Hemos visto tanta película de apocalipsis con destrucción del mundo y de todas las civilizaciones, que cuando escuchamos hablar de guerra Mundial, guerra nuclear, guerra total, no podemos evitar la imagen del hongo atómico sobre toda la Humanidad. Son muchas las papeletas para tal cosa, pensamos. Y quizá no estemos faltos de razón, pero condición básica de la inteligencia en los tiempos que corren, es dudar de todo.
Es probable que la Historia nos
avise de que no será así y, si tal se confirmase, podríamos dormir tranquilos,
¿verdad? Despertaremos en el mismo planeta y, además, con sensación de que no
ha sucedido nada durante la noche, sólo cruce de misiles aquí o allá. Bueno,
¡ahí me las den todas!
Cuando se piensa lo anterior,
bombardeados como estamos de informaciones apocalípticas, creíbles ninguna y
verosímiles todas, nos relajamos. ¡Ah, bueno!, decimos, ¡el imperio romano
tampoco cayó de golpe!, ¡qué bien!, y nos dedicamos a planificar las vacaciones
del inminente verano.
Pero, amigos, pienso que esta
solución puede ser peor que la del colapso, que la del apocalipsis total.
Porque ver difuminarse en el aire las carnes del vecino acariciadas por las
bombas, a la espera de que nos toque el turno, colapsando de a poquitos, como
dicen los argentinos, puede ser, ciertamente, doloroso.
Pero, vamos a Roma.
Si nos fiamos de los historiadores,
durante los 180 primeros años del imperio, los emperadores de las épocas
doradas fueron buenos gobernantes y Roma alcanzó su máximo esplendor, pero a
partir del 117, cuando reinaba Adriano, ya se comienza a hablar de crisis
institucional.
Muy dilatado el tiempo de crisis,
pues el Imperio duraría aún 300 años más en Occidente, y más de mil años de
propina en Oriente. ¿Qué sucedía?, ¿vivían en crisis permanente? Si es cierto
que la vida humana siempre supone sufrimiento, podría serlo también que la vida
de las civilizaciones, tuviera como naturales las traumáticas y permanentes
crisis sociales de que se nos habla?
Pero es más probable que los
historiadores actuales, hartos de analizar procesos, no bajen a lo cotidiano,
al estudio de la vida material de las gentes del Imperio, que no notaban tales
crisis ni diferencias. Entre un paisano de abajo ─la absoluta e inmensa mayoría
de la población─ y las élites que son las estudiadas preferentemente por la
Historia, había ─y hay─ una diferencia cósmica.
Por eso, conviene poner en
entredicho el concepto de "crisis permanente" del Imperio. Un paisano
del reinado de Tiberio no vivía mejor ni peor que otro de la época de
Caracalla. Sus existencias serían igual de perras y arrastrarían sus cuerpos
entre el fango del mismo, invariable, vulgo.
Tengamos en cuenta que los romanos
vivían del botín, de los esclavos capturados y del reparto de tierras. Mientras
hubiera riquezas que capturar, vencidos que esclavizar y tierras de las que
apropiarse, no habría problema. Este surgió cuando las legiones llegaron a los
confines del imperio, más allá del cual estaban los grandes bosques improductivos
de Germania, las estepas pónticas y los desiertos iranianos y africanos, con
pueblos inconquistables como los germanos, los hunos y los persas. Se les
acababa el botín y se les acababa el momio.
Todas las crisis se resolvieron en
la búsqueda de nuevas formas para que no se agotase el flujo de oro, de
esclavos y de tierras. ¿No es la tecnología actual el resultado de una búsqueda
febril por aumentar el beneficio empresarial?, ¿y no es esta búsqueda del
beneficio la máquina que hace moverse a la historia oficial?
La presión fiscal se agigantó en el
Imperio Romano, pues cuando el mundo se enpequeñeció ─¿se globalizó?─ los
veteranos no cobrarían ya en tierras, como los vencedores por ejemplo de los
astures y cántabros, a los que se les regaló toda una ciudad, Emérita Augusta.
Así, a partir del año 150 más o menos, los legionarios fueron pagados con
dinerito contante y sonante sacado del bolsillo del infeliz productor. ¿Quién
paga hoy el gasto militar?
