lunes, 5 de mayo de 2025

CABEZAS Y MANOS CORTADAS

 

 

No cortaban las cabezas del enemigo y las colgaban del cuello de su caballo por crueldad. No cortaban sus manos y se las echaban al cincho por sadismo. Eran sus profundas convicciones religiosas las que les llevaban a perpetrar tales actos.

         ¡A ver cómo explico esto en formato divulgativo!... Se avisa de que las imágenes que siguen pueden poner los pelos de punta.

         El hombre de las montañas era profundamente religioso. ¿Cuáles eran las creencias que los obligaban a comportamientos tan extremos?, porque para nosotros cortar las cabezas y las manos de los semejantes es todo un crimen. El ganster de moral abotagada puede matar a un inocente, pero cortarle la cabeza y las manos es cosa de las peores mafias y sólo a fin de aterrorizar al enemigo. ¿Era esta la razón de los celtas, o mejor de los celtizados cántabros y astures?

No, perseguían el aprovechamiento místico de la fuerza del difunto.

         Para ellos, el más allá era un lugar tan real como el mundo palpable. Estaba ubicado en algún territorio del oeste (de ahí las oraciones al Sol de los Muertos), generalmente identificado con unas Islas lejanas de poniente. Lo llamaban El Sid.

Además en ese deseado lugar los difuntos se reencarnaban en unos cuerpos nuevos, jóvenes y fuertes y vivían haciendo lo que más les gustaba, sobre todo guerrear con Lug contra la Oscuridad hasta el fin de los tiempos. Para ellos era el premio entre los premios el llegar a formar parte, tras su muerte, de la Gran Cabalgada del dios tuerto.

         Pero, para alcanzar el Sid eran precisas ciertas condiciones: la primera morir, la segunda que el alma se liberase del envoltorio corporal y tercera, encontrar el camino.

Tarde o temprano el alma del difunto terminaría en el Sid. Para ello requería que una divinidad hiciera de guía, y si en vida había ofendido gravemente a los dioses, estos le daban la espalda tras su muerte y no querían saber nada de ellos. Pero, ya digo, al final llegaban todos porque el más allá celta no se basaba en la retribución de las buenas o malas acciones, como es el caso del cristiano; o en el nihilismo gris, como entre los grecorromanos con su Asfódelos, sino en el ideal último de vida sin rencores tras la muerte. Nosotros decimos: al final, todos calvos. Ellos decían: al final, todos reencarnados y felices. Felices aunque no iguales, pues las diferencias se mantenían en la otra vida, ya que el señor seguía siéndolo y al siervo no le quedaba otra que obedecer a su señor natural hasta el fin de los tiempos pero, eso sí, sin rencores ni malquerencias, vamos que con mucha capacidad de resiliencia.

En otras palabras, era un chollo morir, sobre todo peleando, porque el guerrero muerto en combate, la mejor de las muertes, iba directo al Sid, llevada su alma en el pico de los buitres.

Lo normal era que estos héroes fueran nobles, del estamento de los guerreros, pero los hombres normales, los de la gran masa de menestrales y sirvientes, tenían la oportunidad de alcanzar el Sid como héroes y lograr el equiparamiento con las élites tras una muerte gloriosa. Porque la sociedad celta no era igualitaria, florida e idílica, ni mucho menos; más bien, todo lo contrario.

Los pertenecientes a la gran masa y las mujeres, eran incinerados, pero esto no gustaba mucho, no era la buena muerte del guerrero, a la que todos ambicionaban.

Lo cierto es que las élites guerreras, al menos, no temían a la muerte. Tampoco los miembros de los estamentos bajos, pues la muerte gloriosa podía suponer la promoción social de toda una familia.

Por eso los norteños eran tan valientes. Por eso, algunos guerreros viejos que no tuvieron la suerte de fallecer durante su vida de combates, por ser hábiles o afortunados, ingerían tejo, pues esta muerte estaba equiparada a la violenta en combate y entraban también en el Sid, donde tenían derecho a estar tras una vida de merecimientos no acompañados de buena suerte por seguir vivos pese a todo.

         ¿Pero, dónde estaba el alma del muerto? Los buitres la encontraban en la cabeza, en algún lugar del cerebro. Por eso picaban los ojos primero, para desde ahí alcanzar el espíritu del difunto, tomarlo y llevarlo al Sid, donde se generaría todo el proceso de reencarnación y felicidad permanente.

