martes, 8 de julio de 2025

MUJERES CÁNTABRAS Y COSUS, DIOS DE LA GUERRA

 


El tema es tan delicado, que prefiero contar una historia y, además, encomendarme a los dioses.

         Oh, Nuétaca, anunciadora de vida y muerte; Oh Erudino el que derrocha inteligencia desde el filo de su espada; Oh Epona, la que conduce a los muertos y sana a los vivos; Oh Sucelo, forjador de lenguas en la fragua de la elocuencia; Oh Lucobos, el que derrocha la furia con una mano y la poesía con la otra; Oh, dioses del Solar Cántabro, a vosotros invoco porque lo que pretendo decir a continuación es palabra desatada, difícil de asumir por muchos, sujeto al mazazo censurador, susceptible a malentendidos y a furias irracionales. Oh, dioses, revestid con ropas invisibles mis argumentos, que se escondan entre la hojarasca de la retórica, y que perforen las almas de quienes tengan oídos para oír y ojos para ver. ¡Digámoslo cantando! Se discutirá menos.

         ¿Volverán sanos, madre Lugna? Volverán a Bérgida para cuando expulses lo que llevas en tus entrañas, Miócula. Tengo miedo, madre. Siempre lo tenemos las mujeres, y te aseguro que no somos las únicas, también los hombres temen. Pero ellos no tienen tiempo para pensar, la guerra los arrastra, Sigideco los protege, saben que siempre vence. Anda, anda, sigue con tu labor, ¿acaso no vences tú también cuando afilas tu falcata, la que fue de tus antepasados?, por cierto, ¿lo has hecho hoy? Sí, madre. Sabes hija que las mujeres vencemos a cualquier enemigo sólo por nuestra presencia en la muralla del castro, siempre nos temen, pero, a ver esa labor, ¿no te has desviado con el hilo?, ¿están bien alineados los contrapesos?, la verdad, me encanta cómo trabajas, cada día se te ve más hábil en el telar, tendrá suerte el guerrero que llevas en el vientre de tener una madre como tú, Miócula. ¿Será niño? Estoy segura, hija, ¿no ves la forma de la barriga? Es verdad... Además, ¿no hiciste lo que te recomendé? ¿El voto a Tuérano, dices, madre, el capaz de mover montañas?, sí que te hice caso, sí, ¿no recuerdas?, hace dos días escondimos el hacha en el santuario, bajo el roble sagrado. Es verdad, querida, todo se me olvida, sobre todo lo reciente, pero tienes razón, estábamos casi todas, e invocamos a Semno, el que concede siempre los dones a sus adoradoras, especialmente a las viejas y yo le recé mucho, sí, ahora me acuerdo. ¿Habrá escuchado el dios, madre? No dudes nunca, hija, porque tú siempre cumples con tu deber, ¿no es cierto? Creo que sí. ¡Ay, querida, qué débil te siento hoy!, a ver, dime, Miócula, ¿oras todos los atardeceres, cuando el sol se pone, a Oenaco, el que rige la asamblea de los guerreros? Sí, madre. ¿Ofreces a Brigo, señor de los contraataques y de la sorpresa el bazo de un animal todos los meses? Nunca se me olvida. ¿Cantas todas las noches a tus otros dos hijos, antes de dormir, las canciones guerreras que te enseñó tu madre? Sí lo hago. ¿Incluso a Anna, la niña? Sí. ¿Sabes que el furor que exige Bodo, el victorioso, la rabia del lobo al desgarrar, sólo puede ser transmitida por las madres?, ¿que la fuerza para dar la muerte está en la leche que sale de tu pecho, blanca como la vida? Lo sé, madre, y procuro transmitir lo que me transmitieron, y el fervor por los dioses y por Cosus, nuestro patrón. ¿También por Lebo, el astuto, el que mira a través del lobo? Ese es mi dios preferido, madre, espero que si un día el enemigo asoma por nuestros bosques, se congele al ver mi mirada, se lo ruego cada noche también a Segato... Haces bien, querida, ese dios ama la tierra y a las mujeres que la defienden, y no admite a impostores, esos que dudan de su palabra y buscan la paz, ¿qué paz desean, qué paz hay sino la de las tumbas?, porque nosotras sabemos, hija, que sólo en la guerra nuestros