Pese a lo que pueda parecer, cuando
los historiadores nos relatan las peripecias de los diversos emperadores, que
se mataban entre sí, un reinado sí y al otro también, las fuerzas armadas
romanas fueron temibles hasta, casi, el final de los tiempos del imperio de
Occidente, al menos hasta el reinado terminal de Honorio, hacia el 400, que
pudo aún frenar el avance de los hunos. ¿No sigue siendo hoy portentosos los
ejércitos USA e israelita?
Claro que las legiones de los
primeros tiempos estaban compuestas por ciudadanos y las tropas de los últimos
por mercenarios, o al menos gentes a sueldo. ¿Y quiénes integran los ejércitos
occidentales en la actualidad?, ¿cuántos sudamericanos hay hoy en el ejército
español, sin ir más lejos?
En las diversas esquinas del Imperio
se producían lo que ellos llamaban TUMULTUM, es decir, algaradas, pero no solían inspirar tomas de poder. Las revueltas
de esclavos eran las más pavorosas, y fueron reprimidas con extremada dureza,
con crucifixiones a lo largo de vías públicas, como en el caso de Espartaco, o
de cordales montañosos, como en el caso del Dulla, en las Guerras Cántabras,
tras la última gran rebelión del año 19 ANE, cuando los esclavos cántabros
capturados mataron a sus amos y regresaron a la tierra para incendiarla con su
furia ─aunque dicen que aún hubo otra en el 16 ANE─. Pero, ¿en qué quedaban
todas esas revueltas, siempre parciales, nunca dirigidas por toda una clase
social por el simple hecho de que estas no existían? En nada, en baños de
sangre popular.
Ahora sucede lo mismo. Un año
explotan los inmigrantes en París, otro los negros en USA, uno los
independentistas de tal región de Europa, otro son notables las algaradas en el
norte de África (primavera árabe) y al día de hoy tomamos el desayuno
conmovidos por las grandes movilizaciones en Los Ángeles y en toda USA. ¿Van a
algún mar estos ríos de protesta, sin una dirección concreta y nítida? Son como
los múltiples TUMULTUM de la antigua Roma, no como dice alguno
"insurrecciones", porque estas implican un plan para la toma del
poder. Las que vemos hoy día no pasan de pataletas de las masas desangradas que
el poder sabe muy bien controlar.
Pero, al final, el Imperio Romano
cayó. ¿De golpe? No parece, sino poco a poco, se fue muriendo, no fue muerte
súbita ni infarto irreparable, ni cáncer fulminante, ni conflicto nuclear, sino
un colapso progresivo de todas las instituciones, de todos los territorios, una
acumulación de malos humores, de descompensaciones hormonales, de atoramiento
de funciones orgánicas, vamos, una muerte lenta. No hubo una generación que pudiera
dejar escrito en roca viva: ¡Los de esta quinta vimos el fin del mundo!
Por desgracia, eso que sucedió y
que, presumiblemente sucederá también ahora, la muerte progresiva, es más una
maldición que un consuelo. No habrá un final para todos los países, sino para
uno este año, para otro al siguiente. Estos genocidios parciales tendrán un
perfil más o menos apocalíptico ─o en extremo duro, pues bajo las sofisticadas
bombas todo es alfeñique─, incluso podrán usarse armas tácticas nucleares, ¿por
qué no?, pero siempre hablaremos de guerras parciales, no mundiales sino
plurinacionales y, a ser posible, sin ocupación del terreno, gracias a la
sofisticada potencia de fuego actual del Imperio.
¿Invadir a los persas? Nadie lo
logró jamás desde Alejandro. La ocupación material del terreno, que eso es en
lo que consiste la GUERRA TOTAL, no interesa a nadie. Es preferible la política
militar del S.A. que se enseña en las universidades militares norteamericanas e
israelíes: SHOCK ANA AWE, conmoción y pasmo, gracias a la cual se anula la
capacidad de reacción enemiga, o esa otra también muy impactante: A.R.D,
Archieving Rapid Dominance, "alcanzar el dominio rápidamente". Ya
sabemos que el primer experimento de esta doctrina estratégica se produjo en
Hiroshima.
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