lunes, 26 de mayo de 2025

CORONOEGO versus COROCOTTA. JEFE JOVEN frente a JEFE VIEJO

 


 

¿Crees que Corocotta existió? ¿Crees por el contrario que ha sido un invento de alocados patriotas cántabros del presente?, ¿Crees que se puede equiparar a los Viriatos, a los Vercingetorix, a los Indíbiles o a los Mandonios?... ¿Qué piensas al respecto?

          Yo te voy a ser sincero, todo eso me es por completo indiferente.

Tengo mi idea, claro, pero es intrascendente: que el tipo no existió, que fue inventado, que la figura de esta entelequia ha cuajado en la población bautizando con su referente marcas de orujo, rótulos de establecimientos, nicks internáuticos y clubes deportivos. No me parece mal. La imaginación está al alcance de todos, es como eso que nos cuelga o nos palpita, besugo o pescadilla, artificio en todo caso de masturbaciones varias multicolores, con o sin coreografía. Cada cual sea feliz como mejor pueda y quiera.

(Para una completa información sobre este tema de Corocotta puede leerse el mejor tratado que conozco —lo venden en Adic— “Augusto y Corocotta”, de Ángel Ocejo Herrero. Merece la pena; es un libro que tiene la virtud de atar las lenguas para impedir que suelten bobadas).

         Yo sólo constato un hecho: el pueblo español, y quizá cualquier pueblo del mundo, lleva en algún rincón de su cerebro, enquistado, el tumor de la anulación como pueblo; un cancro dispuesto siempre a manifestarse en el momento más inoportuno; se trata del ansia, de la necesidad, del amor y del seguidismo por los líderes, por los dirigentes, por los pastores.

El mito del buen bandido, del gran líder, está en el ADN de nuestra estupidez como una oportuna bomba de relojería dispuesta a estallar y paralizarnos cuando más necesitamos la energía para lanzarnos contra los que vienen de fuera a destruir nuestro hábitat.

         Por eso, en «Cantábrica», dejando aparte las discusiones teóricas, que son más bien debates sobre si los ángeles tienen colgajos entre las piernas o no, se reprueba esa querencia a buscar jefes o a imaginarlos si no se encuentran.

         Sin embargo, no le hacen falta dirigentes a un pueblo que se levanta contra la opresión. Es más, son perjudiciales porque, tarde o temprano se corrompen. Todo prohombre termina por llevarse a su casa los réditos de la heroicidad de sus paisanos y por convertirlos en lingotes de oro. El brillo de su persona, que tiende a opacar siempre al de los compañeros de lucha, le hace olvidar que no es nada sin su pueblo. En fin, entre los pliegos de su sagum se esconderá la polilla de la traición. Por eso, en la ficción nos cargamos a Corocotta, sea imaginado o real, asunto histórico intrascendente, y lo sustituimos por Coronoego.

Coro en el viejo idioma de los celtas viene a significar Jefe, general, dirigente de guerreros, fuerte, grandón —¿Será el apellido COBO superviviente de tal concepto?; me gustaría creer que sí—. “cotta” sería viejo, y “noego” joven. Se sustituye al Jefe Viejo por el Jefe Joven, pero no se trata de quitar a un héroe ficticio y poner a otro que lo sea más, porque Coronoego viene a significar en el texto otra cosa, justo la contraria de un líder al uso.

         Ataca siempre con máscara de combate, sin rostro. No tiene personalidad. Es una figura épica. No es un hombre individual, sino que representa a su propio pueblo, con el que se identifica y por el que se sacrifica. Es una emanación de la voluntad de resistencia de los suyos. En su persona se aprecia la continuidad de los antepasados, pues se le establece una genealogía que lo enraíza con todas las gestas del pueblo cántabro y astur. Incluso, como todo héroe épico que se precie, llegará a los infiernos, es decir, al Sid y nos ofrecerá su testimonio sobre el más allá. Es un Ulises, un Aquiles, un Héctor, en fin, un reflejo de los suyos, la piel del león que envuelve a su raza y que se fija a ella en una continuación inseparable de músculo y epitelio, de fuerza y coraza.

         Cuando un combatiente de las montañas se miraba en Coronoego no veía a un hombre, sino a sí mismo, a sus antepasados, a la tierra, al olor a cabra y a caballo, al cocido de la trébede, a leche cuajada, a queso y al pezón de la madre, porque eso ha de ser un líder, un simple espejo en el que mirarse.

         Este juego de manos literario, esta trasposición de conceptos, esta sustitución de lo desmovilizador por lo galvanizador, sólo puede lograrse por medio de la poesía, de la poiesis, de la creación literaria.

         ¡Corocotta ha muerto! ¡Viva Coronoego! Ha muerto el cántabro acomodaticio, canto rodado, viejo, traidor, contemporizador con Augusto; ha brotado el pueblo joven que renace de sus cenizas, porque la masa combatiente genera sus propios líderes en tiempos de crisis y malandanzas históricas, ya lo decía Rosa Luxemburgo.

Por todo esto, en fin, sacrificamos en “Cantábrica, la Gran Epopeya del Solar Cántabro” la controvertida figura de Corocotta, sospechoso de connivencia con los romanos, y sacamos a Coronoego de la chistera del mito, gracias a la varita mágica de la ficción, de la poesía.

La literatura es la magia que se esconde en los engranajes del mundo, invisible para cualquier poder, ¿cómo va a ser vista con buenos ojos por los bienpensantes? ¿No decía Platón que era imprescindible expulsar a los poetas de su idílica República?


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