La imagen es la fotografía de una escultura creada en hierro fundido por EMILIO BARRERO, de Santoña, autor prolífico y polifacético que dejó una importante obra escultórica y pictórica, por desgracia poco conocida y que se inserta en "Cantábrica" por gentileza de la familia. Encabeza
“Mitología Cántabra”, la parte central de la obra, tomo tres, y representa a
Quemia, madre de Lucobos.
El
gran tamaño del niño, en relación con la fragilidad de la madre, quiere
expresar que se está ante un dios que llegará a ser todo un mito en la religión
de los pueblos del norte: Lug, la deidad pancéltica por excelencia.
El mito de la madre divina y su hijo trasciende la
mitología indoeuropea, pues tiene reflejo en todas las construcciones
religiosas. Incluso en la cristiana es extremada la presencia de la Virgen y su
Hijo, aunque se discuta lo que sea mitología y lo que sea religión. Entendemos que
la mitología no es más que religión elevada a la categoría de mito como
consecuencia del paso del tiempo.
El Hijo está siempre relacionado con su muerte y con su
transformación en regulador de las estaciones. ¿Cómo han explicado los pueblos
de todos los tiempos la sucesión anual del frío y la bonanza?: con la presencia
del dios nacido de diosa que muere para resucitar. Se trata de una deidad que
lleva una vida privada oscura y clandestina, protegido y alimentado por su
madre, que posteriormente es sacrificado para que se ejecute el ciclo vital de
renovación que beneficiará a la especie humana.
En alguna mitología, como la griega, la presencia de
estos dos personajes, el dios y su madre, no es privativa de una sola deidad,
sino que varios dioses también pueden tener su madre, su infancia, su muerte y
resurrección, como Dioniso y Hércules. En otras ocasiones, es la madre la que muere
para que su hijo viva, de manera que madre e hijo tengan un mismo destino. El caso
más visible de este hecho es la muerte de Teltiu, nodriza de Lug, que murió de agotamiento
tras el ímprobo trabajo de acondicionar los campos de Irlanda para que en ellos
se pudiera desarrollar la agricultura todas las primaveras. Incluso se da el caso
de que la relación se establezca entre una madre y su hija, como sucede con Deméter
y Perséfone en la mitología griega.
En la mitología celta tenemos dos casos claros de hijo y
madre divinos interrelacionados con los ciclos vitales y con la función de
regulación social, de vigilancia y eliminación de malhechores. Me refiero a Lug
y a Cuchulain. Sobre este último ya hemos hablado en otra entrada, y se pasea
por “Cantábrica” bajo el nombre de PALARO.
·En el caso de Lug, falta un elemento importante en el
esquema, y es la muerte y resurrección del dios, pues Lug, dios de dioses
celtas —aun sin ser engendrador de los mismos— es hijo de Etniu, hija de un rey
oscuro, fomoriano llamado Belor, al que Lug, dios solar y luminoso pese a su
inicial origen oscuro, sustituye —al menos en lo tocante a la fuerza de su
mirada que lo obliga a llevar siempre un ojo tapado— tras matarlo en duelo
personal. Se produce así la sustitución de un poder divino a favor del dios niño
que ha permanecido oculto.
Pero,
esta figura materna de Etniu se compagina con otra, con su nodriza Teltiu, con
la que mantiene una íntima relación, hasta el punto de que el dios adulto le
dedica una ciudad que llevará su nombre y consagra a su memoria unos juegos que
se convirtieron en los más importantes del mundo celta de las islas.
Por
otra parte, Lug, que como Odín y otros muchos dioses celtas y germanos, es deidad
combatiente, organiza la Cacería Salvaje contra las fuerzas de la Oscuridad.
Esta lucha eterna está relacionada con los ciclos vitales, pues comienza la
gran guerra del Sid con el año nuevo celta, el primero de noviembre, durante la
fiesta guerrera de Samonios y dura todo el invierno hasta la llegada de la
primavera y la consiguiente victoria de las fuerzas de la Luz, en Giamonios, en
mayo.
En
la mitología cántabra reconstruida a partir de los escasos elementos de que se
dispone, Lug será LUCOBOS, habida cuenta de la lápida que apareció en su día en
Peña Amaya, en la que se lo considera como dios de dioses. Su madre, QUEMIA,
diosa auxiliar y de generación poética, muere convertida en estatua de oro por
amamantar a su vástago con leche dorada y éste es cuidado hasta su mayoría de
edad por una madre sustituta como Taltiu, a la que llamaremos APLECA, nombre
que posiblemente tuvo la ciudad de San Vicente de la Barquera en tiempos alto medievales.
El padre de Quemia, como el Belor irlandés, sería AIRÓN, señor de la oscuridad
que figura documentado en la toponimia menor de Cantabria, al que su nieto dará
muerte.
Todos
estos arquetipos mitológicos son imprescindibles para la creación poética de un
cuerpo fantástico reconstruido de la religión celta y cántabra en el Segundo
Hierro, cuando aparecieron por las esquinas de los montes las águilas romanas.
En
este entretejimiento de leyendas celtas isleñas, celtas continentales,
celtíberas y clásicas grecorromanas, todo ello debidamente cantabrizado, hemos
procurado no dejar cabo suelto, de manera que se ofrezca al lector de
“Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro” toda una mitología completa y
cerrada, basada en los escasos datos de que disponemos, pero ampliamente
enriquecida por la mitología comparada.
No se trata de una mera mitología de dispersos seres sueltos, inofensivos y representados como dibujos naif, sino de la historia racial de los dioses más parecidos a lo que tuvo que ser en su momento la vida de los dioses cántabros.
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