El tema es tan delicado, que
prefiero contar una historia y, además, encomendarme a los dioses.
Oh, Nuétaca, anunciadora de vida y muerte; Oh Erudino el que
derrocha inteligencia desde el filo de su espada; Oh Epona, la que conduce a
los muertos y sana a los vivos; Oh Sucelo, forjador de lenguas en la fragua de
la elocuencia; Oh Lucobos, el que derrocha la furia con una mano y la poesía con
la otra; Oh, dioses del Solar Cántabro, a vosotros invoco porque lo que
pretendo decir a continuación es palabra desatada, difícil de asumir por
muchos, sujeto al mazazo censurador, susceptible a malentendidos y a furias
irracionales. Oh, dioses, revestid con ropas invisibles mis argumentos, que se
escondan entre la hojarasca de la retórica, y que perforen las almas de quienes
tengan oídos para oír y ojos para ver. ¡Digámoslo cantando! Se discutirá menos.
¿Volverán sanos, madre Lugna? Volverán a Bérgida para cuando
expulses lo que llevas en tus entrañas, Miócula. Tengo miedo, madre. Siempre lo
tenemos las mujeres, y te aseguro que no somos las únicas, también los hombres
temen. Pero ellos no tienen tiempo para pensar, la guerra los arrastra,
Sigideco los protege, saben que siempre vence. Anda, anda, sigue con tu labor,
¿acaso no vences tú también cuando afilas tu falcata, la que fue de tus
antepasados?, por cierto, ¿lo has hecho hoy? Sí, madre. Sabes hija que las
mujeres vencemos a cualquier enemigo sólo por nuestra presencia en la muralla
del castro, siempre nos temen, pero, a ver esa labor, ¿no te has desviado con
el hilo?, ¿están bien alineados los contrapesos?, la verdad, me encanta cómo
trabajas, cada día se te ve más hábil en el telar, tendrá suerte el guerrero
que llevas en el vientre de tener una madre como tú, Miócula. ¿Será niño? Estoy
segura, hija, ¿no ves la forma de la barriga? Es verdad... Además, ¿no hiciste
lo que te recomendé? ¿El voto a Tuérano, dices, madre, el capaz de mover
montañas?, sí que te hice caso, sí, ¿no recuerdas?, hace dos días escondimos el
hacha en el santuario, bajo el roble sagrado. Es verdad, querida, todo se me
olvida, sobre todo lo reciente, pero tienes razón, estábamos casi todas, e
invocamos a Semno, el que concede siempre los dones a sus adoradoras,
especialmente a las viejas y yo le recé mucho, sí, ahora me acuerdo. ¿Habrá
escuchado el dios, madre? No dudes nunca, hija, porque tú siempre cumples con
tu deber, ¿no es cierto? Creo que sí. ¡Ay, querida, qué débil te siento hoy!, a
ver, dime, Miócula, ¿oras todos los atardeceres, cuando el sol se pone, a
Oenaco, el que rige la asamblea de los guerreros? Sí, madre. ¿Ofreces a Brigo,
señor de los contraataques y de la sorpresa el bazo de un animal todos los
meses? Nunca se me olvida. ¿Cantas todas las noches a tus otros dos hijos,
antes de dormir, las canciones guerreras que te enseñó tu madre? Sí lo hago.
¿Incluso a Anna, la niña? Sí. ¿Sabes que el furor que exige Bodo, el
victorioso, la rabia del lobo al desgarrar, sólo puede ser transmitida por las
madres?, ¿que la fuerza para dar la muerte está en la leche que sale de tu
pecho, blanca como la vida? Lo sé, madre, y procuro transmitir lo que me transmitieron,
y el fervor por los dioses y por Cosus, nuestro patrón. ¿También por Lebo, el
astuto, el que mira a través del lobo? Ese es mi dios preferido, madre, espero
que si un día el enemigo asoma por nuestros bosques, se congele al ver mi
mirada, se lo ruego cada noche también a Segato... Haces bien, querida, ese
dios ama la tierra y a las mujeres que la defienden, y no admite a impostores,
esos que dudan de su palabra y buscan la paz, ¿qué paz desean, qué paz hay sino
la de las tumbas?, porque nosotras sabemos, hija, que sólo en la guerra
nuestros hombres alcanzarán el Sid. Es cierto, madre Lugna, y nosotras también.
