Nuestros antepasados culturales, los romanos, no entenderían la palabra “genocidio”, pero aplicaban más que bien el significado actual del término. Su derecho de guerra estaba programado para reaccionar como una máquina jurídica de destrucción total sobre poblaciones y sobre culturas. Un derecho de guerra al que se retorna al día de hoy a velocidad ultrasónica.
Y es que sospecho —dado mi natural desconfiado— que un
genocidio que está a la vista de todos en las sobremesas diarias, cuyo nombre
no puedo citar por eso de la censura electrónica, es un experimento encaminado
a la recuperación de viejas costumbres. Tras él, si resulta exitoso —que lo será
si un milagro movilizador no lo remedia—, se generalizará la política de tierra
quemada en cualquier lugar del mundo. Hoy son ellos. Mañana puede ser el
vecino, pasado cualquier población en cualquier región del mundo, incluidos nosotros,
sí, nosotros.
Porque hay quien pretende retornar al viejo sistema romano
de castigo del rebelde. En el mundo de nuestros antepasados culturales, quien
se resistía a la ocupación sabía la que le esperaba: la destrucción, y también
a quien rompía los pactos o a quien “atacaba” al poderío de la Urbe. Pero no
una destrucción simbólica, sino la total, el olvido de su existencia, la
DAMNATIO MEMORIAE.
¿Entonces, los cántabros fueron exterminados?, me preguntarás
buen lector. Pues no, te responderé, porque,
probablemente, algunos de ellos, o no pocos, terminaron colaborando con los
romanos —lo sentimos por aquellos a quienes estas palabras escandalicen—. De
ahí las oleadas de rebelión año tras año desde el 26 antes de Cristo, primero
unas tribus, luego otras, unas pactaron, otras no, unas se unieron a las
vecinas, otras a Roma. Sí se sabe que los últimos resistentes, fueron,
posiblemente, exterminados en los barrancos del Dulla y crucificados allá en
sus alturas en castigo por ser esclavos asesinos de sus dueños. Pero muchos
cántabros sobrevivieron —más o menos maltrechas sus poblaciones—, hecho histórico
indiscutible porque durante siglos mantuvieron una cultura autóctona, sólo
parcialmente romanizada —letras que trazaban como palotes y poco más, pues
cometían faltas de ortografía sin recato en las inscripciones de las lápidas—.
Sabido es que las aras funerarias y las grandes estelas discoideas eran de
tiempos posteriores a la ocupación romana, y hasta el famoso dios Erudino del
Dobra está datado hacia el siglo quinto después de Cristo. Es decir, que
romanizados más bien poco, y que sobrevivieron. No, no fueron exterminados como
alguno quiere hacer creer para cortar la hipotética línea sucesoria con los habitantes
actuales de las montañas.
Pero sí desaparecieron del mapa de la vida muchos pueblos
galos por el buen hacer de Julio César,
adelantado asesino al que la Historia ha considerado genial militar y noble
entre los nobles. Pero sí lo fue Cartago, hasta la última piedra. Pero sí lo
fue Numancia. La lista de los genocidios romanos, en los que mataron hasta a
los animales domésticos de las poblaciones y anegaron los campos con sal, sería
interminable. Cuando más generosos se sentían, se limitaban a castigos benignos,
traslados forzosos de poblaciones enteras y menudencias de ese tipo. Es el caso
de los lugones que terminaron todos como mano de obra gratuita en las minas de
Las Médulas, allá en la Gallaecia. ¿Suena todo esto a contemporáneo? ¿Sí? ¡Buena vista!
A eso vamos, y hay autores que han llamado a este nuevo-viejo
estado de cosas BARBARIE.
Para llegar a tan prometedor puerto, la primera medida
consiste en acabar con la democracia, pues no es necesaria capucha al carnicero.
Lo segundo provocar la desunión entre las víctimas. Lo tercero buscar la
reducción del contingente humano, somos muchos para este planeta sin esquinas, y
la maldición de Bentham está ahí, sobre nuestras cabezas —recursos que aumentan
en progresión aritmética y población que lo hace en progresión geométrica—.
El objetivo —que no creo sea planificado por una mano negra,
sino por la inercia de los hechos y la lógica de las cosas— es llegar a una
nueva sociedad poscapitalista de corte feudal, como diría Varufakis, de
feudalismo tecnológico, o de corte depredador, como era la romana. No se olvide
que la base genética del feudalismo estaba inserta en el genoma romano con la
institución de la clientela.
Los plutócratas de la vieja Roma no usaban caretas. No se
escondieron en ademanes democráticos durante la monarquía, menos durante la
república y mucho menos durante el imperio. No tenían piedad con el hambriento
que les robase al despiste un chorizo de la barbacoa en sus insultantes mansiones.
El pueblo, al que llamaban MULTITUDO o VULGUS estaba
compuesto por una masa informe de gentes malvivientes, y muchas veces ociosas,
que dependían de la generosidad del estado plasmada en las ANNONAS, los
repartos periódicos de trigo, y del CIRCO para distraer la ociosidad y canalizar
los descontentos, ¿redes sociales de la época? Los pobres carecían de
conciencia de clase. Hoy llamamos a esa masa informe PRECARIADO.
Igualmente, en nuestros tiempos no existe ya clase
trabajadora propiamente dicha con un mínimo de capacidad movilizadora. ¿Quién
trabajará cuando se consume el diseño de la nueva sociedad feudal, o
depredadora tecnológica, última evolución del capitalismo? Está claro, no serán
esclavos, sino robots, la ya doméstica y habitual INTELIGENCIA ARTIFICIAL.
La masa del pueblo, la que logre sobrevivir, será un ingente
y deforme ejército de camareros y sirvientes, de domésticos, de libertos en el
mejor de los casos, al servicio de la plutocracia y de los señores feudales intermedios
que serán legión. El precariado no tendrá conciencia de clase y trabajará
gratis para los plutócratas, los nuevos patricios y pondrá a su disposición sus
culitos respingones, todo ello a cambio de repartos muy calculados de alimentos
adulterados y medios tecnológicos de consumo, pues alguien tendrá que comprar
lo que se produzca, para la buena marcha, subsistencia y relax de las familias patricias,
únicas con derecho a la supervivencia, claro.
¿Es o no evidente que tenemos mucho que aprender de la vieja
Roma en cuestión de genocidio, movimiento forzado de poblaciones, destrucción
completa del enemigo, reducción a la condición de esclavos de hecho a
poblaciones enteras? Hoy día, como entonces, ni siquiera la careta de la
democracia es necesaria.
Son los tiempos de la Oscuridad.
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