Nota sobre AI. Esta chusca imagen es lo que he conseguido sobre literatura y resistencia. Aparecen gentes contestatarias según parece, bajo una lluvia de libros, mientras la autoridad reprime a alguien que no se sabe lo que es.
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Me han dicho, con cierto
deje de crítica, que doy por sentado que los nuevos cántabros, asturianos,
palentinos, leoneses y burgaleses —en cuyos territorios se asentaba el Solar
Cántabro en la Edad del Hierro— no se comportarían como sus remotos antepasados
en caso de que estuviera justificada una reacción social enérgica.
Y tienen
razón pues, a lo que intuyo, el ciudadano de las modernas democracias vive en
una nube de consumismo que le impide ver más allá de sus narices y son —como
ponía Tito Livio en boca de Tiberio al referirse a los senadores de Roma— “homines ad servitutem paratus”, hombres
predestinados a la esclavitud. Por eso escribo “Cantábrica”, para levantar la
moral de estos pueblos cercanos con el ejemplo de los viejos cántabros y de sus
dioses. Aún puede que haya esperanza, no sé, espero, en fin, escribo por si acaso sirviera para algo.
He
elegido el género épico —que ya sabemos puede ir en prosa—, para exaltar la
figura del héroe colectivo, de todo un pueblo, en lugar de dibujar al tan traído
y llevado antihéroe posmoderno, el pasado y triste personaje con el que se pueda
identificar el ciudadano occidental de hoy día... No, hijos, masturbaciones intelectuales
las menos. De ahí la epopeya clásica que me sirve de modelo, como quintaesencia
de la exaltación de la heroicidad, por eso sé que voy contra corriente. ¿Un libro
de gesta en tiempos de los móviles de última generación?... ¿Que puedo perder oportunidades
de publicación con esta monería?.... Miren, díganles a mis editores si los ven que
me quiten el pan y la palabra, que me importa un bledo y, total, para lo que se
saca de su trabajo... ¿Acaso puede importarme a mi edad la tochada del tontintolín
literario?
La
siguiente pregunta que debemos hacernos es la de si la literatura tiene derecho
a salir de su burbuja de cristal e implicarse en directo en una práxis. Para
responderla, hagámonos otra: ¿Es menos poesía “Vientos del Pueblo” que “El Rayo
que no cesa” del último autor barroco español: Miguel Hernández? Desde el
primer poemario grita la poesía épica, radical, extenuante en sus contenidos patrióticos;
desde el segundo, la lírica, sutil, inmejorable. ¿No es el mismo autor, no es la
misma poesía? En otras palabras, ¿es posible, viable y está justificada una
literatura combatiente? Digo más, ¿una literatura combatiente preventiva?
¿Por
qué no? ¿Acaso la literatura ha dejado de ser combatiente en alguna ocasión?
Creo que, por el contrario, es una manifestación del arte muy difícil de
aceptar por parte del sistema político, de cualquier sistema político, porque
la política es la administración de la libertad de los más por los menos, y la
literatura tiende siempre, por propia naturaleza a ampliar la esfera de
libertad de lo que se le permite.
Por
ejemplo, ahora que ilustro estas entradas con inteligencia artificial compruebo
lo difícil que es hacer pasar una descripción, tímidamente contestataria, por
el embudo de la censura que esos programas establecen. Sin duda censura siempre
hubo, y unas veces está institucionalizada y otras no. Posiblemente la que no
tiene detrás a un instituto censor o a una inquisición sea la peor de todas,
cuando se censura con apariencia de no haber roto un plato, cuando los sistemas
y las personas censuradoras ponen cara de buenos y te miran con ojos de lo
políticamente correcto mientras impiden que te expreses.
La
literatura —al menos la que no puede catalogarse como pseudoliteratura,
vulgoparlante, bestsellerada o de librería-quiosco— busca la manera de burlar
todas esas censuras, por eso, siempre será combatiente. Y tenderá a romper los
moldes formales y de contenidos, en una actitud crítica y de enfrentamiento
dialéctico.
Creo
que la literatura no es digerible por las personas sujetas a trabas ideológicas
porque, ¿qué son las ideologías?, meros programas, aplicaciones de
argumentarios, estructuras integradas de respuesta rápida, catálogos de zascas,
listas de sentimientos racionalizados, humo argumental. Los ricos no tienen
ideología, tienen dinero, que es otra cosa. ¿Tendré que explicarlo mejor para que
se entienda?
La
literatura no comulga con ideologías. Todo lo más, sin negar alguna idea suelta
de estas, las pone en entredicho globalmente, porque la duda sistemática es su
principal arma, una duda preventiva, una desconfianza congénita como método de
análisis. Usa también la ironía como munición y los valores estéticos y las
leyes de la ficción como raíles por los que lanzar a todo galope de su máquina
la locomotora que Cervantes estrenó con el Quiijote.
Eso
pretendo con CANTÁBRICA. Poner en solfa, a la chita callando, tras innumerables
referencias, que bien pensadas son palos en las ruedas del poder, las ideas al
uso que a todos atan al blando pasar del conformismo.
¿Cómo
van a aceptar los que mandan, los que tienen el dinero, o sus sicarios
—políticos y corsés institucionales—, el poder de la palabra? ¿No decía Platón
que los poetas deberían ser desterrados de la República? Sí que deberían, sí,
pues sus, digamos, metáforas pasan a vuelo rasante bajo los radares censores y
nunca pueden ser detectadas. ¡Qué ideal sería que los poetas tuvieran todos un
solo cuello para poder cortárselo de un hachazo!
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