Pues si ves todo esto, ¿por qué dudas?, será varón, te lo digo yo, que he
adorado a Cosus desde que sangré por primera vez, y te digo más, tu hijo, ese
que te patea, será lobo entre los lobos, jefe entre los jefes. ¿Quieres decir
que llegará a ser coro? Sí, pequeña, ayer me habló en sueño Coronus y me lo
confesó, pero, ¿por qué sonríes así?, ¿no lo crees?, yo te lo aseguro, niña, ¿es
que Nuétaca no habla por mi boca?, y te digo más, llegará el día en que verás a
tu hijo entrar en Brigantia con muchas cabezas al cuello de su caballo, y las
manos del enemigo colgando del cinturón, y lo verás dirigirse con orgullo a la
sauna sagrada con los lobos de su camada, y contemplarás cómo le besa la palma
de las manos cada uno de ellos, los que morirán si él muere para cabalgar todos
juntos en el Sid, y te sentirás orgullosa por haber transmitido el culto a tus
hijos, por haber sido una buena madre, por haber afilado sus almas como si
fueran espadas... Pero, ¿por qué me miras con cara de pasmo?, ¿acaso no sabías
cuanto te digo?, sí Miócula, pequeña, yo
te vi nacer, y te aseguro que nosotras los acunamos, nosotras los amamantamos
con leche furiosa, nosotras los animamos antes de entrar en combate, nosotras
somos las principales adoradoras de Cosus, señor de la guerra, ¿qué sería de su
culto sin mujeres que transmitieran las
historias, sin madres que amamantasen la batalla en los labios de sus hijos,
sin nosotras para defender el castro hasta la muerte? Morirían todos sin
remedio... Pero, anda, sigue con tu trabajo, que aún no se ha escondido el sol
y todavía podemos ver algo, que luego iremos a dar gracias a Cosus Bodo por la
victoria que espera a tu hijo, el tercero ya, pero dime, Miócula, ¿afilaste la
falcata y aprestaste la lanza, puliste el escudo y ensayaste el disparo?... Ya,
claro, me dijiste antes que sí, es que todo lo olvido... No te apures, madre
Lugna, te quiero igual, aunque olvides lo que has dicho. Lo que no se me
olvidarán nunca son las oraciones al dios guerrero, al fin y al cabo soy su
gran custodia. Claro, madre. Anda, hija, recemos a Semno, el Cosus viejo, él me
entenderá, deja un momento la tarea, unamos nuestras manos, así, repite conmigo:
¡Oh, Cosus, señor de la guerra, protege a nuestros hombres y las mujeres te
rendiremos culto hasta nuestro último aliento!, repite, eso es, sigamos hija, ¡oh,
Sigideco, el de lanza vencedora, haz que regresen todos y se tumben agotados
por el esfuerzo, pues nosotras los cuidaremos!, ¡oh Tuerano, Cosus de furia,
que truequen sus gritos de guerra en susurros amorosos sobre nuestros lechos!,
¡oh Brigo, el Cosus que siempre aprovecha los contraataques, que no se cansen
de la sagrada labor que une sus cuerpos con los nuestros, y que su simiente sea
dulce como la miel!, ¡oh Segato, el que traza los surcos en la tierra, que
esperen en nuestros cuerpos como el arado espera tras llegar hasta el fondo! ¡oh
Lebo, el Cosus astuto que conoces el alma de las mujeres, que sus hombres, tras
su regreso, cambien de postura de vez en cuando!, esto es todo, así será, hija,
Deva lo quiere y no hay más que rezar ni que pedir... Pero, ¿te ríes, Miócula?,
¿es por la última oración?, ¿no crees que sería bueno para nuestros guerreros
hacer algo más cuando llegan a casa que estar tumbados, sentados, comiendo,
bebiendo zythos o entrenándose?... Anda, anda, nosotras a lo nuestro, te lo
dice esta vieja, nosotras a conservar, a alimentar, a transmitir la furia
guerrera, no queramos ir más allá, somos las custodias de la tradición, anda,
terminemos la labor, pero, espera, la devanadera está mal puesta, ¿no ves?,
ahora sí...Venga, terminemos, niña, que aún hay sol en los bardales.
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