Empecemos con polémica, aunque
con tono desenfadado para limar aristas. ¡Vamos allá!
En los tiempos en que los señores romanos se asomaron por
los montes cantábricos, los habitantes de lo que llamamos Euskadi, no eran
vascos.
¿Y dónde estaban los vascos? En el Pirineo, de Navarra hacia
Lérida. Eran una extensión del pueblo aquitano, los habitantes de los actuales
departamentos vasco franceses, hasta Bayona y algo más al norte. Gentes que
dieron buena lata a los romanos, sin duda, pero en tiempos de César y en el
marco de la conquista de la Galia. Los cántabros los apoyaron entonces, por
supuesto, y, como medida de precaución, lo primero que hizo Augusto en el 27
antes de Cristo, fue someter a los aquitanos, léase vascos, por medio de su
general Valerio Mesala Corvino, el abuelo de la fatal Mesalina, que fue esposa
de Claudio. Quería evitar un hipotético apoyo de los aquitanos, léase vascos, a
los cántabros y astures en la guerra que tenía previsto emprender pocos meses
después contra la cordillera septentrional de Hispania.
¿Y qué eran los habitantes de Vizcaya, Álava o Guipúzcoa?
Pues celtas, aunque moleste, duela y escueza. La Historia es así, una mala
pécora que tira por tierra nuestras ansias de eternidad e inmutabilidad, ¿qué
le vamos a hacer? A veces pienso que el realismo debería de estar prohibido por
decreto.
Pero, hablemos de los autrigones, los vecinos por el este de
los cántabros. ¿En qué se diferenciaban de estos? Pues en lo mismo que los
cántabros se diferenciaban de los astures, en nada. Igual lengua (con
modismos), igual panteón divino (con variantes de advocaciones), igual cultura
material.
Autrigonia, como Asturia, tenía una pequeña cabeza en el
norte, de la Cordillera hacia el mar, y la parte más importante de su cuerpo se
desparramaba por la meseta. Por el norte su territorio estaba marcado por los
ríos Asón y Nervión, de Castro a Bilbao, serían los encartados, los habitantes
de la actual Encarterri y del oriente de la Comunidad Autónoma de Cantabria.
Por el sur llegaban hasta la Bureba, el noroeste de Burgos y parte de Álava, es
decir, que se extendían en abanico hacia las amplias llanuras.
Al este de los autrigones estaban los caristios y los
várdulos, también celtas y primos hermanos de los cántabros y los astures.
Pero, ¿cómo es posible que actualmente muchos de estos
territorios estén integrados en lo que se ha dado en llamar Euskalherría?
Porque dos mil años dan para mucho, para profundas modificaciones
poblacionales, para desplazamientos y corrimientos de etnias, para mestizajes,
colonizaciones y absorciones.
Los vascones, ubicados en el pirineo, eran otra etnia más de
aquellas tierras, con personalidad propia, es cierto, pues como tales fueron
identificados por los historiadores y los geógrafos romanos, pero estaban
ubicados en el Pirineo. Allí conservaron, en un régimen de notable aislamiento,
su hermoso idioma de tan incierto origen. Y, cuando las correas del imperio
romano se aflojaron, hacia los siglos cuarto y quinto, quizá a causa de cierta
superpoblación, iniciaron un proceso de desplazamiento hacia el oeste y la
meseta, con lo que se produjo la vasquización de los carisios y de los
várdulos, también de los autrigones, aunque menos. Curiosamente, hoy día, en el
territorio encartado la influencia euskérica, del vascuence, es menor que en
otras regiones de Euskalherría. Y, digo más, en ese territorio autrigón se
formó el castellano, un idioma koiné, utilitario, que recibió del vasco no sólo
infinidad de términos sino, además y sobre todo, su fonética. El acento
castellano y vasco es el mismo. Un día pregunté a un si diferenciaba al
castellano del vasco cuando hablan por el soniquete o por el acento. Pues no,
me dijo, sin conocer ninguno de los dos idiomas ─hablábamos en inglés─ me
suenan igual, pero los distingo bien si me fijo, pues el español deja caer
alguna palabra que pillo y, si no entiendo ni una sola, es que se trata del
vasco, pero sonar, me suenan igual.
