Eso es MÁS TEMIBLES QUE ANÍBAL, la única novela feminista de romanos en la historia de la literatura. ¿Que no es así?, ¿que hay otra? Decidme cuál y os invito a comer.
Por desgracia su autor no es feminista, pues nació varón, XY, y aún su voluntad no ha dado en la idea de pasar su caudal genético a XX, aunque nunca se sabe en los tiempos que corren. Porque, oye, el que quiere puede. Insospechada es la fuerza del bisturí humano llamado idea, hurgador entre genes y constructos. ¡Oh, Loreta, defenderemos hasta la muerte tu derecho a parir, hermana!
En cualquier caso, todos conocéis mi teoría sobre el feminismo de los varones progresistas, ¿o no? Quien no la sepa, que no se corte y pregunte.
Y, como lo mejor es mostrar que decir, ahí va una escena de la novela en la que una revolucionaria de los tiempos de Aníbal se subió a las Rostra, tribuna de oradores, para incendiar a las mujeres de Roma.
Por supuesto, la culpa de que yo narre aquellos ignorados hechos acaecidos en los tiempos tan lejanos de la antigua Roma es de Tito Livio, historiador romano que los describió en su famosa obra AB URBE CONDITA, aunque lo hizo con cierto resabio feminifóbico y ejemplarizante contra las revoltosas.
Pero, claro, en cuanto saqué a estas pedazo mujeres del arcón herrumbroso de la Historia, se mostraron como unas tías de armas tomar, se les soltó el moño y exhibieron la fuerza transformadora de la historia nacida de sus úteros prodigiosos.
La podéis encontrar en Ámazon, pues allí la subí porque a mi editorial habitual no le gustó mucho. ¿Demasiado atrevida? Os animo a que la compréis. Son fantásticos, de un día para otro la llevan a casa. A mí me haría ilusión porque, la verdad, no la he promocionado ni mucho ni poco, y este texto es el primero que publico sobre ella... Pero, ya veréis, ya, en cuanto termine con “Cantábrica” me entregaré a ella con el furor que mis canas, achaques y mala leche me permitan.
Dice así la pequeña muestra de mi texto:
«¿Hasta dónde ha de llevarnos la incuria de nuestros gobernantes?, preguntaba Lelia desde la atalaya que tuvo el atrevimiento de usurpar a los hijos de Júpiter en nombre de una deidad más antigua aún, la diosa que a todos pariera, la que engendra el mundo día a día, la Madre creadora. ¿Tengo que ocupar esta tribuna yo, considerada una inútil, pues soy mujer, para hablar como un magistrado? Eso sólo sucede cuando han dejado de existir hombres, cuando nuestros esposos, amantes, hijos, hermanos y amigos han muerto por la incapacidad de esos que se reúnen para ofrecer a los dioses sacrificios necios. Aplausos, gritos, patadas a las losas del Foro. Pues, hermanas, ya está cumplido el sacrificio de los sacrificios con nuestros hijos muertos en la orilla y en el fondo del lago Trasimeno, ¿qué más se necesita?, ¿ofrecerle a Júpiter una corona de oro?, ¿invitar a comer a la estatua de un dios acomodándola en un triclinio?, ¿sacrificar una paloma, cien palomas, mil palomas a Quirino? ¡Necedades! ¡Los dioses ríen por nuestra estupidez! La multitud rugía y su clamor era viento huracanado. La elocuencia de Minerva se había apoderado de la lengua de Lelia y la usaba como látigo contra los incompetentes magistrados. Los nuestros murieron abandonados por los humanos y por los dioses inmortales. ¿Dónde están estos? ¿Por qué se irritan? ¿No será porque los falsos, esos que nos contemplan escondidos detrás de aquellas columnas, no son capaces de protegernos? ¿A qué tantas leyes, tanta república, si a la hora de la verdad no se respetan nuestras vidas?, ¿y qué otra cosa poseemos los pobres más valiosa que la vida?
Las calles de Roma ardían, incendiadas por las palabras de las mujeres que peroraban desde la varonil tribuna, oratoria nacida del vientre, plagada de sangre menstrual y de vísceras resecas por el sufrimiento. No hubo establecimiento que no sufriera las furias de la multitud, lametazos de aguas turbias peores que las del Tíber cuando se sublevaba. Ningún togado se libró de insultos, de mujeres que los rodeasen y que hicieran corro a su alrededor sujetas de las manos, plagadas de imprecaciones sus bocas, brazos desgarradores. Algunos cuerpos yacían en el Foro, víctimas tardías en la retaguardia de la batalla del Trasimeno».
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