¿Dónde estaba el castro del
que hablan las fuentes, esa ciudad a la que se refieren los escritores latinos?
Según Floro, "En
tercer lugar (tras Bérgida y Vindio), el
castro de Aracelium resiste con gran empuje; no obstante fue tomado".
Y, según Orosio, "Después, el castro
de Racilium, aunque resistió con gran fuerza y durante largo tiempo, al fin,
fue tomado y arrasado".
Según Joaquín González Echegaray, "Racilium" y
"Aracilum" son el mismo castro. Orosio escribió en el siglo V, y ya
para entonces el término Aracilum se corrompió en Racilium.
El primero que identificó Aracillum con Aradillos fue el
Padre Flórez, en 1768. Este historiador ha sido siempre un referente para el
estudio del fenómeno cántabro, pues fue el primero que torció la tradicional
interpretación de que los cántabros eran los vascos, el vascocantabrismo. A
partir de sus aportaciones, tal teoría fue descartada en la historiografía,
aunque aún hoy día se pueden ver en las redes gentes que la sostienen cogida de
los pelos. Afirmó también que Iulióbriga estaba en Retortillo, pues eran las
únicas ruinas romanas de la zona en su tiempo, y pasados los años, y los
siglos, su interpretación, hecha a bulto, sigue siendo palabra de dios para la
historiografía oficial, pero de la ubicación de Iulióbriga ya hablaremos en
otro momento.
¿Por qué Aradillos era Aracillum para este notable autor?
Por su parecido fónico. No aportó otro razonamiento.
Más adelante, en 1878, Aureliano Fernández Guerra reafirmó
tal identificación, y en 1940, nada menos que el mítico alemán Adolf Schulten,
ratificó la idea, y su opinión pesaba mucho en la historiografía. Incluso
Eutimio Martino, en 1982, seguía esa línea, y hasta Joaquín González Echegaray
la consideró inapelable (Los Cántabros, página
70).
Esta fue la tesis oficial durante mucho tiempo, basada en
las fuentes y en la similitud fónica entre Aracillum y Aradillos, y sigue
siéndolo, pese a las evidencias de contrario.
El contrapaso científico se encuentra en los trabajos que
Eduardo Peralta realizó en la Espina del Gállego. En más de una ocasión he
sostenido que gracias al trabajo de este investigador se ha producido el hecho
insólito de que la arqueología es más dicharachera sobre el pasado que las
fuentes literarias. Y, el caso de la Espina del Gállego es el paradigma de esta
afirmación.
En el interior de Cantabria, descendiendo ya hacia la costa,
entre San Vicente de Toranzo y Arenas de Iguña, en la cola del Cordal del
Escudo, en el paraje llamado La Espina del Gállego, halló este investigador
─especialista en fotografía aérea y en arqueología de guerra─ las ruinas de un
castro cántabro, en las que había indicios de destrucción violenta y, de una
gran batalla, habida cuenta de la alta densidad de restos militares hallados,
en especial puntas de flecha, tantas que la colección de este yacimiento podría
compararse a la conseguida en Francia, en las ruinas de Alesia.
Las fuentes hablan de una gran batalla, de una gran
resistencia, de un largo asedio, pero Aradillos, por los mínimos residuos arqueológicos
hallados en su territorio no da la talla. De hecho, el mismo Peralta afirmó que
no eran arqueológicos. Espina del Gállego, sin embargo, sostuvo un gran asedio,
largo y constante, esto nadie se ha atrevido a discutirlo.
Por otra parte, según Ramírez Sádaba, el topónimo Aradillos
estaba más relacionado con el participio del verbo "arar", que con una raíz prerromana.
En consecuencia, la gran batalla de Aracillum de que hablan
las fuentes, o es la localizada en la Espina del Gállego, o esta nos muestra el
escenario de un enfrentamiento más, y grande, del que no hablan las fuentes.
¿Qué pensar al respecto? Parece evidente la respuesta:
aplicar el concepto de la "navaja de
Occam", teoría según la cual, la solución más sencilla es la más
probable. De esta manera, la gran batalla de Aracillum, que se produciría tras
la de Bérgida y el exterminio en el monte Vindio, tuvo lugar en el paraje de la
Espina del Gállego, único escenario de una gran batalla en el interior de
Cantabria.
Pero es que, además, cuadran otros elementos, como el
volumen de las fuerzas romanas implicadas y la dirección de avance de las
mismas. Claro, que estos datos sólo pueden obtenerse si se conocen los
conceptos básicos militares por los que se regían los romanos. Sin embargo,
cuando Peralta lanzó su revolucionaria teoría, los togados entre los togados
eran algo ignorantes al respecto, y hay quien sostiene que siguen siéndolo, yo
no lo sé, la verdad, pero entiendo que desde un lado del río la otra orilla se
mire con gran desconfianza.
