miércoles, 9 de abril de 2025

LA TRIPLE MUERTE

 



Eran muy brutos. Seguramente por eso los romanos, nuestros antepasados culturales, estaban convencidos de que debían ser conquistados, para traer la civilización a cambio de llevarse las riquezas, piedrolas más o menos raras, pues Roma —que se sentía víctima de todos por haber llevado durante tanto tiempo el peso de la Humanidad— de algo tenía que vivir.

Sin duda eran muy brutos porque uno de los más consolidados castigos del mundo celta era la triple muerte del condenado. Es decir, que para determinados delitos no bastaba con ejecutar al reo una vez, sino que se requerían tres muertes. Y era normal, pues los dioses exigían cada uno su parte del castigo.

Así, Tautates, más conocido como Tutatis por los asterixófagos, reclamaba que los pulmones del condenado no volvieran a recibir aire, pues lo había contaminado con su comportamiento. Esus exigía beberse la sangre del malvado para alimentar su furia combativa y que aprovechara de algo. Finalmente, Taranis debía de ser satisfecho con su manjar preferido, el humo de la carne chamuscada para compensarlo del hedor del crimen cometido.

Total, que era preciso estrangular al criminal primero, asaetearlo después, para terminar con él chamuscado. El orden del castigo y la modalidad de muerte solía variar.

Con la primera de estas bromas el condenado fallecía, estaba claro, pero era preciso cumplir el rito de las otras dos para que no se enfurruñaran los dioses. Era malo si lo condenaban a ser desangrado primero, claro, un poco fuerte, vamos, como una crucifixión. El que luego, ya fiambre, lo empalaran, lo quemaran metido en un bocadillo de paja o lo estrangularan, al reo no le importaba demasiado, pero el rito era el rito.

Las combinaciones mortales podían ser muy variadas: ahogar en una tinaja, degollar y asar en una parrilla; asaetear, apedrear y arrojar al agua, descuartizamientos, etc., toda un  campo virgen para la imaginación vengativa de la justicia de aquella lejana edad del hierro.

Se trataba, sin embargo, penas aplicables sólo a crímenes un tanto fuertes como la traición o la cobardía en combate. Y eran tres penas porque tres eran los bienes morales conculcados por los grandes delincuentes: el respeto debido a los que tenían mando —violación de la función regente—, el respeto debido a los dioses de la guerra —violación de la función guerrera— y el respeto debido al bienestar de las gentes —violación de la función provisoria—. Porque la sociedad celta estaba dividida en tres estamentos: los reyes o coros los primeros, los guerreros los segundos y, en tercer lugar los artesanos y demás población. Tres eran también las funciones de esos estamentos: la de regencia, la de protección y la de proveer al mantenimiento de la comunidad. Y también tres los grupos sociales: los jefes, los guerreros y los menestrales, que eran los que trabajaban por todos los demás.

Por ejemplo, un político que pactara con una potencia extranjera a cambio de unos dinerillos —y quien dice potencia extranjera y dinerillos puede decir corruptelas varias— podría ser condenado a la triple muerte por violar la autoridad del jefe, por reírse de los guerreros que habían muerto combatiendo contra esos con los que pactaba y por haber quitado el pan de la boca de los pobretes. Bonito, ¿verdad?, triple muerte. Sin duda se lo pensarían antes de aceptar sobres o recompensas inmateriales. ¿Nos enseña algo el pasado? Sin duda, toda leyenda esconde su moraleja.

 Pero sí, fue la de la triple muerte una costumbre arraigada en todo el mundo celta, en Celtiberia en particular y en el Solar Cántabro también por estar este integrado en el ámbito general celtíbero, bien a título de celtas o de celtizados.

De hecho, el primero que nos habla de ese tipo de ejecuciones es un hispano, Lucano, sobrinísimo de Séneca. Pero es que también afirma que en su tiempo estaba aún vigente la costumbre el bueno de Lactancio, romano del siglo quinto, cristiano entre los cristianos; e incluso en  la Edad Media subsistía este tipo de ejecuciones, como lo demuestra la obra “El hijo del rey Alcaraz”, del Libro del Buen Amor, cuyo protagonista murió varias veces con extrema crueldad. Hasta en el santoral hay recuerdos de benditos de Dios a los que les hicieron de todo los malvados paganos, como el caso de Santa Marina, mártir de Bayona.

También la arqueología ha tenido este tema entre sus manos y sus piquetas. Así, ya en el siglo XIX aparecieron en turberas de Inglaterra y de Alemania paisanos arrojados a las aguas y triplemente muertos, como el hombre de Lindow, cerca de Mánchester, quien primero recibió varios golpes fuertes con un hacha que le rompieron el cráneo; después, fue estrangulado con un cordel de tripa por medio de un nudo corredizo apretado al cuello y, a continuación, recibió una herida incisiva, probablemente con un cuchillo, a modo de degüello, para, finalmente, ser arrojado al agua de la turbera. Este desgraciado debía de ser miembro de la nobleza a juzgar por lo bien cuidadas que tenía las uñas de las manos.

En fin, era un rito ancestral de los señores celtas y, seguramente pancéltico. Sobre este asunto trabaja con buena letra el profesor Martín Almagro Gorbea en su obra “El rito de la triple muerte en la Hispania céltica”.

En “Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro” este tipo de ejecuciones aparece en varios apartados: en un sacrificio llevado a cabo en el Castro Pepín, al que  cambiamos el nombre por el de Castro de la Atalaya, más literario, y en otras escenas de Guerras Cántabras, como cuando un destacamento romano que iba a cobrar su impuesto en trigo terminó con todos sus miembros colgaditos de los árboles y con las plantas de los pies abiertas para dar de beber a Deva... ¡Qué brutos!

¿O no?, ¿o eran historias de romanos para justificar la entrada a saco en tierras de bárbaros a fin de arramblar con todo lo utilizable?, ¿propaganda de guerra, como en la actualidad, como la consolidada tendencia a la ficción periodística que se inició con la fake de Timisoara, en Rumanía, novedoso mecanismo justificativo de la guerra, auténticos “casus belli” mediáticos?

¡Vaya usted a saber! Lo cierto es que Lucano, Lactancio y el Arciprestre hablaban de ello y en tiempos tirando ya a cercanos, cuando se suponía que todos estos celtas, portadores de calzones como decía algún romano chistoso, estaban ya cristianizados como dios manda... En fin, misterios de la historia y de los ritos que en “Cantábrica” recreamos.

 

AVISO... El anterior texto no pertenece a “Cantábrica. La Gran Epopeya del Solar Cántabro”, sino que refunde, comenta y explica en formato divulgativo algunos de sus contenidos.

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