La
intervención de la masa forestal en la TEOMAQUIA, la lucha final entre los dos
bandos de dioses, tiene una acrisolada raíz en la poética celta. Proviene del
Romance de Tialesin y se titula Gad Goddeu. Robert Graves, en su obra La Diosa
Blanca, hace una bella transcripción de ese poema, joya de la literatura
medieval galesa.
También
en Cantábrica se trabaja la idea. En la remota y legendaria guerra entre la Luz
y la Oscuridad, en las cercanías de la Cueva de Onga, donde se creó el mundo,
se enfrentan los ejércitos de los dioses luminosos, dirigidos por Dis Pater, y
el de los dioses oscuros, los gentiles y los fomouros, dirigidos por Airón. En
el Tomo 3, “Guerras Cántabras y Metamorfosis” se canta a la intervención del
bosque en la batalla, a la página 330. DICE ASÍ:
«A
la cabeza marchaban los fresnos sagrados, habitantes de las brañas, seguidos de
los arces de ramas trituradoras y de los tilos con hojas pequeñas o grandes
terminadas en punta que arrojaban a los fomouros convertidas en flechas
lacerantes. Tras ellos venían los olmos de las montañas, escasos pero
aguerridos, junto con los abedules de frutos alados y los alisos negros, tan
numerosos en las riberas de los ríos. Luego asomaban sus testas achaparradas
los tejos verdes, retorcidos, de hojas lanceadas y venenosas, que arrojaban su certera carga
como diminutos dardos que se clavaban en las carnes trastocadas de los
monstruos y el veneno corría por sus venas hasta los corazones, y estos dejaban
de latir al instante. Los seguían los pinos y los acebos y los castaños de rico
fruto, quienes agarrotaban cuellos con sus ramas y pisaban cuerpos con sus
raíces, mientras los chopos temblones aplaudían. Tras ellos, los robles, junto
con las encinas, llevaban el peso de la lucha, eran los grandes líderes de la
floresta, los árboles que amamantaron los espíritus de los druidas. Daba la
familia de los robus ejemplo a los demás componentes del ejército forestal,
pues no cesaban en su labor de gigantes
laceradores, trituradores, aplanadores. Corriendo entre las raíces de unos y
otros, los bardales, quienes con gran inteligencia cortaban la retirada de los
aterrados fomouros que huían en todas las direcciones. Por último, las ramas de
mandrágora, saltando de árbol en árbol, se enroscaban, junto con su hermana la
yedra, en los cuellos de los generales gentiles. La victoria estaba decidida.»
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