Lo cierto es que los romanos eran unos maniáticos del
ordenancismo. Ahí radicaba su fuerza, en la disciplina y en el método de
trabajo. Levantaban campamentos tras cada jornada de avance, los disponían de
una manera concreta e invariable, con tantas y cuántas tiendas en cada calle,
con zonas apartadas para las tropas auxiliares, con barracones para los
caballos y para los bastimentos, todo medido, todo meticuloso, todo escrito,
todo organizado.
Los restos de una guerra en la que hubiera participado el
ejército romano darían pistas a los historiadores sobre infinidad de datos como
contingente, composición de las tropas, estructura de las mismas, etc., que, si
no se tiene cabal noticia de la organización militar romana, pasarían
inadvertidas. Y Peralta estudió la ubicación de abundantes campamentos romanos
de los llamados "castra
aestiva", provisionales, repartidos a lo largo del cordal del Escudo.
Este estudio le dio al investigador una clara idea de por
dónde avanzaron las legiones. Demostró que, en efecto, como sostienen las
fuentes, una columna viajó de sur a norte por el Cordal del Escudo, y que otra
subió desde, presumiblemente, la bahía de Santander en dirección al Dobra y
tras esta sierra, hacia Espina del Gállego. Sólo era cuestión de seguir los
rastros dejados por los campamentos romanos para saber quiénes, cuántos, desde
dónde y hacia donde caminaban.
De Santander a la Espina, los campamentos eran únicos,
capaces de agrupar a una legión, pero desde la Espina hacia la meseta, los
campamentos estaban duplicados, lo que daba a entender que si una legión subía
hacia el sur, la otra bajaba hacia el norte, que se encontraron en la Espina
del Gállego, que acabaron con la dura resistencia cántabra de que hablan las
fuentes, en una acción combinada y que, luego, en amor y compaña, se
encaminaron hacia la meseta, rumbo al sur, probablemente hacia Segisama, en
tierra de turmogos.
Por eso, desde la Espina, es decir desde Aracillum, hacia
los altos del Sur, los campamentos están duplicados, para contener uno a la
legión que descendiera en su momento hacia el norte (la de Antistio Veto), y
otro a la legión que subía y marchaba de retirada hacia los comunes cuarteles
de invierno, tras haber vencido a los cántabros en la batalla final de
Aracillum, la desembarcada en lo que luego se llamó Portus Victoriae,
Santander.
Las legiones romanas eran muy suyas. No se mezclaban. No se
hacinaban. Cada una tenía su campamento con sus calles, con sus tiendas, con
sus empalizadas, con su pretorium y sus estandartes. Eso sí, adosados los campamentos
de quienes subían a los campamentos de quienes bajaban. Por eso, es desde la
Espina, la batalla final, cuando las posiblemente dos legiones, ascendieron
juntitas hacia el Sur y, claro, dejaron su rastro al duplicar los campamentos.
Los ejércitos romanos parecían compuestos por caracoles, siempre dejaban rastro
de su paso.
Esta tesis parte de una "evidencia científica": se trata de datos arqueológicos, que
refutan una anterior evidencia y pueden ser contradichos por otra que la mejore.
Evidencia científica no quiere decir certeza. La certeza en ciencia sólo puede
lograrse con la prueba definitiva, y en ciencias humanas es difícil la constatación
final, pero lo que sorprende es que esta emergente "evidencia científica", no es ni admitida ni contemplada por el
mundo académico oficial, ni comentada, pareciera no existir.
En ocasiones me pregunto si estarán esperando la
desaparición física de los científicos que han propugnado esta teoría para
luego, tras hábiles juegos de manos de publicaciones científicas ─papers por aquí, papers por allá y abracadabras─,
elevar la teoría al rango de evidencia, después de, quizá, ¿quién sabe?
apropiársela de alguna manera.
Esto se produciría tras elevar a los altares al padre de la
criatura, pero ello siempre que no fuera posible enviarlo en derechura al
ostracismo y propiciar su "damnatio
memoriae", asunto más que deseable, aunque peliagudo, pues tiene
muchos amigos a los que él conoce, y otros de los que no tiene noticia ─ni
tiene por qué tenerla─, pero que conocen su obra.
Lo anterior no es más que una lucubración, una fantasía
basada en meras sospechas de cántabro apasiegado y de raquero mal encarado. Lucubraciones
justificadas porque nadie que atienda al "cocinu" llega a pensar tanto,
pues su razonamiento quedará siempre restringido al bocado de hoy, a las
vacaciones que vienen, a la nónina, más bien que mal nutrida, y al "cursus honorum" para el que tanto
habrán crecido las esquinas de las lenguas a fuerza de usarlas, dicho sea en
sentido figurado y como mera hipótesis.
Pero si no la inteligencia, sí la inercia oscura es capaz de propugnar esa salida. Espero no ser profeta ─en cualquier caso, yo no lo veré─ pero ya lo dice el refranero: si muere el perro, se acabará la rabia, sólo resta esperar. Se verá.
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