único mal que no escapó del ánfora de Pandora cuando esta la abrió por curiosidad. ¡Vaya usted a saber!

         Pero, sí, quizá sea el momento de exhibirla de nuevo, porque la esperanza en la victoria, sea o no viable, es un laxante contra el pavor al futuro que agarrota nuestras entrañas, una garantía de equilibrio mental contra las tres legiones que penetran en cuña por los montes de Cantabria en el presente, como hace dos mil veinticinco años, sus águilas al viento: el miedo, el engaño y la culpa,

         La voluntad de resistencia de los pueblos que ocupan hoy el Solar Cántabro, bien podría resumirse en esa frase lapidaria y pertinaz: «¡No importa!, ¡mañana venceremos!». Quizá las Guerras Cántabras aún no hayan terminado.

         Y, para ir haciendo boca, vaya un poema a los inevitables resistentes de la Cordillera, a quienes protagonizarán pronto una nueva rebelión de esclavos sin Espartacos que los dirijan, un poema fabricado en cuartetos encadenados terminados en serventesio doble por la insigne poeta conocida como La Tocha de Sierrapando, incluido en la «Coda Poética» de «Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro», tomo tercero, página 364.

 

QUE REVIENTEN DE MIEDO

 

Esos que nada poseen,

nadas que mal se amontonan,

son quienes más hoy padecen

pánicos que los devoran

 

Sólo mal humo retienen.

No esperan ninguna gloria,

ni estandartes ni placeres,

y hasta a los dioses ignoran

 

Son los que pierden, que pierden.

Son los que lloran, que lloran.

Son los que sueñan que sienten

mal hambre en maldita hora.

 

Y desunidos se mueven,

y hasta compasión imploran.

¡Que juntos todos revienten!

Grita el dueño de la Historia.

 

Pero en la tarde se siente

la energía poderosa

de una luz menguada, tenue,

que en pregunta se transforma:

 

¿Cómo encarrilar las penas

hacia flagrantes victorias?

Sólo un camino hallaremos:

Recitar todas las coplas,

 

celebrar cien mil concejos

con quienes sufren y lloran,

recuperar los anhelos

que cayeron por la borda.

 

Vamos a unir los cabellos

y a trenzar nuestras neuronas

con cintas de anudar versos

nacidos entre amapolas

 

Diseñemos los cimientos

de una patria acogedora.

En cada mano los dedos

alas son de aves cantoras,

pluma y coraza los pechos,

picos de águila las bocas.

La Tocha de Sierrapando

 

         Porque, a fin de cuentas, la verdad es que, pese a quien pese, con paciencia de viejos topos que habitan en el subsuelo, siempre diremos cuando nos venga la noticia de alguna derrota de nuestro estandarte, el Cántabrum: «¡No importa!, ¡mañana venceremos!».

 

Notas a los plagiarios: Somos abogados, seguimos nuestros escritos en las redes esquina a esquina gracias a la IA, y pleitear no nos cuesta dinero. ¿Hay que decir más?

 

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