Han pasado
cinco años desde mi última aparición pública con la novela La Estirpe de Velarde. Desde
entonces ha llovido el cielo cuanto ha querido, más bien poco; han corrido las
nubes despepitadas por encima de nuestras cabezas; los vientos han rugido al
doblar las esquinas de los bosques y al trabarse en las espadañas de las
iglesias; la Historia se ha acelerado en un carrusel fuera de control, y las
hojas del calendario han caído no cada minuto, sino cada segundo.
Durante este
tiempo un monstruo literario ha cobrado forma, con exasperante lentitud de
caracol pero con paso firme, babeante, rasposo entre los árboles de mi casa
junto al mar, en Escalante, donde ha vivido recluido este asendereado hijo de
su patria, de su matria, el lugar pequeño donde nació su padre, donde nació su
madre, aunque eso sí, te garantizo que he enristrado la pluma como una falcata
día a día, mes a mes, año a año.
Por entre mis
robles, mis encinas, mis saúcos y mis manzanos, fábrica de placeres bien
tirados en el borde del vaso, se perfiló una idea nacida quizá del rayo de luz
caído del cabello de una anjana: crear un instrumento literario que hiciera
sentir a los habitantes actuales de la Vieja Cantabria, los que hoy pueblan el
antiguo Solar Cántabro, la historia y la mitología en un mismo escalofrío.
¿Acaso no es necesario ánimo para los tiempos que corren y para los que se
avecinan? ¿De dónde sacar fuerza, sino de la historia arraigada en nuestra
memoria, y del mito escondido en lo más profundo del recuerdo ancestral de todo
un pueblo? ¿Por qué no parar en el inseguro altozano de hoy y mirar hacia atrás
con embeleso para luego dirigir la mirada hacia adelante y erguir la cabeza de
cara al futuro tan oscuro como boca de lobo? ¿No parece razonable sacar del
pasado los ingredientes de una pastilla que levante el ánimo a un pueblo
predispuesto, según sus actos demuestran, a la esclavitud?, ¿acaso no fue libre
en su día, el más orgulloso, el que mayor fuerza opuso al imperio de los
imperios?
Y así, entre las
preguntas impertinentes, las lluvias, los vientos, las hojas del calendario que
pavimentan el suelo, los robles, las encinas, los saúcos, las higueras, las salgueras
y los tejos que viven en mi casa, en Juecos, nació el monstruo literario al que
di por nombre «Cantábrica», y al que apellidé «La Gran Epopeya del Solar
Cántabro», un ente que asoma ahora al mundo de la literatura, cinco años
después, envuelto en un estatuto de ficción tan real como los troncos de los
árboles, como las cuevas de los topos, como las telas de las arañas, como el
suspiro de las cigarras cuando hacen el amor.
«Cantábrica»
está ya con las espuelas calzadas, dispuesta a montar y a acudir a tus manos,
lector que aún te sientas en un cómodo sillón, enciendes un flexo, pones música
de fondo, quizá de clavicordio, te sirves un destilado al dente y abres tu libro para escuchar con los ojos las palabras
vivas, pese a tanta moribundia como te rodea, de quienes escribieron sin pensar
en ti, pero para ti.
Poco queda ya
para que esto suceda, quizá unos pocos meses. Permite que peine a la criatura,
así comparecerá limpia y aseada ante tu docta afición. Será sólo un instante.
Verás qué hermosa es y qué momentos de placer, de angustia, de miedo, de fervor
te proporciona, pero sobre todo te garantizo que abrirá la espita de las
reflexiones sobre el pasado y, en especial, sobre el futuro que viene, que
viene, que ya está aquí.
Gracias por tu
paciencia, amigo, amiga a quien no conozco ni deseo conocer, pero para quien
escribo con todo el arte que cabe en mi pluma. Comprobarás pronto que mi palabra
es barroca, sí; tirando a rizada, de acuerdo; angulosa, vale; afiladilla, no te
digo que no... ¿Qué le vamos a hacer?, ¿o prefieres que hable burdo para dar
gusto al pobre, al despistado, al que desea sólo entretenerse tras una jornada
de oprobio, antes de ser vencido por el sueño? No, querido lector, para eso
están la tele, las pelis, los comentarios de los paisas en las redes sociales y
el tontintolín académico de tertulianos
omniscientes si lo que pretende es que se le acaricie el oído con un remedo de
cultura de hoja de lata. Lo que te ofrezco es otra cosa. Quiero que reflexiones
sobre lo que fuiste y lo que eres, y que, en todo caso, sientas el abrazo de
Madre Cantabria cuando subas a la cima de uno de nuestros montes, el diminuto jisquíu
de los trasgos cuando pases bajo la rama del roble que se inclina sobre el
camino, el grito de Lucobos en el pico del cuervo que avisa al resto de los
habitantes del bosque de tu presencia.
«Cantábrica.
La Gran Epopeya del Solar Cántabro» ya va de camino. Estate atento. Pronto
llamará a tu puerta..
En Juecos, Escalante, a 26 de febrero de 2025