¿Se quiere ir con lo dicho arriba contra las esencias
vascas? De ninguna manera, todo lo contrario. Con el tiempo, la influencia
vasca también se hizo sentir en Cantabria, ¿o no somos conscientes de que en el
siglo XIX, sin ir más lejos, las costas cántabras, especialmente las villas
costeras, fueron "invadidas" fraternalmente por multitud de vascos que
llegaron a buscarse una vida mejor en nuestra tierra, especialmente en los
puertos? Hasta tal punto fue así que la pervivencia de los apellidos vascos
entre cántabros no es hoy día nada desdeñable. Y, para muestra, un botón, mi
bisabuela era de Guernika, y se apellidaba Vizcarolasaga, apellido que se ha
perdido en Euskalherría y que, sin embargo, permanece en Cantabria, ¿no es
admirable?
Y es que los pueblos, los habitantes quiero decir, no han
caído en el mapa desde el cielo y desde tiempos inmemoriales. Al contrario, las
gentes se mueven, se entremezclan y, sobre todo, conviven por encima de las
políticas. ¿Qué será en el futuro de España y de Euskalherría? No debe
importarnos, ni hubo fronteras trazadas por Dios, ni hay divisiones estables
entre los pueblos, pese a los milenaristas de uno y otro lado de la muga. Estoy
convencido de que en el futuro inmediato y postinmediato, mis descendientes
seguirán tomando chiquitos en las Siete Calles de Bilbao y los entrañables
pachis ─entre los que se encontraba mi güelu─ vendrán al Sardinero a tirarse
unos coles. La Historia será lo que cada uno quiere que sea, pero la vida es
así, y la vida es lo real, la comida, los prados, las relaciones humanas, el
amor y la muerte, el resto cuentos chinos.
Dicho lo anterior, que me apetecía soltarlo, ¿qué relación
tenían los cántabros con los autrigones? Dependerá de la época. Unos y otros
fueron compañeros de armas en las legiones romanas, en las huestes de Aníbal,
en cualquier conflicto del Mediterráneo en la segunda edad del hierro, porque
tenían por costumbre vivir como mercenarios, aparte del pillaje a que los dos
pueblos estaban muy hechos.
Incluso llegaron a luchar juntos con Sertorio contra Pompeyo.
En ocasiones cambiaban de bando por eso de que la paga o el rancho era mejor en
uno u otro sitio.
Pero en la época de Augusto estaban enfrentados. Los romanos
habían colonizado a los autrigones, pero también a los caristios y a los
várdulos ─así como Estados Unidos a la Unión Europea─ sobre todo a través de
los amanos, que eran autrigones de la costa, los actuales castreños, y a las
buenas gentes caristias de Oiasso, Oyarzum. Estos puertos naturales sirvieron,
sin duda, como lugares de abastecimiento y de aprovisionamiento de las fuerzas
romanas que intervinieron en Cantabria y que acorralaron en pinza a los
cántabros en Aracilo. Con el tiempo, la fundación de Flavióbriga y la vieja
Oiasso fueron notables municipalidades romanas.
¿Cómo podían estar quietos los cántabros noegos, que veían desde el Buciero abastecerse a los romanos varias radas más hacia el este? El romano y sus aliados autrigones, se preparaban para la guerra. ¿Qué iban a hacer los cántabros, sino hostigar esos preparativos? Pues bien, tales escaramuzas de entorpecimiento fueron tomadas por los invasores como "casus belli", pues el derecho romano, entonces como ahora ─no olvidemos que somos sus herederos culturales─ precisaba una razón, un motivo, y si no se encontraba, se pintaba, pero la guerra debía de ser "justa", increíble eufemismo que aún perdura, para que no se enfurruñaran los dioses. Así se escribió la historia. Bueno, la escribieron los vencedores, aunque, aún podemos legítimamente preguntarnos: ¿acabaron del todo las Guerras Cántabras?
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