Alguien ha roturado la cima de un monte en Santibáñez de la Peña, Palencia, donde se encontraba el más importante campamento romano del asedio a La Loma, quizá la Camarica de lejanos tiempos. El yacimiento ahora no es más que una referencia bibliográfica. Responsables del crimen son los ejecutores de los mismos, pero también quienes no valoran —otros dirían ponen en valor— el patrimonio colectivo, la historia y la memoria de un pueblo.
Y de entre todos los responsables por omisión, han de destacarse quienes cobran por velar del patrimonio. Sus sedes deberían ser faros para toda la población, potentes focos que iluminaran los yacimientos, que ejercieran la obligada vigilancia para su conservación, pero sus oficinas han quedado reducidas a meras covachuelas administrativas, bien apesebradas para acoger una caballería más numerosa y costosa de alimentar a cada edición de los presupuestos.
Sobre el conductor de las grúas perpetradoras debería caer el peso de la ley, sí; sobre la empresa plantadora de pinos, también; sobre el munícipe colaborador, por supuesto, y hasta debería responder con su propio patrimonio de los desaguisados que ocasione, estoy de acuerdo; incluso el paisano desocupado que contempla desde la barrera la obra, también tiene su parte de culpa, y los que escuchan desde el pueblo el ruido poco discreto de las máquinas, igual. A unos habría que aplicar el peso de la ley; a otros la censura social, todo eso es cierto, pero, ¿son responsables únicos de sus tropelías los ignorantes, los asilvestrados, los insensibles y los humanos en bruto, los cerebros sin desbastar?, ¿es responsable de su brutalidad el colmillo del lobo que se come al cordero? Los tochos hacen tochadas, y los burros burradas, aseguran los de mi pueblo, es su natural. ¿Quiere usted decir que son inimputables? No, todo lo contrario, pero no creo que sean los únicos responsables.
Dicho de otra forma, ¿dónde está la máxima institución del saber?, ¿cuál es su sede?, ¿dónde habitan los dioses del conocimiento?, ¿qué línea de autobús lleva al Parnaso conquistado por científicos de alto nivel académico que deberían ser faro y norte de la sociedad?, ¿callarán también ante este acto vandálico, como si no fuera con ellos?, ¿o más bien lo reprobarán como el que mueve la cabeza cuando lee en la prensa que un malote ha arrancado a una señora mayor un bolso en plena calle?, ¡Josús, qué horror!, ¿se enterarán acaso? Gran consejera es la sustancia económica en formato de catorce pagas anuales por tres horas semanales repartidas entre los martes y los jueves de cada semana. No sé en Palencia, provincia donde se han perpetrado los hechos; no sé en Valladolid donde se encuentra la cabeza de la hidra castellana; pero sí sé que están publicadas en la web del Ayuntamiento de Santander las líneas del bus que llevan a la Avenida de los Castros.
Y me pregunto, y pregunto ya sin metáforas: ¿Dirán algo respecto a la destrucción del campamento romano de Santibáñez de la Peña los departamentos de Historia Antigua de las universidades de Castilla y de Cantabria? ¿Censurarán el hecho, avisarán a la población, pondrán el grito en el cielo, se presentarán en el juicio que se abra, si se abre, como acusación particular, como apoyo moral a los ciudadanos desposeídos de un tesoro cultural? Es probable, no digo que no, pero está tan negro el hígado del cordero... ¡Qué clarividencia da la aruspicina cuando se vende sin receta médica!
Lo más probable es que unos mirarán para Alicante y otros para La Coruña, y los habrá que atiendan a la configuración del cielo durante los gloriosos y, a lo que se ve insuperables, tiempos del paleolítico, porque al fin, seamos sinceros, ¿para qué dan las ruinas de los castros de la Edad del Hierro en el viejo Solar Cántabro?, ni para una conversación departamental durante el pincho de las once, que lo ponen muy rico y con mayonesa en el Gambrinus. La verdad, es preferible estar informados sobre las subvenciones que vienen, que vienen y que no pueden torcer su itinerario, faltaría más. Esa será la gran preocupación de quien ostente la condición de canto rodado con mando en plaza.
Y me pregunto, y pregunto —perdonen mi tozudez—: ¿quién es más responsable, el bruto que practica motocrós sobre las ruinas, o el que lo autoriza con su silencio a buscar la máxima satisfacción mientras contamina con sus decibelios a los pájaros y a la Historia? No pasa nada, dirá el bárbaro, mi tierra es mía y hago con ella lo que quiera. Y, entre tanto, al otro lado de la barra, la burocracia —inteligencia baturra—, los comedores de tortilla con mayonesa, tan rica, esperan la paga o la gloriosa jubilación, animalillos de Dios. En fin, como dicen que dijo César cuando contempló las ruinas de Troya, etiam peprieri ruinae, que significa: las ruinas también mueren.
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