domingo, 18 de mayo de 2025

DEVA, LA DIOSA FORTUNA Y LA TOPONIMIA

 


Deva, en celta significa DIOSA. Es uno de los términos menos discutibles de los restos de la cultura de los pueblos de montañeses, los astures y los cántabros.

            En la toponimia de esos territorios hay numerosas manifestaciones de tal deidad. Así, en la actual Cantabria consta el río Deva y un homónimo en Guipúzcoa, en otros tiempos territorio várdulo, también celta. En Asturias tenemos un monte Deva cerca de Gijón, una isla Deva en la costa y el río que nace en Covadonga también se llama Deva. En Galicia dos afluentes del Miño son Deva, y dos localidades Deva, en Coreixedo y en Ourense.

            Este personaje mitológico era una de las múltiples herederas de la DIOSA MADRE. Sabido es que las diosas relacionadas con la tierra, preindoeuropeas, fueron suprimidas, relegadas o sometidas tras la llegada de los indoeuropeos, de los yamna y de otros pueblos de la estepa que dieron lugar, con el tiempo, a los celtas, a los germanos, a los ítalos y a varios más.

            Entre los ítalos, de los que surgieron los romanos, una deidad ocupaba el puesto de la Diosa Madre, la que llamaron FORTUNA. Con el tiempo, y como asimilación con la diosa griega TYCHÉ, se le encomendaron funciones relacionadas con el FATO, con el destino de los humanos, tanto bueno como perjudicial, con lo escrito. Terminó siendo la representación divina de una idea abstracta, y pasó a la condición de númen, de deidad secundaria, sin historia directa con la vida de los hombres, como una mera metáfora, una mera personificación de una idea. Avanzada la República, a consecuencia de la influencia griega, Fortuna se convirtió en la diosa de la SUERTE y del AZAR.

Sin embargo, no fue así en un principio. Según la profesora María D. Gallardo, de la Universidad Complutense (Antigüedades Cristianas 2003, pgs. 47-64) la diosa Fortuna de los Ítalos tenía una fuerte raigambre entre su pueblo, como madre fundadora.

Así, la Fortuna de Preneste era deidad de las profundidades, relacionada con las aguas y con funciones oraculares, en la que se daba la contradicción de ser, a la vez madre e hija de Júpiter, como ciertas deidades indias, también indoeuropeas, que cumplían tan extraña duplicidad.

Las Fortunas de Ancio eran dos diosas en una, con estatuas en las que se reflejaban las figuras de ambas, una especie de deidad siamesa cuyas componentes cumplían una la función guerrera de protección de la tierra, y otra la nutricia.

La Fortuna de Roma fue introducida por el rey  Servio Tulio, tenía origen etrusco y no sólo no era un númen etéreo, sino que hasta tuvo relaciones sexuales, según la leyenda, con el mismo rey Servio, una manifestación del “ierosgamós”, del matrimonio sagrado mediante el cual la antigua diosa, acostándose con el monarca, le otorgaba la soberanía.

Con el tiempo la diosa Fortuna, antes de caer en la condición de mero númen de los bosques, de diosa de segunda categoría, se desdobló en dos: FORTUNA VIRGO, para las jóvenes y FORTUNA MILIEBRIS para las casadas. Y también hubo una diosa FORTUNA BARBATA para los muchachos jóvenes y una FORTUNA VIRILIS, protectora de los jóvenes que accedían a la condición de hombres tras alcanzar la toga praetexta. Era, pues, una diosa protectora con funciones relacionadas con la reproducción, los sexos y las diversas edades del hombre.

Su relación  con el dominio del futuro, lo que luego la derivó hacia la idea griega de Tyché, está relacionada con que ella se digna entregar a los reyes la bendición de su destino en el acto sexual que les otorga la soberanía. Este acto supone la “entrega” del futuro, el regalo del destino real, está escrito, consta en las profecías. Por extensión, avanzando la helenización, el “futuro”, diseñado por los dioses, se convirtió en fato, hado, y fue entregado a cada ser humano y la diosa pasó a ser mera dadora, asignadora, repartidora del destino.

Lo que aquí se quiere resaltar es el hecho de que la Diosa Fortuna era para los romanos una divinidad antigua, de las profundidades, de los ríos, oracular, protectora del territorio, dadora de soberanía y provisoria. Era una manifestación de la Diosa Madre, o una heredera de la mayoría de sus funciones, justo como la diosa DEVA de los celtas, o como la CIBELES de origen asiático, diosas todas supervivientes de la llegada de los dioses masculinos de la estepa, los dioses que portaban en sus carros los guerreros pertenecientes a una férrea estructura patriarcal, que acabaron con los hombres y se apropiaron de las mujeres, diosas que estas llevaron a los matrimonios forzados que crearon las culturas de Europa y que no pudieron ser erradicadas (recordemos el mítico rapto de las Sabinas).

Las diosas preindoeuropeas siguieron, sin duda, el camino de sometimiento de las mujeres. Las innumerables advocaciones marianas son, hoy día, las últimas herederas de aquellas diosas femeninas, de la tierra, de los ríos, de las profundidades que no pudieron ser extinguidas. Admirable la capacidad camaleónica de la Diosa.

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