lunes, 12 de mayo de 2025

TIEMPOS DEL HIERRO. EL DRUIDA VIAJERO Y SU BURRO

 

Ahí va un poco de lo que se da en llamar SPOILER, y que a mí no me molesta. Nunca entendí eso de “no hacer spoiler”. Pobre de la obra literaria que no soporte que se la destripe. De verdad, el lector que no aguante un spoiler, que vea cine, ganará tiempo, se aburrirá menos y no dará la lata con sus manías.

En el Tomo 2 de “Cantábrica”, en “Tiempos del Hierro”, Turo es un druida viajero que recorre Cantabria durante los años anteriores a las Guerras Cántabras con una prédica: la necesidad de armarse frente al enemigo que viene, que viene, que ya está aquí. Turo es un trasunto del Olíndico celtibérico que anunciaba la inminente lucha contra Roma.

Llega desde tierra de turmogos, desde Segisama, como dos años después lo harían las legiones de Augusto. Alcanza Amaya y Ulaña, sigue por los castros del sur (Vellica, Bérgida, Cabezas Cortadas —Las Rabas—, Briga —Iuliobriga/Camesa Rebolledo) y termina zigzagueando por los once castros del cauce del río Híjar, en los que se implica en la creación de una federación defensiva. Esta idea de la “federación” sobrevuela toda la novela, pues estamos convencidos de que los cántabros no estaban tan desunidos como se quiere hacer creer.

Los habitantes de los castros lo esperarán ansiosos y él narrará leyendas compartidas por todos los “populii”, curará a los enfermos y se enfrentará a pequeñas tramas individuales. Cada castro es un capítulo.

Cada capítulo se inicia con una entradilla descriptiva de la situación del castro en cuestión tal y como se encuentra hoy, su emplazamiento y las personas que lo descubrieron y lo trabajaron. A esta sigue el relato poético. Unimos así literatura con geografía.

Se encamina luego por el Cordal del Escudo y desciende desde el que se llamará Castro de Vilga (El Cincho) hasta Aracilo (Espina del Gállego), atravesará la Sierra de los Hombres y sus castros, visitará el Dobra y termina en el Cincho de Santillana.

Tras este descenso a la costa, se dirige hacia el este por los castros de las tierras del norte (Trasmiera, Voto) hasta internarse en tierra autrigona y llegar a Sámano, en Castro Urdiales, desde donde retorna al Solar Cántabro y subirá, de nuevo hacia la meseta.

Se detiene en el Abrigo del Puyo, visita, entre otros, los castros de La Maza, de Brizuela y pasa delante de lo que será escenario final de las Guerras Cántabras: El Dulla.

Desde la zona de Puentedey, en Burgos, sigue paralelo a la cordillera por el sur, visita Camarica (La Loma) El Otero, etc. y llega a Vadinia, en Riaño y desde aquí se adentra en territorio concano, que se sitúa a caballo entre Liébana y Asturias, recorre los castros lebaniegos y termina en Concana, Cangas. En la Cova de Onga contempla entre visiones el nacimiento del mundo.

Se interna luego en territorio astur, pues en la Epopeya se parte de un hermanamiento total entre cántabros y astures. No olvidemos que la división entre ambos pueblos fue cosa de los romanos —y como buenos romanizados que somos nos lo creemos a pies juntillas— pero en la práctica debían de ser la misma cosa.

Llega a Paelontio, Infiesto, y sigue hacia el cordal de La Carisa, donde en un lugar indeterminado, se sitúa el castro que se llama en la ficción “La Cuna de Lug”, desde donde desciende sobre Noega, Gijón.

Por la costa astur llega hasta Caravia, en territorio orgenomesco, se desliza por ella y toca Jarri (Llanes), pasa cerca de Apleca (San Vicente), saluda a las gentes del castro de Prellezo,  visita la mítica cueva de la Busta y termina en el embarcadero de Cantiles, cerca de lo que luego será el Portus Blendium, desde donde se embarca hacia Aquitania.

Este recorrido de serpentina supone la visita de setenta lugares, la mayoría castros y la narración de unas cien historias míticas, en una larga novela de viajes, de relatos y de costumbres que puede empezar a leerse desde donde se quiera. Esta es una de sus virtudes.

Junto a Turo, que debe su nombre a la escuela druídica en la que se formó, en los confines de Celtiberia (Peñalva de Villastar), caminará otro anciano, compañero eterno: Hércules, un burro al que se le termina entendiendo cada vez que rebuzna, animal en extremo inteligente.

Esta parte de la Epopeya es, como si dijéramos, una puesta en escena del completo y cerrado edificio mitológico que en otras partes de “Cantábrica” se levanta, una parte práctica de toda una fortaleza teórica.

Ciertos puristas resabiados podrán decir que alguno de los castros visitados (estoy pensando en El Hacha, de Laredo o en Retorín de Seña) no pertenecen a la Segunda Edad del Hierro.

Pudiera ser que haya algo de verdad en tal afirmación, pero también es cierto que, mientras no se demuestre lo contrario, podrían pertenecer a esa época.

En una tierra en la que las excavaciones arqueológicas sobre aquellos tiempos organizadas, pagadas y fomentadas por quienes han de guardar del patrimonio son tan extravagantes como lo sería Bill Gates fichando por el trotskismo, nadie tiene derecho a prodigarse en censuras. ¿No son todas del Segundo Hierro, de cuando llegaron los romanos?... Bueno, nadie pretende batirse por tal asunto, pero demuestren los críticos que eran de tiempos anteriores.

De hecho, en la publicación de la UNICAN “La Historia frente al Mito” —bien poco sospechosa de simpatizar con los arqueólogos “free lance” que tanto hacen por la historia antigua— se sostiene indirectamente esto que decimos aquí: que las dataciones están en mantillas, e indirectamente también,  se reconoce el indiscutible mérito de los arqueólogos a los que tan injustamente se pretende criticar con notable torpeza encubierta.

En fin, cada uno de esos castros concretos y el conjunto del segundo tomo, “Tiempos del Hierro”, es un homenaje a la labor no retribuida del ya recio grupo de arqueólogos que trabaja la historia de Cantabria con las uñas, muchas veces a expensas de su patrimonio, y siempre a costa de sus espaldas.

En esta Epopeya se rompen lanzas literarias en su favor:

¡Va por ellos!





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