         ¿Qué hacer con un enemigo muerto en combate? Pues se le cortaba la cabeza para que no tuviera posibilidad su alma de emigrar al Sid.

¿Lo hacían por crueldad? No, sólo por interés. Creían que si guardaban cerca de sí el alma del enemigo vencido en combate, este quedaría obligado a ayudar al vencedor —mediante su neuma, el aliento o las capacidades mágicas e invisibles de los espíritus errantes— en la búsqueda de una buena muerte en combate para que los buitres lo llevaran al Sid por la vía recta. Vamos, que cortar la cabeza del enemigo era una apropiación de por vida de sus capacidades mágicas, todo un capital de inversión generador de prestigio social y de riqueza. El difunto se avenía a ayudar al vencedor, pues sólo cuando este entrase en el Sid lo haría él también.

Por eso, cuando se veían próximos a ser derrotados —si tenían oportunidad—, cortaban las cabezas de sus camaradas muertos para que no cayeran en poder del enemigo, de manera que quedasen liberados de tan humillante colaboración. Las llevaban a su castro y las exponían a los buitres.

¿Y las manos? ¿Por qué las cortaban? Para evitar que sus almas pudieran entrar con ellas en el Sid si, de alguna manera, escapaban de su encierro craneal, porque en tan bélico lugar no se admitía a los guerreros mutilados que no pudieran portar armas. Por eso, cortarles las manos era un mensaje al alma del vencido: «ahora, majo, no podrás escapar a tu destino, me tendrás que ayudar a mí y facilitar mi muerte en combate quieras o no, porque ni manos tienes para llegar al Sid en caso de que escapes, ¡toma ya!».

En el fondo, la decapitación era un acto de alta crueldad, pero no en el sentido que hoy lo tomamos. Eran intereses religiosos, no sadismo y voluntad de aterrar, pues el pánico no hacía mella en los celtas, al menos en teoría.

         En el castro de Las Rabas, en Celada Merlantes, los arqueólogos hallaron una cabeza cerca del foso donde se ubicaría el portón, con un agujero que indicaba a los estudiosos que  en su día había sido expuesta en una pica. Resulta que este castro no tenía altura, sino que se encontraba en llano casi, por  lo que sería preciso amedrentar a los visitantes con las malas pulgas de los habitantes y exhibirían no una sino varias cabezas pinchadas en lanzas. Porque, por muy religioso que fuese el motivo de la decapitación, impresionaba a los paisanos de la época, igual que nos estremece a nosotros.

         En la ficción de «Cantábrica», como no teníamos nombre indígena que aplicar al castro de las Rabas, lo denominamos «El Castro de las Cabezas Cortadas».

         Alguien dirá que todo lo dicho se refiere a los guerreros, sí; a los hombres, vale; pero ¿y las mujeres?, preguntará, ¿llegaban al Sid? Claro, responderemos, ¿qué sería un paraíso para el guerrero sin mujeres? Alguna lo haría como ellos, peleando, pero más bien pocas porque eso de las chicas combatientes, aunque era posible, no pasaba de residual.

Entonces, ¿a qué aspiraban ellas?... Pues a llegar al Sid sin más, cuando les tocara en suerte, incineraditas como los no guerreros. ¿Y no se rebelaban? Pues no, aceptaban su condición de transmisoras y defensoras a ultranza de la religión patriarcal, guerrera y machista —como diríamos hoy— de su gente. Las cosas como fueron, no como querríamos que hubieran sido.

Para terminar, estas costumbres estaban más que vivas entre los preceltas, los descendientes de los yamna esteparios, como es el caso de los astures, cántabros, vacceos, turmogos, autrigones, etc, más arraigadas decimos que entre los celtíberos —celtas puros que se instalaron en la cuenca del Ebro y en la Meseta varios siglos antes de la llegada de los romanos—. Estos tenían tales creencias  un poco olvidadas, porque los señores de las culturas Hallstat y Tene estaban más civilizados, pero sus religiones se basaban en los mismos fundamentos guerreros, heredados de sus antepasados esteparios comunes con los pueblos antiguos del norte y oeste de la Península. Seguro que les encantó recuperar viejas tradiciones.


Aviso: se dan por reproducidas las advertencias anti-plagio de anteriores inserciones.


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