Eran muy brutos. Seguramente por eso los romanos, nuestros antepasados culturales, estaban convencidos de que debían ser conquistados, para traer la civilización a cambio de llevarse las riquezas, piedrolas más o menos raras, pues Roma —que se sentía víctima de todos por haber llevado durante tanto tiempo el peso de la Humanidad— de algo tenía que vivir.
Sin
duda eran muy brutos porque uno de los más consolidados castigos del mundo
celta era la triple muerte del condenado. Es decir, que para determinados
delitos no bastaba con ejecutar al reo una vez, sino que se requerían tres
muertes. Y era normal, pues los dioses exigían cada uno su parte del castigo.
Así,
Tautates, más conocido como Tutatis por los asterixófagos, reclamaba que los
pulmones del condenado no volvieran a recibir aire, pues lo había contaminado
con su comportamiento. Esus exigía beberse la sangre del malvado para alimentar
su furia combativa y que aprovechara de algo. Finalmente, Taranis debía de ser
satisfecho con su manjar preferido, el humo de la carne chamuscada para
compensarlo del hedor del crimen cometido.
Total,
que era preciso estrangular al criminal primero, asaetearlo después, para
terminar con él chamuscado. El orden del castigo y la modalidad de muerte solía
variar.
Con
la primera de estas bromas el condenado fallecía, estaba claro, pero era
preciso cumplir el rito de las otras dos para que no se enfurruñaran los
dioses. Era malo si lo condenaban a ser desangrado primero, claro, un poco
fuerte, vamos, como una crucifixión. El que luego, ya fiambre, lo empalaran, lo
quemaran metido en un bocadillo de paja o lo estrangularan, al reo no le
importaba demasiado, pero el rito era el rito.
Las
combinaciones mortales podían ser muy variadas: ahogar en una tinaja, degollar
y asar en una parrilla; asaetear, apedrear y arrojar al agua, descuartizamientos,
etc., toda un campo virgen para la
imaginación vengativa de la justicia de aquella lejana edad del hierro.
Se trataba,
sin embargo, penas aplicables sólo a crímenes un tanto fuertes como la traición
o la cobardía en combate. Y eran tres penas porque tres eran los bienes morales
conculcados por los grandes delincuentes: el respeto debido a los que tenían
mando —violación de la función regente—, el respeto debido a los dioses de la
guerra —violación de la función guerrera— y el respeto debido al bienestar de
las gentes —violación de la función provisoria—. Porque la sociedad celta
estaba dividida en tres estamentos: los reyes o coros los primeros, los
guerreros los segundos y, en tercer lugar los artesanos y demás población. Tres
eran también las funciones de esos estamentos: la de regencia, la de protección
y la de proveer al mantenimiento de la comunidad. Y también tres los grupos
sociales: los jefes, los guerreros y los menestrales, que eran los que trabajaban
por todos los demás.
Por
ejemplo, un político que pactara con una potencia extranjera a cambio de unos
dinerillos —y quien dice potencia extranjera y dinerillos puede decir
corruptelas varias— podría ser condenado a la triple muerte por violar la
autoridad del jefe, por reírse de los guerreros que habían muerto combatiendo
contra esos con los que pactaba y por haber quitado el pan de la boca de los pobretes.
Bonito, ¿verdad?, triple muerte. Sin duda se lo pensarían antes de aceptar
sobres o recompensas inmateriales. ¿Nos enseña algo el pasado? Sin duda, toda leyenda
esconde su moraleja.
Pero sí, fue la de la triple muerte una
costumbre arraigada en todo el mundo celta, en Celtiberia en particular y en el
Solar Cántabro también por estar este integrado en el ámbito general celtíbero,
bien a título de celtas o de celtizados.
De
hecho, el primero que nos habla de ese tipo de ejecuciones es un hispano,
Lucano, sobrinísimo de Séneca. Pero es que también afirma que en su tiempo
estaba aún vigente la costumbre el bueno de Lactancio, romano del siglo quinto,
cristiano entre los cristianos; e incluso en
la Edad Media subsistía este tipo de ejecuciones, como lo demuestra la
obra “El hijo del rey Alcaraz”, del Libro del Buen Amor, cuyo protagonista
murió varias veces con extrema crueldad. Hasta en el santoral hay recuerdos de benditos
de Dios a los que les hicieron de todo los malvados paganos, como el caso de
Santa Marina, mártir de Bayona.
También
la arqueología ha tenido este tema entre sus manos y sus piquetas. Así, ya en
el siglo XIX aparecieron en turberas de Inglaterra y de Alemania paisanos
arrojados a las aguas y triplemente muertos, como el hombre de Lindow, cerca de
Mánchester, quien primero recibió varios golpes fuertes con un hacha que le
rompieron el cráneo; después, fue estrangulado con un cordel de tripa por medio
de un nudo corredizo apretado al cuello y, a continuación, recibió una herida
incisiva, probablemente con un cuchillo, a modo de degüello, para, finalmente,
ser arrojado al agua de la turbera. Este desgraciado debía de ser miembro de la
nobleza a juzgar por lo bien cuidadas que tenía las uñas de las manos.
En
fin, era un rito ancestral de los señores celtas y, seguramente pancéltico. Sobre
este asunto trabaja con buena letra el profesor Martín Almagro Gorbea en su obra
“El rito de la triple muerte en la Hispania céltica”.
En
“Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro” este tipo de ejecuciones
aparece en varios apartados: en un sacrificio llevado a cabo en el Castro
Pepín, al que cambiamos el nombre por el
de Castro de la Atalaya, más literario, y en otras escenas de Guerras
Cántabras, como cuando un destacamento romano que iba a cobrar su impuesto en
trigo terminó con todos sus miembros colgaditos de los árboles y con las
plantas de los pies abiertas para dar de beber a Deva... ¡Qué brutos!
¿O
no?, ¿o eran historias de romanos para justificar la entrada a saco en tierras
de bárbaros a fin de arramblar con todo lo utilizable?, ¿propaganda de guerra,
como en la actualidad, como la consolidada tendencia a la ficción periodística que
se inició con la fake de Timisoara,
en Rumanía, novedoso mecanismo justificativo de la guerra, auténticos “casus
belli” mediáticos?
¡Vaya
usted a saber! Lo cierto es que Lucano, Lactancio y el Arciprestre hablaban de
ello y en tiempos tirando ya a cercanos, cuando se suponía que todos estos
celtas, portadores de calzones como decía algún romano chistoso, estaban ya
cristianizados como dios manda... En fin, misterios de la historia y de los
ritos que en “Cantábrica” recreamos.
AVISO... El anterior texto
no pertenece a “Cantábrica. La Gran
Epopeya del Solar Cántabro”, sino que refunde, comenta y explica en formato
divulgativo algunos de sus contenidos.
También se quiere hacer
constar que este texto está protegido por DERECHOS DE AUTOR, y que
periódicamente, gracias a la IA, hacemos barridos en la Red para detectar
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