hombres alcanzarán el Sid. Es cierto, madre Lugna, y nosotras también. Pues si ves todo esto, ¿por qué dudas?, será varón, te lo digo yo, que he adorado a Cosus desde que sangré por primera vez, y te digo más, tu hijo, ese que te patea, será lobo entre los lobos, jefe entre los jefes. ¿Quieres decir que llegará a ser coro? Sí, pequeña, ayer me habló en sueño Coronus y me lo confesó, pero, ¿por qué sonríes así?, ¿no lo crees?, yo te lo aseguro, niña, ¿es que Nuétaca no habla por mi boca?, y te digo más, llegará el día en que verás a tu hijo entrar en Brigantia con muchas cabezas al cuello de su caballo, y las manos del enemigo colgando del cinturón, y lo verás dirigirse con orgullo a la sauna sagrada con los lobos de su camada, y contemplarás cómo le besa la palma de las manos cada uno de ellos, los que morirán si él muere para cabalgar todos juntos en el Sid, y te sentirás orgullosa por haber transmitido el culto a tus hijos, por haber sido una buena madre, por haber afilado sus almas como si fueran espadas... Pero, ¿por qué me miras con cara de pasmo?, ¿acaso no sabías cuanto te digo?, sí  Miócula, pequeña, yo te vi nacer, y te aseguro que nosotras los acunamos, nosotras los amamantamos con leche furiosa, nosotras los animamos antes de entrar en combate, nosotras somos las principales adoradoras de Cosus, señor de la guerra, ¿qué sería de su culto sin  mujeres que transmitieran las historias, sin madres que amamantasen la batalla en los labios de sus hijos, sin nosotras para defender el castro hasta la muerte? Morirían todos sin remedio... Pero, anda, sigue con tu trabajo, que aún no se ha escondido el sol y todavía podemos ver algo, que luego iremos a dar gracias a Cosus Bodo por la victoria que espera a tu hijo, el tercero ya, pero dime, Miócula, ¿afilaste la falcata y aprestaste la lanza, puliste el escudo y ensayaste el disparo?... Ya, claro, me dijiste antes que sí, es que todo lo olvido... No te apures, madre Lugna, te quiero igual, aunque olvides lo que has dicho. Lo que no se me olvidarán nunca son las oraciones al dios guerrero, al fin y al cabo soy su gran custodia. Claro, madre. Anda, hija, recemos a Semno, el Cosus viejo, él me entenderá, deja un momento la tarea, unamos nuestras manos, así, repite conmigo: ¡Oh, Cosus, señor de la guerra, protege a nuestros hombres y las mujeres te rendiremos culto hasta nuestro último aliento!, repite, eso es, sigamos hija, ¡oh, Sigideco, el de lanza vencedora, haz que regresen todos y se tumben agotados por el esfuerzo, pues nosotras los cuidaremos!, ¡oh Tuerano, Cosus de furia, que truequen sus gritos de guerra en susurros amorosos sobre nuestros lechos!, ¡oh Brigo, el Cosus que siempre aprovecha los contraataques, que no se cansen de la sagrada labor que une sus cuerpos con los nuestros, y que su simiente sea dulce como la miel!, ¡oh Segato, el que traza los surcos en la tierra, que esperen en nuestros cuerpos como el arado espera tras llegar hasta el fondo! ¡oh Lebo, el Cosus astuto que conoces el alma de las mujeres, que sus hombres, tras su regreso, cambien de postura de vez en cuando!, esto es todo, así será, hija, Deva lo quiere y no hay más que rezar ni que pedir... Pero, ¿te ríes, Miócula?, ¿es por la última oración?, ¿no crees que sería bueno para nuestros guerreros hacer algo más cuando llegan a casa que estar tumbados, sentados, comiendo, bebiendo zythos o entrenándose?... Anda, anda, nosotras a lo nuestro, te lo dice esta vieja, nosotras a conservar, a alimentar, a transmitir la furia guerrera, no queramos ir más allá, somos las custodias de la tradición, anda, terminemos la labor, pero, espera, la devanadera está mal puesta, ¿no ves?, ahora sí...Venga, terminemos, niña, que aún hay sol en los bardales.

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